Sobre Los Constructores

Víctor Manuel Pineda

Me refiero a una nota firmada por Ernesto Martínez Elorriaga, corresponsal del diario La Jornada en la ciudad de Morelia, el día 14 de febrero del año en curso. La nota en cuestión está encabezada de la siguiente manera: “Indígenas derriban escultura Los Constructores en acueducto de Morelia”. Previsiblemente, el hecho ha sido reducido por la mayoría de la prensa a la categoría de vandalismo y, de parte de los que se han pronunciado en torno caso, con una apresurada absolución de lo que la escultura representa. ¿Deberíamos de abrir el debate hacia una ponderación mucho más reflexiva de lo que representamos en el espacio público? Me parece que sí. Todo aquello que se emplaza en éste, aspira a consagrar a personas, o a valores, aparentemente incuestionables. Así es el comportamiento del bronce y del mármol, cuando quieren fijar simbólicamente lo que sería el “soberano bien” de una comunidad. El problema, en efecto, es que no todos se reconocen en esas representaciones. Entendemos que, como bien da cuenta la nota de Martínez Elorriaga, las organizaciones indígenas que encabezaron la defenestración ya habían solicitado al Ayuntamiento de Morelia que fuera retirada. Así, por la buenas. La petición seguramente fue a parar al bote de la basura.

La oleada de revisionismo histórico –como la que se ha desatado en los Estados Unidos, a raíz del asesinato de George Floyd, el afroamericano que removió muchas fibras profundas de una sociedad que todavía no resuelve uno de sus conflictos más delicados, el racismo– ha llegado a nuestro país.  La escena que ese espacio escultórico representaba es un caso para El Malestar en la Cultura: a fuerza de simplificar, nos dice que unos nacen para mandar y otros para obedecer. Los primeros personajes, los mandones, tienen la gestualidad de quienes se saben amos y señores:  manos preñadas de imperativos, prestas a tronar los dedos y mirada fulminante de pantocrátor; los segundos, unos modestos tamemes, los cargadores que representaban lo más bajo de la escala social del mundo colonial, están figurados, soportando bajo su mecapal el peso inclemente de las piedras. Los atuendos son modestos y la mirada humillada, como la de una Madona a punto de lapidación. Aristotelismo, a lo Ginés de Sepúlveda.

¿De qué es síntoma esta defensa de la restauración de Los Constructores, tal y como estaba hasta antes del 14 de Febrero?  Nos gusta ver la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.  Todavía no nos hemos enterado cuán profunda es la raíz del racismo en nuestro país. Esto es lo más desconcertante, que ni siquiera nos damos cuenta. Lo prueba la multitud de comentarios que hemos leído y escuchado en relación al hecho de marras. El señor Santiago Abascal, líder de la formación ultraderechista española denominada Vox, el mismo que vino a tirar línea a varios senadores del PAN para invitarlos a la empresa de santificación de la época de Felipe II, estaría escuchando estos despropósitos con mucha fruición; seguramente también la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (que ha declarado que “el indigenismo es el nuevo comunismo”).  En todas partes se cuecen habas, qué le vamos a hacer: la señora no se ha dado cuenta de la caída del muro de Berlín. ¿O es que debemos temer que Corea del Norte nos invada y nos convierta de nuevo en idólatras, en gentiles que han recaído en la antropofagia? Los discursos supremacistas están tomando una incómoda influencia. Lo peor de todo es que se ve muy poco ánimo de combatirlos.

Habrá que retirar esa escultura como se hace con los militares que son degradados públicamente, retirándoles las insignias que les daban autoridad, pero también denunciando la ceguera que hay detrás de las opiniones demasiado condescendientes con ese tipo de representaciones. Ahora que el Ayuntamiento de Morelia ha declarado que hará una consulta pública sobre el mencionado espacio escultórico y cómo será restaurado ¿Cabe hacerlo con sentido vindicativo y ahora poner a Fray Juan de San Miguel a cargar piedras, para que vea lo que se siente? Me parece que no. Si lo que queremos es un país sin amos y sin siervos, tenemos que hacernos preguntas incómodas sobre nuestro pasado y la naturalización de la desigualdad que se despliega en muchos de nuestros espacios públicos.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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