Niña en el Clavijero y otras travesuras

Caliche Caroma

El Centro Cultural Clavijero tiene la entrada y salida de su estacionamiento por la calle Valentín Gómez Farías, atraviesa el curioso visitante por el Mercado de Dulces moreliano, a unos pocos metros de la avenida Madero. En la caseta, un guardia mujer muy amable pregunta a qué y con quién, para qué, por qué, y sobran las razones, los pretextos para ingresar y disfrutar de la pequeña calzada, los árboles que ahí verdean y del resguardo gratuito del vehículo, automotor o bicicleta. “Vengo a una entrevista con la directora”, la credencial a la vista. Las exposiciones han vuelto, las salas 5, 6 y 8 de la planta alta abrieron sus puertas de nuevo, el verdadero motivo de la visita al recinto histórico, la entrada principal es por la calle del Nigromante (Ignacio Ramírez), cerca de Chamy’s Bar, donde toca No Mame Band, en la esquina está el Primitivo y Nacional Colegio de San Nicolás de Hidalgo, alias “Prepa 1”. 

El día que asistí al Clavijero, a pesar del peligro que significa salir por tanto político que anda suelto, encontré a unas diez personas deambulando por el histórico edificio jesuita que también fue escuela y palacio legislativo. Dos familias, una pareja y dos solitarios misteriosos. Las salas 5 y 6 contienen los esfuerzos creativos de los artistas patrocinados por el Fomento Económico Mexicano, sociedad anónima bursátil de capital variable, que cada dos años organiza un encuentro alternativo de artes plásticas y “emprende-durísimo” llamado Bienal FEMSA, este año subtitulada Inestimable azar, quizá un guiño a Mallarmé y su Un golpe de dados jamás abolirá el azar o vaya usted a saber.

La sala 6 cuenta con obras comisionadas a Nuria Montiel, Marco Rountree y Ana Pellicer, en la 5 es Roxana Cervantes, de Apatzingán, la que despliega en el espacio sus esculturas no aptas para tripofóbicos, volveré a esta última más adelante. La propuesta de Ana Pellicer, “Flor de encino”, versa sobre una reinterpretación de la naturaleza, instalación con una mezcla de diferentes materiales como la corteza de árbol, oro vaciado, fierro, todo para simular, nunca emular, un árbol. Según el texto que acompaña la obra, esta artista tiene una fuerte influencia de Giuseppe Penone, que también interviene o recrea árboles. Además, en el otro extremo, Nuria Montiel nos entrega una especie de mercadito de artesanías llamado “A fuego lento”, fusión de chile, mole y pozole, las de alfarería son interesantes, sobre todo las kalimbas gigantes que toqué (rápidamente vino un guardia a reconvenirme: “Joven, no tocar”), pero en general las piezas están mal acomodadas, unas pegadas así nomás en la pared, le restan en vez de sumar al conjunto.

Conmigo entró a la sala una de las familias que arriba menciono, joven pareja con una niña de 11, quizá 12 años. El papá tenía una cara de aburrimiento y resignación parecida a la de algunos funcionarios culturales, la chiquilla gritaba y lanzaba frases de asombro o repulsión, a según. Lo primero que le llamó la atención fue el remake de la obra de Juan O’Gorman, los dos perritos, uno de ellos tiene un cartel en el hocico que reza: “Con que así es la famosa civilización humana”, frase que se copió con el error ortográfico que en el original pasa como una mancha. A la niña le dio risa la expresión de los canes y en mi mente sonó la consigna “Si O’Gorman viviera la cara les partiera”. Luego le puso atención a las columnas de madera que es común ver en las trojes michoacanas, la niña le dijo a su mamá: “Éstas no las terminaron”. Y la madre, con sabiduría de botepronto, le respondió: “Así es el arte contemporáneo, mi amor”.

Dejé de espiarlas por educación y para ver el resto de la obra de Marco Rountree, “Situación envolvente”, quien intentó recrear un granero con los elementos que arriba la niña puso en entredicho, más otros como un armadillo intervenido, granos de maíz adornando la pared y otras superficies, jarrones y enseres que se supone son de la ruralia. Por algún desconocido motivo, los extremos de la sala se encontraban desocupados, sin nada, uno oscuro y el otro con la misma (poca) iluminación que el resto del enorme cuarto. Aquí dudé, no sabía si estos vacíos eran a propósito o resultado de una mala museografía. Conceptualmente, estos vacíos pueden significar la destrucción y apropiación de los “pueblos mágicos” por parte de las bienales internacionales. Interpretación que me inventé para justificar esa ausencia inexplicable.

En la sala 5, donde se encuentran las esculturas de Roxana Cervantes, “Ciudad sola”, también dejaron una parte sin ocupar del cuarto (¿por qué?), más vacío, mientras las columnas, que son lo más interesante de la muestra de FEMSA, se amontonaban en el centro. En general lo presentado por los dueños de la Coca-Cola y los Oxxo’s es de mala factura, con más fallas que aciertos, a excepción de Roxana Cervantes, conjunto de pilares con casas, pliegues como tuberías, cuartos sin tuétano, ventanas que se bifurcan, las comunes aglomeraciones de las grandes urbes donde reina el hacinamiento. En esta sala me volví a encontrar a la niña que corrió entre las esculturas, divertida, mientras su mamá y su papá discutían por la velocidad de la pequeña y el tiempo perdido en los museos.

8 es el número de la sala por la que el virus, los robos, los pedigüeños, FEMSA y demás calamidades pasan desapercibidas, Sciddel: Medio siglo de Persia en Michoacán. Un iraní uruapense con cuadros en gran formato, murales con floripondios, dibujos alucinantes, vinílica, collage, una retrospectiva con más de cuarenta obras en donde el color azul rey predomina. El rizoma cósmico que quiere ser explicado en varios textos (unos aburridos, otros anecdóticos) que acompañan a la enorme muestra. En resumen, se dice de Mohamed Sciddel que llegó a Uruapan a finales de los noventa, allá en el siglo XX, por invitación de un michoacano que conoció en Italia, que luego el de Michoacán lo invitó para pintar la iglesia de San Francisco en la Perla del Cupatitzio. La amistad lo trajo a estas tierras de aguacates y narcotraficantes y aquí se quedó. Sciddel formó un grupo de pintura llamado Merghan, del que emanaron talentos en la plástica hoy vigentes, los nombres de los más destacados se encuentran en la exposición.

Recomendable asistir a esta sala, la 8. Entre Moebius y el retrato cuasicubista, la ilustración de ciencia ficción, los cuestionamientos sobre el fin y el principio de siglo, el trazo rápido que forma un rostro, un cuerpo en movimiento, la pirámide ancestral, esvástica recargada de sentido peyorativo, la música (¿iraní?) que acompaña el recorrido, el piso con el que debes tener cuidado, los diferentes cuadros que al parecer son estudios sobre temas recurrentes. Sciddel es alguien que trabajaba con empeño, dedicación y maestría, tres características que le hubieran venido muy bien a las otras salas del Clavijero. Al final, lo importante es que ya están abiertos los espacios culturales para que las multitudes los abarroten como nunca ha pasado y como siempre se ha deseado.  


Imagen de portada: el-artefacto 

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