Tomates rellenos horneados

Horacio Cano Camacho

Estoy muy entretenido rehogando una mezcla de berenjena, calabacita y arroz, con un poco de menta para cocinar el relleno de mis tomates a los que previamente he sacado el “corazón”. Me dispongo a colocarlos en el molde refractario sobre una cama de papas cortadas en cubos y… ¡Momento, esta es una columna de novela negra! Te equivocaste de medio -me dice mi voz interna…

-No, digo yo. En realidad, estoy intentando probar un platillo que Adrianí le hace frecuentemente a Kostas Jaritos cuando quiere firmar la paz… -pero eso es asunto de recetarios y gustos ¿qué tiene que ver con el noir?, sigue mi voz…

Yo soy medio cocinillas, como le dicen los españoles a quien disfruta cocinar y lo hace más o menos bien. Ojo, no soy chef, simplemente me gusta cocinar y comer. Y una de las fuentes de disfrute gastronómico es, curiosamente, la novela negra.

Aunque hay muchas historias de novela negra que suceden entre fogones y hasta cocineros detectives (y asesinos), yo me refiero a la comida como otro personaje de los libros. Todo comenzó con Manuel Vázquez Montalbán, al que todo fan del noir que se respete, reconocemos como el gran renovador del género.

Vázquez Montalbán es un personaje en sí mismo. Militante muy comprometido de la izquierda, peleó en la resistencia contra el franquismo. En su labor de periodista publicó cientos de textos, reportajes, octavillas contra la dictadura, muchos en la clandestinidad.

Luego, muerto Franco y ya con su nombre, creó un personaje de novela y un estilo muy personal que rápidamente se convirtieron en el canon del género y no porque él así lo pretendiera, sino que muchos de sus seguidores aprendieron el estilo y lo llevaron a sus propias creaciones.

Dio vida a Pepe Carvalho, un detective desencantado, del mundo, de las utopías, que mezclaba sus investigaciones con una pasión: la cocina. Pero Carvalho no solo cocina, viaja y prueba, haciendo del buen comer una parte importante de sus libros y sus historias, al grado de no poder separarlas.

Carvalho era realmente el alter ego de su autor en cuanto a comer y beber; era un consumado gourmet, respetado por los más famosos chefs de la época. Aunque su famoso detective recorre el mundo en sus investigaciones, en donde procura comer, beber y amar por igual, es Barcelona su centro. En esta ciudad existen guías turísticas que dan cuenta de sus lugares predilectos y muchos realmente existen, en las novelas y en la realidad.

Manuel Vázquez Montalbán dejó constancia en Las recetas de Carvalho (Planeta, 1989) y reeditado por la misma editorial bajo el nombre de Carvalho Gourmet de la pasión de ambos, el de papel y el de carne y hueso. Vázquez Montalbán decía que “la sordidez de la novela policiaca más o menos convencional no excluye apuestas por los placeres” y la comida y la bebida, eran de los más importantes.

Sus “herederos” tomaron ese estilo y así vemos a Salvo Montalbano de Andrea Camilleri, suspender la investigación para disfrutar de su mayor placer, degustar un plato y un buen vino en su Sicilia imaginaria. Mario Conde del cubano Leonardo Padura se mete hasta en el infierno con tal de conseguir algunos ingredientes para que Josefina -en lo más álgido del “periodo especial” cubano- les cocine algo que acompañe y suavice sus reflexiones y escepticismo frente al sistema y el dolor del derrotado, mientras escucha un disco de Creedence Clearwater Revival. En México, El Zurdo Mendieta de Élmer Mendoza se detiene en cualquier fondita o se devora lo que le cocina Ger de las exquisiteces de la cocina sinaloense. O la delicia de pensar los platos que degusta Kostas Jaritos de Petros Márkaris, ya reseñado en este bufete negro; o los viajes al mercado del commissario  Brunetti de Donna Leon.

Decia que me gusta cocinar y un juego que me interesa mucho es reproducir algunos de los platos de mis detectives favoritos. Algunos, por aquello de sustituir ingredientes inexistentes por estas tierras, han devenido en platos propios que disfrutamos en casa. Leyendo El quinteto de Buenos Aires de Vázquez Montalbán, descubrí dos de los mejores asaderos de carne en esta ciudad y creo, del mundo. En este mismo libro, Carvalho dice “…no me hagas hablar, tengo sed de agua. La sed de agua es primitiva, la sed de vino es cultura y la sed de un buen cóctel es sin duda la más elevada…” y “Hay que beber para recordar y comer para olvidar”.

La novela negra aporta muchas cosas, entre otras un buen tema de conversación y la posibilidad de un buen plato y un buen vino. Y bueno, me llaman para pelar los piñones para el Fatteh de berenjena al estilo de las que come Brahim Llob de Yasmina Khadra…

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.


Imagen de portada: Joan Chito

Loading

También le venimos ofreciendo:

Danos tu opinión: