¿Te veré en el desayuno?

Mariano Paul

Uno no es lo que quiere
si no lo que puede ser.

José José

Cristina y Ulises o el canto grabado de las sirenas

Ulises, un empleado del departamento de cobranza de Fonacot, frustrado con su vida y sin posibilidades de cambiar su suerte en la burocracia corrupta y tribal, conoce a Cristina, una prostituta elegante, voluptuosa y dueña de un humor cruel y corrosivo. Por los peligros de su profesión, su edad y la ternura que le inspiran las visiones de la vida doméstica acepta vivir con él en su departamento. 

Hacía tanto tiempo que no pasaba una velada entera con una mujer que le regalara su tiempo de un modo tan generoso…una mujer capaz de permanecer a su lado hasta las 6 de la mañana, hora en que Ulises solía despertar gritando para encontrarse frente a un mundo con olor a ladrillo y a muerto, con la sensación de ser un objeto más de un infinito basurero repleto de memorándums y lápices amarillos, de tener en el estómago cal y cemento, de saber que estaría solo hasta el día de su muerte

Ulises es un hombre cursi y melancólico que tiene afición por la música de José José, no ha tenido la oportunidad ni la suerte ni el talento para dirigir el departamento de cobranza de Fonacot. Es quizás el hecho de haber experimentado la miseria y comenzar a rasguñar una vida mejor, a la par de su temperamento contemplativo, lo que le ha dotado de un sentido de compasión y justicia.

Sombras

Adolfo y Olivia o la muerte se muere de aburrimiento.

Del otro lado está  Adolfo y Olivia. Adolfo es un amigo de Ulises de la primaria que vive entre la añoranza de su infancia y el ferviente deseo de entrar en la vida de su vecina.

De pronto, Adolfo descubrió que la casa había tenido siempre ese olor dulzón como de manzanas cocidas, azúcar podrida, un olor y un polvo que estaba en su piel, en su cabello, fundido en la pared de sus tabiques nasales

Veterinario por resignación y convicción, pues está seguro que un perro y un humano son idénticos por dentro, vive de trabajitos que le salen con sus vecinos y conocidos, y le da un poco de alivio que eso le alcance para ganarse algo de respeto y lo llamen doctor.

Como buen acosador vive obsesivamente anhelando el amor de su vecina. Conoce a detalle cada uno de sus movimientos . Es la forma que se ha inventado para ser parte de su mundo.

Pensando en ella, con vehemencia pero también con resignación, como se piensa en la ciudad que jamás vas a conocer y que, sin embargo, por alguna razón, conoces y está en tu mente, calle por calle, color por color.

Será también la casualidad la que lleve a Olivia a recorrer el pasillo de la unidad habitacional a la hora en que el Alfil y sus compañeros aguardan para robar a los despistados transeúntes. Sin dudarlo el Afil aprovecha la soledad del paraje y comete la violación, la violencia, ese acto que nos funda como sociedad y nos devuelve el rostro de los propios y los extraños.

Olivia es la hija de un matrimonio de testigos de Jehová, marcada con la extrañeza y la marginación en una sociedad católica y sectaria. Quizás es Olivia el único personaje que opone algo de resistencia a la fatalidad del tiempo y la zoología del  más fuerte.

Y no sólo la piel y el cabello sino también un ritmo diferente, ajeno a los movimientos mecánicos y minuciosos de la madre y al desgarbo acongojado del padre; un ritmo que imprimía a sus actos una cadencia agónica y en cierto modo elegante: como si paseara sobre una cuerda teniendo la absoluta certeza de que nunca caería.

Ella es la única que parece no pertenecer ni a su familia ni a su comunidad.  Cuando tuvo el horror de frente todavía se plegó al impulso más puro y le arrebató de una mordida los labios a uno de sus violadores.  Carne que, por algún impulso defensivo de la misma carne trabada y casi ausente, se quedó alojada entre los dientes degradando el cuerpo y el alma de Olivia.

A pesar de la indiferencia de Olivia hacia el mundo no puede sustraerse de su movimiento deforme y cruel y es violada por el Alfil y el Toro. 

Los perdedores.

Ese tono sombrío y sentimental que ronda la vida de Ulises y Adolfo, como avergonzados por su suerte, se ve interrumpido por las dosis de cinismo con las que  Cristina suele encarar las situaciones, a pesar de la amenaza constante de la policía y la incompatibilidad de sus ambiciones económicas y sociales con los dolores vaginales.

Le abrió la bragueta y tomó en su manos la carne dura y dispuesta. Pensó que si su nuevo amigo no fuera tan susceptible habría dicho algo similar a: Voy a tratarte como si ya fueras gerente.

Los personajes están frente al muro del tiempo y la desesperación. Ubicados en su desnudez, soledad y desamparo, en el momento que el cuerpo se inclina y el suelo raso que siempre estuvo ahí se prepara para recibir el golpe.  Y entonces se aferran.

Seres cuya única gesta es la de seguir existiendo. Seres que encuentran razones para existir a pesar de la desgracia, la miseria, la monotonía y la frustración.

Y en verdad soy yo un payaso. Uno no es lo que quiere sino lo que puede ser. Y al final todos parecen flotando en la nata de la conformidad, pero todavía mantienen algunos poros abiertos hacia algún ángulo que refleje un destello o un poco de heroísmo o belleza.

¿Te veré en el desayuno? de Guillermo Fadanelli es una novela más tradicional donde el monólogo existencialista presentes en otras obras está más amarrado y orientado a las atmósferas y las presiones psicológicas en las que se mueven los personajes en un mundo corrupto, violento y absurdo.

Una de esas preguntas que se lanza automáticamente, presa de ese mecanismo fatal y eficaz que es el tiempo.  Todo se sucede normalmente, pero en la monotonía también acontece lo inesperado y uno puede preguntar al salir corriendo hacia la noche,  las calles y los rincones, deteniéndose en el umbral del ojo: ¿Te veré en el desayuno?                       

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