Nurio: la dimensión de lo perdido III

Raúl López Téllez

La jerarquía católica ha guardado silencio en torno al incendio y la pérdida patrimonial en Nurio, lo que para los especialistas cuestiona su papel más allá de este caso, el de resguardar inmuebles y obras de carácter religioso que son propiedad de la nación.

Subsisten vacíos legales, apunta Antonio Ruiz Caballero, en un escenario donde se presume el robo de piezas y sin embargo no hay denuncias por ello, según Ramón Sánchez Reyna.

“Si bien ya visitó el sitio el secretario de Cultura de Michoacán y ha dado alguna opinión el INAH, falta la Iglesia Católica, la cabeza de la autoridad que es Obispado de Zamora y de Morelia. Existía, no sé cómo ande, en la Ciudad de México, la Comisión Nacional de Arte Sacro, que dirigió durante algunos años, un michoacano de Tanhuato, padre y poeta, Manuel Ponce”, otra instancia que a juicio de Sánchez Reyna podría intervenir.

-Cómo calificar la actitud de la Iglesia al no tomar una posición, ¿omisión, irresponsabilidad, falta de sensibilidad?

“Es un panorama muy complejo, es decir, en capillas como Nurio no hay un sacerdote permanente, de alguna manera la responsabilidad directa recae en la comunidad; sin embargo, no sé si hablar de un vacío legal, pero muchas veces estos bienes están en tierra de nadie por el asunto de que son bienes de la nación desde un punto de vista, pero también la ley dice que la Iglesia tiene que ser responsable, participa en el cuidado de estos bienes; de repente como que hay una ambigüedad, pareciera que nadie fuera responsable directo…”, considera Ruiz Caballero.

Foto: Wendy Rufino, Huiramangaro, 2019

-Se les considera custodios, a los sacerdotes…

“Si, entonces si hay una responsabilidad o tendría que haberla, me parece que al menos de estos tres grupos, la comunidad, sí, definitivamente son los que diariamente están al cuidado de ese patrimonio, pero al ser bienes de la nación, tiene que ser el Estado por medio de instituciones como el INAH y tiene que ser la Iglesia de alguna manera, tiene que estar articulado”, añade el especialista en artesones.

En el transcurso de la entrevista se deslizan varias historias, en torno al papel de los clérigos como administradores del patrimonio, de sus fiestas y de las limosnas que caen en los cepos.

Hace años, a la población de Naranja de Tapia llegó “un muchacho norteño que ya se quería quedar a radicar acá en su pueblo y pretendió crear un patronato para empezar a recabar fondos, y ahí tienen una fiesta muy grande, a principios de año dedicada a Cristo, él decía, bueno, que el dinero que caiga a esta fiesta, en la limosna, sea para empezar la restauración del artesón del templo. El cura le dijo que no. El muchacho se terminó yendo, lo golpearon, lo dejaron por ahí un día golpeado en Zacapu, en la plaza, desnudo, se tuvo que ir de nueva cuenta, pero ahí fue el enfrentamiento con el cura, no quería que nadie tocase el dinero.”

Otra historia alude a la desconfianza hacia los encargados de las iglesias, por presuntos robos de piezas y que asumen feligreses a través de cargos como las cofradías “que están dedicadas solamente a una imagen de un santo, aquí tenemos una muy importante, la del Santo Entierro de las Monjas, que ya son unos cuantos miembros, que guardan por ejemplo todo el adorno de la platería de la urna del Cristo desde hace unos años, incluso lo tienen en sus casas ya los particulares, porque no se tiene la seguridad de que permanezcan en el templo”.

Otra más, es en Pátzcuaro, donde el cronista de la ciudad lacustre advierte en textos periodísticos sobre el constante “cambio” de lugar de algunas piezas de los templos y que no se vuelven a ver. O en un caso más, ocurrido en un convento de monjas en Morelia, donde ante la desaparición de una pieza, las religiosas advirtieron de la pertinencia de interponer una denuncia penal, a lo que el vicario les comentó que la misma no procedería, “porque quién entra o sale de un convento donde se supone sólo lo habitan mujeres; hay muchos pies cojos al respecto. No sabemos qué tienen los conventos de monjas”.

Foto: Wendy Rufino, Catedral, 2017

“Lo han dejado a la buena voluntad de la Iglesia en sus diferentes dependencias, pero no tenemos un conteo total. Cuando hace algunos años, fue contratada una investigadora para hacer un inventario de la Catedral de Morelia, sorprendía cuando mencionaba que en las oficinas de la Catedral hay sobre 250 pinturas, ésas no las vemos, algunas estuvieron en culto, se da el cambio de ajuar de la Iglesia y se convierten en santos viejos, colgados en cualquier pared”, dice Sánchez Reyna. “Para subir a la oficina del obispo, ahí está una virgen en la escalera, que era de lo más venerado dentro de la Catedral en el Siglo XVIII, Nuestra Señora la Antigua, la patrona como de los marineros, de los españoles que dejaban la Península para venir a la Nueva España”, agrega.

En el caso mismo de los artesones, no se da por parte de los sacerdotes “señales de alerta” ante deterioros en inmuebles por humedades o riesgo de derrumbes. En el templo de Santa María, en Huiramangaro, el deterioro fue denunciado por los pobladores y ello porque estaba a punto de caer su muro testero, señala Sánchez Reyna, “no porque fuera un interés particular”. Juana Martínez Villa señala que en este inmueble igual “ha habido robos, pérdida de piezas del Siglo XVII, justo cuando empezaba este programa de la Ruta Don Vasco”, proyecto turístico que desde el gobierno estatal buscó potenciar los atractivos naturales y materiales de las diversas regiones con patrimonio de la época colonial.

Martínez Villa indica que es necesaria una tarea de divulgación con los representantes de la Iglesia. “No sé si llamarlo concientización o socialización del bien patrimonial que tienen bajo su custodia. Hemos tenido buena experiencia con sacerdotes, nunca se han negado a colaborar”, alude al considerar que hay receptividad y por no estar permanentemente en las comunidades, “no tienen la custodia de tiempo completo y eso lo hace más complicado”.

En el incendio de Nurio, Sánchez Reyna estima que “se pudo salvar la platería, tenemos un Cristo procesional impresionante de plata, dos candeleros y un atril del Siglo XVIII, que normalmente todos los días se colocaba al lado del altar, y si el templo estaba cerrado, debía estar en la sacristía, es parte de ese tesoro y que no lo tiene ningún otro templo en toda la comarca.” Igual, nada se sabe de estas piezas hasta el momento.

Foto: Wendy Rufino, Huiramangaro, 2019

De otras pérdidas, Sánchez Reyna alude a un incendio en el templo de Tacuro, durante la llamada “guerra cristera”, punto sobre el que Martínez Villa señala que se carece de información sobre la suerte del patrimonio religioso en esa época y en la Revolución Mexicana, que tuvieron un gran escenario en Michoacán.

El catedrático de la Universidad Michoacana critica que antes que rescate, “los gobiernos y los ayuntamientos ven la riqueza patrimonial para venderle la idea al turismo que para la preservación de ese bien y el disfrute de todos, desde un extranjero y desde luego el local”, por lo que insiste que en el caso del rescate de los templos con artesones, se prevea su preservación y difusión.

Además del robo, Sánchez Reyna alude al desdén de autoridades y sacerdotes hacia el patrimonio en inmuebles. De la misma Santa María Huiramangaro, alude a un testimonio recogido por Gloria Álvarez en su libro Artesones michoacanos: “cita a una mujer anciana del pueblo, que le manifestó, ´dice mi abuela que un día llegó un cura y dijo, tapen a todos esos apaches que hay arriba, porque hay gente que en vez de poner atención a la misa está viendo las tablas´”.

Narra otra anécdota, del arquitecto Manuel González Galván: “Antonio Arriaga Ochoa, cuando ya estaba de director del Castillo de Chapultepec, un día lo llamó y le dijo: ´Manuel, quiero que vayas a ver esa capilla de Nurio, porque ahí los indios no la saben apreciar, para ver donde le hacemos una estructura en Morelia y nos traemos la techumbre…´”.

-¿Cuál era el proceso de estos artesones, cómo participaba la comunidad, eran directamente guiados por un artista o por un diseñador novohispano?

“El gran problema que tenemos en muchos casos”, refiere Ruiz Caballero, “es que no están firmados, hay excepciones, hay algunos que sí, justamente el de Naranja, y es lo que nos da luz acerca del proceso de cómo se concibe, se encarga la obra, donde está por ejemplo el nombre de las personas que tenían los cargos en la comunidad en ese momento. Si mal no recuerdo está el mayordomo, me parece que están los regidores del Cabildo indígena, está el nombre del sacerdote a cargo en ese momento, y están otras personas que aparecen como bienhechores, patrocinadores o mecenas que aportaron seguramente recursos económicos, no podía ser una iniciativa totalmente de la comunidad de que se plasmaba ahí; entonces podemos hablar del comendatario digamos, que es el que encarga la obra, el que diseña, que muchas veces proporciona los modelos, porque también eso es muy interesante, el modelo a veces son grabados o estampas que circularon profusamente por el virreinato, muchas veces de origen español, italiano, flamenco, que se los proporcionan a quienes van a ejecutar la obra.

Foto: Ramón Sánchez Reyna, Naranja, 2010

“Quiénes ejecutan, primero tenemos que hablar de los carpinteros, que son finalmente quienes tienen los conocimientos para hacer esas estructuras, y dejar esas tablas planas para ser pintadas. Después intervienen los pintores, en algunos casos tenemos el nombre del pintor, como en Naranja, Joaquín Chimal, y tenemos los nombres de los ayudantes, pero este es un caso de excepción. En Nurio, desgraciadamente no tenemos los nombres de nadie, bueno, sabemos quién estaba a cargo en ese momento como autoridad religiosa, Juan Rodríguez Calvo de Mendoza, era el sacerdote, y el obispo que aparece ahí retratado, Francisco Aguiar y Ceijas, desgraciadamente no tenemos los nombres de las autoridades de la comunidad en ese momento, pero tuvo que haber sido un acuerdo de todos ellos y de los carpinteros y de los pintores que ejecutaron, en muchos de los casos, como en Naranja, sabemos que sin pintores indígenas porque el propio apellido, Joaquín Chimal, es un apellido de origen náhuatl; en el caso de Nurio, no estamos seguros, porque también hay casos, hay documentación de cómo en ocasiones pintores españoles o criollos, o carpinteros, también hacedores de retablos por ejemplo, participaron en encargos en pueblos indígenas; en este caso no está muy claro, quizá por la complejidad del programa visual puede haber sido participación de un pintor de origen criollo, pero no podemos aseverarlo hasta tener mayor documentación. Desgraciadamente, este tipo de contratos están en los archivos de Notarías, se han encontrado algunas cosas interesantes en la Ciudad de México, pero aquí en el Archivo de Notarías de Michoacán creo que nos falta todavía una búsqueda mucho más intensa para ver si encontramos este tipo de encargos”.

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Un comentario sobre «Nurio: la dimensión de lo perdido III»

  1. Arq. Wilfrido Rincón Zuno

    Excelente artículo. Esperemos sirva, para hacer una inspección a todos los monumentos artísticos en todo México por parte de INAH, o bien que el gobierno federal contrate a una empresa que sí estén dispuestos a ir a los sitios, ya que INAH cuenta con muy poco personal activo en campo, por la pandemia.

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