El juego serio del arte

Livier Fernández Topete

El arte es uno de los modos de conocer; esto para Kant se da a través del intelecto, que viene a ser la suma de todos los juicios.

Para algunos filósofos alemanes, entre ellos el citado anteriormente, el juego es una acción que tiene fin en sí misma, se trata de una acción placentera, y la libertad es cualidad imprescindible del juego. El arte es un placer de tipo intelectual, conocemos sin esfuerzo, por libre juego acompañado de placer. El placer que brinda el arte es uno integral, puesto que incluye también al placer físico, es decir, vincula sentidos e intelecto al mismo tiempo. Cuando encontramos una finalidad intrínseca en el objeto, éste nos gusta.

Lo bello (habla Kant) es: lo que place universalmente sin concepto… Lo bello se acompaña con un sentimiento de intensificación de la vida, y es amigo del goce y del juego de la imaginación. Por otro lado, lo sublime es un placer que nace indirectamente, del sentimiento de una repentina suspensión de las facultades vitales, seguida por un abrupto desbordamiento de las mismas. Este sentimiento no está acompañado de una fascinación por el objeto, porque éste es al mismo tiempo que atrayente, un repelente, de modo que el placer que proporciona lo sublime no es positivo (de acuerdo con nuestro juicio), es más bien una admiración, un placer negativo.

El juego, como lo sublime, es un serio uso de la imaginación. Lo bello se relaciona con un impulso erótico y lo sublime con uno más bien tanático, en el primero se intensifica la vida y en el segundo nos vemos arrojados por la fuerza “natural”, cosa que nos recuerda nuestra finitud y nos horroriza a la vez que nos encanta.

Este placer negativo que vive en lo sublime parece relacionarse con el juicio reflexionante. Lo sublime es lo grandioso, en el sentido que nos confronta con nuestra inevitable pequeñez, juega como la obra de arte con nuestros sentimientos y energías; mientras lo bello está asociado a un sentimiento de placer entendido no como contención de energías, sino como la descarga que habita y late en la obra de arte.

La experiencia estética para Kant tiene que ver, grosso modo, con un sentimiento de intensificación de la dualidad vida-muerte (bien a partir de lo que considera bello: placer positivo, o de lo que considera sublime: placer negativo). Lo bello está acompañado por un conocer sin esfuerzo como se hace en el juego; la experiencia estética a partir de lo bello es jugar al mismo tiempo que se conoce.

En esta misma línea discursiva, Schiller, poeta y dramaturgo alemán, heredero del pensamiento kantiano, en sus Cartas sobre la educación estética de la humanidad, expone la idea de que el principio por el cual la belleza puede “actuar” es el impulso de juego.

Para Schiller la experiencia estética también está vinculada con el juego, y con la reconciliación entre razón y sentidos; toda dualidad está contenida en lo humano y por tanto también en su experiencia. Sólo de este modo aparentemente contradictorio, aclara, es que puede completarse el concepto tan complejo de humanidad.

El siglo XVIII, con autores como Kant y Schiller, nos abrió las puertas a la morada de lo que llamamos experiencia estética; en su interior confluyen ideas y sensaciones para las cuales tenemos más de un nombre, y menos nombres en relación a su diversidad. En su último rincón se desvanece toda teoría y nos quedamos sólo sintiendo e imaginando que algo comprendemos. Al exterior estamos rodeados de una fila interminable de estímulos que aún desconocemos y que esperan al acecho, como si fueran animales rabiosos o bestias indiferentes que más allá de la voluntad, acorralarán nuestra piel tan pronto como uno de nuestros pies se asome a la misma puerta por la que entramos.

Lo cierto es que nos seguimos sintiendo complacidos o sobrecogidos por la belleza o sublimidad que se desprende de todo juego, sea éste plácida figuración o serio uso de la imaginación; porque el juego es el impulso productor de sentido, por el cual se realiza el arte entre otras cosas y, por ende, por el que puede activarse nuestro juicio estético.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

Imagen de portada: «Fishermen at Sea» de J. M. W. Turner.

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