Personas remuneradas, un acercamiento a la obra de Santiago Sierra

Caliche Caroma

Un brazo moreno cuelga del techo, la extremidad humana sale de un hoyo, la imagen nos ayuda entender que apenas se mueve el miembro superior por la estrechez del orificio. El fotograma corresponde a un video de veinte minutos que lleva por título Brazo de obrero atravesando el techo de una sala de arte desde una vivienda. Lo más seguro es que la persona que aceptó permanecer en esta incómoda posición a cambio de unos billetes, estuvo más tiempo del que dura la filmación, posiblemente media hora, una hora, cinco horas. ¿Cuánto le pagaron por hacerlo? Esta pieza es de Santiago Sierra, artista minimalista de origen español que nos provoca a pensar la realidad desde otra perspectiva, la de un hombre recostado en el suelo con un brazo al aire.

Algunos consideran que el trabajo en sí mismo es un acto de tortura. La misma clasificación ha recibido la obra de Santiago Sierra. No existen coincidencias, sólo críticas que tienen repercusiones en la habladuría de los que no se enteran, señalamientos ad hominem y un montón de exposiciones hasta ahora, pues la obra del brazo es un trabajo antiguo del artista español. Un crítico imaginario disfrazado de Deus ex machina​ diría: “Es cruel e insensible». Pero el mundo es peor, esto sólo es una cucharada de mundo, y está hecho para darnos cuenta de cómo rentamos nuestra vida al mejor postor.

Lo sencillo sería decir que Sierra es un burgués que se burla de la condición paupérrima de los desposeídos y que lo que él hace no es arte. Pero aquí no nos interesan esa opiones de perogrullo. Santiago estudió en Europa, viajó por muchas partes del mundo y pasó un buen tiempo en México, vivió aquí durante doce años. Él comentó que fue en el país de los tacos y las tortas donde su obra cobró mayor fuerza y proyección internacional, en su sitio oficial, santiagosierra.com, se puede seguir su rastro con santo y seña. En una entrevista, Santiago Sierra expresó que lo más sórdido que ha presenciado en su vida lo vio en México, nación que también perturbó a Buñuel, Artaud y Lowry. Ese brazo que asoma por el hoyo es mexicano.

Como los que colaboran en la obra de Santiago Sierra, también nosotros empeñamos el tiempo y espacio que somos para ganar algo de plata, rentamos las existencias que supuestamente nos pertenecen, ya no digamos al mejor postor, cualquier oferta es buena, a esto le llamamos trabajo, sobrevivencia, vida. Lo primero es arte, pues se critica desde la exposición una dinámica que pocas veces se cuestiona: el trabajo; lo segundo es esclavitud contemporánea, pues trabajamos cada vez más y más y más. Y nada alcanza cuando todo es inalcanzable. En un mundo de contradicciones, el creador minimalista las subraya, las enmarca y las pone en los museos o fuera de ellos, también en esto de los recintos consagrados para el arte se muestra iconoclasta el madrileño. Una parte muy importante de su quehacer cuestiona lo que puede hacer alguien, quien sea, por dinero, pero otra parte también va contra la sacralidad de los museos. Personas remuneradas por tal o cual cosa, así nombra a las ya de por sí víctimas de este sistema que hoy, como ayer, colapsa, y ante el colapso alguien saca el brazo por el hoyo de una pared.

“Parto de un formalismo, de un lenguaje muy formal, mínimo, una tradición duchamptiana, una manera de pensar el arte no como una habilidad manual o habilidad fabril, sino como una actividad intelectual, una actividad en donde lo que se está desarrollando es el libre pensamiento”, Santiago Sierra tiene una aversión al trabajo, al estado, al capital, a lo jerárquico, al endiosamiento de la figura del artista, en resumen, es repelente a la explotación de la vida bajo el pretexto de la sobrevivencia. Y, sin embargo, de esto trata parte de su obra. Estamos ante un ser humano que incomoda a sus contemporáneos, ya los que vendrán después. Santiado Sierra parte de lo insufrible para elaborar su discurso, una narrativa de lo intolerable, una mirada que encaja agujas en los ojos del espectador, un NO que le ha dado la vuelta al mundo, el excremento sobre el minimalismo, el museo clausurado o inundado o de plano borrado del mapa.

¿Qué más ha hecho Santiago Sierra? Paró el tráfico en una de las avenidas más importantes de la Ciudad de México, atravesó un camión y grabó las reacciones de los chilangos. Les pagó a unos sujetos para que cargaran un muro, mientras más aguantaran, más ganaban; remuneró a unos individuos (como entre las naciones) para que sostuvieran un pilar en posición horizontal durante horas; les dio dinero a unos inmigrantes para que cavaran tumbas y a otros para que se enterraran como plantas en estas tumbas; les pagó a casi quinientas personas para que se metieran a la sala de un museo, la multitud desorientada; les pagó a media centena de personas para que interrumpieran la entrada a un museo; les pagó a un número equis de pobres-indigentes-curiosos para que se dejaran tatuar una línea en la espalda y a otros para que se pintaran el pelo de rubio. Les dio ratones asados a los asistentes a una de sus exposiciones, aperitivos peruanos, le cortó la cabellera a un grupo de personas, otras más fueron llevadas a un recorrido desconocido pues el camión iba totalmente sellado. Les pagó a cuatro grupos de blancos y negros, hombres y mujeres, para que tuvieran sexo entre ellos, en todas sus posibilidades, posiciones y filias. Ha hecho esto y más, sigue en el hacer.

“Yo me escapo de ser clase trabajadora”, el centrífuga se ejercita en la libertad que es el arte, avanza desenfrenado, se ha topado con pared, pero le paga a alguien para que destruya esa pared. Santiado Sierra restrega su coraje en la cara de los “jefazos”. Cuándo, cómo y dónde, el elemento sorpresa es importante. Y esto hace enojar a los que se enojan, reta al que señala, confronta, escandaliza, saca el brazo por un hoyo. La producción (palabra que surge de la jerga laboral) de Santiago Sierra seguirá transitando entre el asombro y la repulsión, ¿ya dijimos provocador? Él mismo se delata: “Yo siempre estoy llevando al límite a la censura”.

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