Reseña objetiva y detallada de la velada en el Festival Internacional de Jazz de Pleyel del lunes 9 de mayo, año 1949 de la era cristiana, año 29 de la era bisónica

Boris Vian

La velada estaba dedicada a la música bebop, como se la suele llamar, y me llegó al corazón, aunque no lo tengo muy fuerte desde que Françoise me sedujo y no tendríamos que pensar en otra cosa.

Como era una velada consagrada a ese arte en particular, no había demasiados rezagados aficionados a las marchas militares, sino que los presentes fueron corteses. Aunque no muy corteses con los musiflupetones de Vic Lewis, que rompieron el fuego, ni muy galantes con la encantadora saxotenorfonista alta y rubia y deliciosa que, sin embargo, no se quedaba corta en pullas ni en técnica y que tenía un estilo, a fe mía, inspirado en Lester Young, que es un buen modelo. A mí me gustó mucho esa gran saxifornista, y me habría encantado aprender a cantar con voz de tenor con ella, pero Vic Lewis no parecía muy a gusto.

A continuación, tocaron Miles Davis, Tadd Dameron y Kenny Clarke con James Moody y Barney Spieler, que estaba un poco emocionado, aunque es un tipo duro. Pues bien, quisiera hablarles de Miles, que cada día de la semana tocó mejor que el anterior, aunque aquel lunes la cosa ya fue sensacional. La víspera nos sorprendió no reencontrar su estilo de acelerones y paradas facultativas, tan pausado; gillespiaba un poco más que en sus discos, pero el lunes 9 tocó un Embraceable You absolutamente arrebatador. Tadd Dameron encontró una solución para el supuesto callejón sin salida del bebop (que no es tal, pues). Tadd reintrodujo las líneas melódicas continuas, pero deliciosamente contorneadas con sierra de alfarero. Tadd tiene un sentido del piano extremadamente personal; a mí me gusta mucho su forma de derramar los acordes de setenta y nueve formas diferentes, y me alegro de que se quede en París. Después de Miles Davis tocaron Diéval con Hulin, Hubert Fol, Soudieux y Ritchie Frost. Todos ellos tocaron muy bien. Hubert Fol estaba bastante en forma; a veces, parece que le falten vitaminas, pero desde que se peina con un mechón, ha resucitado. Ritchie pasaba medio desapercibido al lado de Kenny. Vaya; de hecho, me había olvidado de Kenny y Moody, pero era una impostura: Moody nunca había estado tan inspirado, y de Kenny hablaré en seguida. Hulin está progresando, diría; tiene una bonita técnica, pero a ratos se lamenta su falta de potencia. La verdad es que únicamente Dizzy y Fats Navarro saben combinar potencia y super técnica.

Al fin escuchamos al pájaro, al mismísimo Charlie, en su formación con Al Haig al piano, excelente técnico al que le falta un poco de punch —aunque al piano, conjugar una gran habilidad con todo lo demás exige ser un Tatum—, Tommy Potter, el bajista más encantador que conozco, y que toca, Dios mío…, como para deleitarse…, Kenny Dorham, que ha hecho progresos considerables respecto a las grabaciones que conocía de él, y Max Roach, que dejó sin respiración a los más difíciles de dejar sin respiración (aquellos que tienen una enorme caja torácica llena de pulmones, of course). Todos los aficionados y los músicos esperaban con impaciencia a Max Roach; en Francia, lo que más gusta son las secciones rítmicas, tanto entre los amantes del New-Orleans como entre los fans del bebop. Max es un maestro de la caja; puede pegar a los diversos platos un número de castañazos por segundo absolutamente exagerado y desalentador. ¡Y qué despliegue! Pero es más bien un batería en la línea de Cozy Cole, Drummers-machine y compañía que un innovador como Kenny Clarke. Al escucharlos tocar juntos, uno se da cuenta de que los dos rebosan de técnica, que Max tal vez toca con más ligereza y levedad, pero que Kent tiene una imaginación delirante. A decir verdad, son dos baterías portentosos.

Al fin, Charlie Bird, que llegó al escenario con el ojo vidrioso como un zombi…, y luego, el diluvio. Nos quedamos sin aliento, aturdidos, babeando (la nobleza obliga)… Contamos y nos metimos de cabeza. Pero él no…

(*) La «era bisónica» alude a uno de los pseudónimos de Boris Vian, Bison Ravi, que es un anagrama de su nombre y que en francés se pronuncia igual que «bisonte encantado».


Boris Vian (París, 1920-1959).

Autor, músico y periodista francés, entre otros muchos oficios. Boris Vian estudió Ingeniería, aunque ya desde joven había manifestado un gran talento y afición por la música jazz y las letras.

Vian trabajó como ingeniero, combinando esta labor con la música y la literatura, tocando en varios grupos de jazz, escribiendo crítica musical y publicando sus primeros relatos, siendo colaborador en medios dirigidos por Albert Camus y Jean Paul Sartre.

Su primera novela fue publicada en 1946, La espuma de los días, a la que siguieron El otoño en Pekín y Escupiré sobre vuestra tumba. Esta última fue presentada bajo el nombre de Vernon Sullivan y recibió numerosas críticas, siendo perseguida durante años hasta que Vian fue llevado a juicio.

Otras obras destacadas durante los años 40 fueron Que se mueran los feos o Todos los muertos tienen la misma piel, pero la crítica le impuso un severo correctivo por el uso de seudónimos.

En la década de los 50 se retiró de la ingeniería y comenzó a trabajar como traductor y conferenciante, publicando cada vez menos, aunque habría que resaltar en estos años la aparición de la novela La hierba roja y El arrancacorazones

Escribió también libros de cuentos: Las hormigas y el Lobo- Hombre, por ejemplo, además de poesía, teatro y una buena cantidad de canciones.

Murió de un infarto en un cine mientras veía la adaptación de uno de sus libros.


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