Nadie da paso sin huarache: Norberto Pineda

Caliche Caroma

Los huaraches son un calzado que se acostumbra en la Tierra Caliente michoacana, y también en la costa lo calzan. Se trata, principalmente, de la frescura en los pies frente a un calor del carajo. El carajo es caliente. No obstante, el huarache ha llegado a ser un artículo de lujo: “¡Los huaraches mamalones, primo!”. No sólo en Michoacán usan huaraches, Guerrero, Oaxaca, San Luis, Veracruz, en muchas partes de México los portan con orgullo. En Los Mochis hacen buenos huaraches, varios países de África presumen sus huaraches de llanta, en Asia son populares los Made in China y los Made in Vietnam. Cristo no usaba sandalias, sino huaraches. Los marcianos enhuarachados y Cenicienta y el huarache olvidado.

Norberto Pineda comenzó con la venta de huaraches dos años atrás, pero desde hace uno él mismo los confecciona. Observó los modelos que aún le compra a otro hacedor de huaraches. Primero le puso atención al tejido, cómo iban entrelazadas las correas, el corte de la suela, el remachado, y así los hace hoy, de puro verlos, sin deshacer los modelos. Le piden diseños por encargo, color mengano, de araña, cerrados, piteados, en gusto se hacen huaraches. Antes se dedicaba a la albañilería, pero un dolor de rodillas le puso fin al antiguo oficio de don Norberto: “Para eso ya no estoy bueno”.

Don Norberto le pidió a un paisano suyo que le enseñara los secretos del huarache y su coterráneo no fue envidioso. Solamente dos días de discípulo bastaron, ahí nomás, le enseñó “tantito”.  Nació en Zirándaro de los Chávez, Guerrero, muy cerquita de Huetamo, cruzando el Balsas. Vivió en Huetamo casi toda su vida, hasta hace poco, el mismo par de años que lleva de huarachero. A Morelia llegaba para visitar a sus hijas, no le preguntamos la edad a don Norberto, se le ve entero, unos sesenta, sesenta y cinco, a lo mucho, correoso como el cuero con el que están hechos los huaraches. Estaba acostumbrado a ver este tipo de calzado por donde quiera, este oficio lo acompañó en secreto.  

Habla de los precios, las horas de chamba, su primer y único curso exprés de huarachonomía: “Estoy dando a $180 del #6 para arriba, de #5 para abajo en $160, del que yo hago. Cuando inicié, anduve viendo precios y decidí darlos así, en $180. Tengo otro tipo de huaraches que no hago yo, esos son de otros precios. Para la renta sale. Ahorita está jodido el tiempo. Cuando inicié allá en Prados Verdes, sí me iba mejor, vendía hasta treinta o cuarenta pares por semana. Agarraba para Huetamo todos los lunes. Luego conocí uno que distribuía huaraches aquí en Morelia, me daba más barato, así me ahorré el pasaje y otro tanto. Un día, este mismo amigo me preguntó, ¿por qué no aprendes a hacerlos? Vente para acá por las mañanas, me dijo. El primer día no terminé un huarache, se equivoca uno y hay que desbaratarlo. Al otro día hice mi primer par de huaraches. Después, compré el material, las hormas, correas, y ya estaba haciéndolos solo”.

Y los pares por semana, la Canasta de cuentos mexicanos, nadie da paso sin huarache: “Nunca me he fijado bien cuántos hago, no crea que hago muchos. Como no tengo nada de maquinaria, pues es lento, más o menos, pero bien hechos. Todo es a mano. La correa la compro ya cortada en tiras. Estas tijeras que tengo aquí son mi única herramienta, para el forro y para las suelas, que son de llanta de avión. Hay que recortar pegadito una vez que seca. Yo no vendo a mayorista, vendo para el público directo. Luego los mayoristas lo quieren bien barato”.

El encargo: “Abro todos los días, de ocho de la mañana a ocho de la noche estoy aquí. Ahorita está bien flojo, pero ahí sale para pasarla. Con esto de la pandemia, la entrada de los niños en la escuela, la gente viene, los ve y hasta ahí, casi no compra. Me piden mucho por encargo, al gusto de las personas, y se los hago. Una señora me dice que quiere unos de ese color (rosa), pero cerrados del frente porque tiene los dedos feos, y yo se los hago. Estoy contento con mi negocio. Al principio, que sólo vendía, me quedaba dormido, mejor me puse hacer algo, así me entretengo. A los clientes les gusta mi trabajo, lo valoran, lo pagan. A veces no puedo dormir, por cualquier pretexto, me llevo un par y experimento en la madrugada, los exhibo y se venden. He hecho modelitos que gustan, se los han llevado dos que tres clientes, regresan y me piden otros, así la cosa”.

El final como invitación a ponerse unos huaraches y andar por el mundo, a pesar de la catástrofe, muy orondo: “Vengan a la colonia Industrial, Huaraches Jelito (su nieto es Ángel, Angelito, Jelito) se llama la huarachería de don Norberto, calle Acero, casi esquina con Guadalupe Victoria, al lado de las ricas tortas de milanesa, frente al círculo-ka, no tiene pierde”. ¿Cómo se los pedirá usted?

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