Una de pintores: Myminerest the spheres

Rafa Flores

Madge Gill nació en 1882 en un barrio pobre de Londres. Hija natural. Ni rastro de su papá. Su madre ocultó su existencia por nueve años y luego la regaló a un orfanato en Barkingside. De ahí la enviaron a Canadá donde trabajó en una granja y también fue empleada doméstica. A los diecinueve años regresó a Londres para laborar como enfermera. Se casó con su primo Tom Gill con quien llevó una relación de infidelidades y enfermedades. Dio a luz tres hijos varones, de los cuales uno murió en la pandemia de gripe (¿les suena?) de 1918. Luego tuvo una niña que nació muerta y la misma Madge estuvo a punto de fallecer en el parto, quedó postrada por varios meses y perdió un ojo que sustituyó por uno de cristal.

Hasta aquí todo parece desgracia y tristeza, pero las cosas cambiaron. De pronto apareció «Myminerest» en su vida. «Mi paz interior», decía doña Madge. Una especie de guía espiritual o la manifestación de su alter ego artístico. La noche del 3 de marzo de 1920 fue «poseída» por primera vez en un episodio de sonambulismo y este fantasma permaneció con ella el resto de su longeva vida. En pleno trance comenzó a pintar con tinta china sobre rollos de manta barata; trazaba en ellos grafismos, arabescos, laberintos y figuras orgánicas que cubrían todo el espacio. Los rollos de tela eran cada vez más grandes y llegó a pintar algunos que miden 40 metros. La foto nos muestra a Madge trabajando; su hijo Laurie iba desenrollando la tela sobre una mesa mientras su madre trazaba aquellos laberintos interminables. Laurie publicó un libro, «Myminerest the spheres», donde describió las sesiones sonámbulas y los métodos de trabajo de su mamá.

En 1922 se sometió a tratamiento psiquiátrico en Hove, en la costa sur inglesa y su médico conoció las pinturas, determinó que se trataba de «una pulsión incontrolable, un portentoso arrebato de inspiración». Su caso atrajo la atención de artistas, médicos e investigadores esotéricos. Su primera exposición individual en la galería Whitechapel la catapultó a la fama. Año tras año siguió exponiendo su obra en el mismo lugar. Jamás quiso vender ninguna de sus piezas, decía que no eran suyas, que pertenecían a Myminerest y ella sólo era un conducto para su creación material.

En una carta que escribió a su amiga periodista Louise Morgan le confiesa: «Querida Louise, me gustaría ser normal».

En sus últimos años, ya anciana, su carácter se volvió agrio y absorto, apenas salía de su casa y pasaba las noches pintando en su habitación. Los vecinos hablaban de su mirada inquietante, su discurso excéntrico y su comportamiento «como de desquiciada o borracha».

En la actualidad su obra se conserva celosamente en el Museo de Lausanne, Suiza, y en la colección Aracine de Lile, Francia.

No se si existan los fantasmas, de ser cierto, éste era buenísimo para pintar.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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