Graham Greene Bajo la suave llovizna estival, Craven pasó junto a la estatua de Aquiles. Acababan de encender las luces, pero ya los coches se apiñaban en dirección de Marble Arch, y los angulosos y calculadores rostros judÃos se asomaban a la calle, dispuestos a pasar un buen rato con cualquier cosa que les saliera al paso. Amargamente, Craven pasaba a su lado, con el cuello del impermeable cerrado hasta la garganta; era uno de sus dÃas malos. Durante todo el trayecto a través del parque se vio obligado a…