Una de pintores: retratar a personajes poderosos

Rafa Flores

Tres anécdotas de artistas que retrataron a personajes poderosos.

UNA. La reina Victoria de Inglaterra era fea. Sólo hay que ver la foto que acompaña este texto para darse cuenta. A través de los 63 años de su reinado, muchos pintores y escultores realizaron retratos suyos. Todos trataron de favorecerla mostrándola, si no bella, al menos digna y altiva; aplicaron la famosa «manita de gato». La excepción fue el escultor Josef Durkheim. Recibió el encargo de realizar un busto de Su Majestad y con la ayuda de fotografías trató de ser lo más objetivo posible, porque pensó que ese era su deber. Terminó su trabajo y la Reina lo recibió para ver el resultado. Quedó pasmada. No pronunció palabra alguna. Metió la mano en el busto de arcilla y de un zarpazo arrancó medio kilo de cachete y papada y lo arrojó al suelo con rabia. Salió de la estancia antes de que las lágrimas brotaran de sus ojos. Josef Durkheim jamás volvió a recibir un encargo de la realeza.

DOS. El rey Luis II de Baviera era un hombre alto, elegante y muy guapo. Le gustaba el arte y las fiestas. Ponía más empeño en construir castillos de cuento de hadas que en gobernar su estado. El sueño dorado de la escultora Elizabeth Ney era hacerle un retrato de cuerpo entero. Movió sus contactos en la corte y logró mostrarle al Rey las efigies de Bismarck y Garibaldi como prueba de sus habilidades. El Rey accedió a posar para ella, pero puso dos condiciones. Una: no hablarle. Dos: no tocarlo. Realizaron varias sesiones en las que el monarca parecía aburrirse mientras la afanosa artista trabajaba. En un breve descanso, Elizabeth sacó un libro y leyó un poema de Goethe en voz alta; así nomás, lo soltó al aire como si estuviera sola. Luis II sonrió, complacido por el detalle. Ordenó a los cortesanos que andaban por ahí que salieran del salón y luego, hecho una sedita, se sentó junto a ella y le pidió que siguiera leyendo. Debió tener una voz muy seductora la mujer, o quizá los poemas de Goethe tuvieron un efecto afrodisíaco, la cosa es que el rey guapo aflojó el cuerpo y entonces Elizabeth pudo hablarle… y también tocarlo.

TRES. El duque de Wellington fue el genio militar que derrotó a Napoleón en Waterloo, un tipo frío y determinado, la viva imagen del orgullo inglés. En un viaje por España, su subalterno Ricardo de Álava lo convenció de que visitaran al pintor Francisco de Goya para que le hiciera un retrato. El duque aceptó de mala gana y le concedió una hora al artista para el encargo. A Goya le sobraron minutos; dos tres pinceladas y ya está: pintó un retrato genial donde Wellington aparece arrogante y desdeñoso, tal como era. Al héroe inglés no le gustó el cuadro, pidió modificaciones que Goya no quiso hacer. Wellington escupió unas groserías en inglés y Goya le mentó la madre en español. El duque desenvainó su espada y la alzó contra el pintor, entonces Goya tomó dos pistolas cargadas que siempre tenía en su mesa de trabajo y las apuntó a la cabeza del inglés; soltó dos disparos que no dieron en el blanco. Wellington, espantado y creyéndose herido, corrió despavorido a la calle y jamás volvió. Wellington derrotó a Napoleón el Grande, pero ante la furia de Goya huyó como perro con la cola entre las patas.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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