La visita de J.H. Obereit a las sanguijuelas del tiempo

 Gustav Meyrnik En el cementerio de la parroquia del pequeño pueblo de Runkel, un lugar apartado, como fuera del mundo, descansaba para toda la eternidad el cuerpo de mi abuelo. Su tumba de piedra estaba prácticamente cubierta de musgo y apenas se leía el epitafio. Pero bajo dicho epitafio, tan reciente como si hubiera sido hecho ayer mismo, se ven con absoluta claridad cuatro letras alrededor de una cruz: VIVO VIVO. Eso quiere decir “estoy vivo”. Ese fue el significado del que recibí noticia cuando leí por primera vez la…