En aquellos lugares alejados de la mano de Dios, volví a maquear

Caliche Caroma

Mario Agustín Gaspar Rodríguez recibió, en este intenso 2020, el Premio Nacional de Artes y Literatura en la categoría de Arte y Tradiciones Populares por su trabajo de rescate, investigación y creación con las técnicas tradicionales de la pasta de caña, el maque y la laca perfilada en oro. Fuimos hasta su tienda taller en la Casa de los Once Patios para platicar con él y con su esposa, Beatriz Ortega, sobre el reciente galardón, la trayectoria, los procesos de trabajo. Mientras cada uno aplicaba sobre diferentes superficies el áureo color, pincel, mano firme, al mismo tiempo respondían las preguntas de el-artefacto.  

Este premio está forjado de trabajo familiar, en especial de Beatriz Ortega, talentosa artesana y compañera de vida del artista michoacano, domina la laca perfilada en oro y el maque, no tiene que decirlo, lo demuestra en la praxis. Beatriz es la de los diseños innovadores y modernos para vender a un público más extenso, ella aprendió estas técnicas cuando se casó con Mario Agustín, por necesidad y para enfrentar, juntos, las dificultades de la existencia: “Yo y mis hijos nos hemos dedicado más a la manufactura de piezas más accesibles a los bolsillos de la gente y así él ha podido concursar, atender convocatorias, invitaciones, restauraciones, piezas por encargo y todo ese trabajo que es más laborioso. Yo lo motivo para que le entre, porque tiene el talento y la capacidad para hacerlo”.

Oriundo de Pátzcuaro, Mario Agustín Gaspar aprendió desde chamaco a maquear, en la primaria, a los 11-12 años de su edad: “En la escuela, mi maestro me enseñó a pintar con tierras, a obtener los colores de forma natural. En los ratos que no teníamos clases, sábados y domingos, en las vacaciones, cada que podía asistía con Francisco Reyna Ruiz, mi profesor de primaria, con el que duré cuatro o cincos años como aprendiz. Luego conocí la laca perfilada en oro, me gustó mucho por lo fino del trabajo que es. Le pedí clases a otro compañero al que le pagaba 25 pesos a la semana, fueron otros cinco años de aprendizaje en la laca perfilada en oro. Raúl García me invitó a su taller y, posteriormente, con Alfonso Guido mi enseñanza en esta antigua técnica finalizó. En total trabajé durante 30 años la laca perfilada en oro, hasta que tuve mi propio taller, el taller familiar”.

“Después de eso, la antropóloga Martha Turok me invitó a un encuentro de artesanos del maque a Temalacatzingo, Guerrero. Yo digo que, en aquellos lugares alejados de la mano de Dios, volví a maquear. Recordé lo que desde mi niñez hacía, a sentir la textura de la tierra, en las manos, en la pieza, me entusiasmé mucho y lo retomé. Ya con más experiencia, volví a hacer el trabajo del maque. Y comencé a combinar la laca perfilada de oro con el maque. Pasó el tiempo, me di cuenta de que los guías de turistas les decían a los visitantes que aquí era famosa la pasta de caña de maíz, pero que ya no se hacía. Muchas imágenes que se veneran en varias partes de la república mexicana se hicieron aquí en Pátzcuaro, pero la técnica se había perdido. La pasta de caña de maíz tuvo un muy mal momento durante la Guerra Cristera, porque en aquellos años era muy mal visto todo lo que tuviera que ver con la religión, fusilaban o colgaban a los que hacían imágenes, por eso los artesanos dejaron de trabajar la pasta de caña”.

“Con el compañero Alfonso Guido nos dimos a la tarea de rescatar la pasta de caña de maíz, técnica que nos heredaron desde la época prehispánica los antiguos pobladores de Pátzcuaro. Metimos un proyecto al Gobierno del Estado de Michoacán y la Casa de las Artesanías nos apoyó en ese momento. Investigamos por nuestra cuenta y luego los laboratorios de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo nos ayudaron a determinar, mediante el análisis de pedazos antiguos de pasta de caña de maíz, cuáles eran los elementos y el orden de su aplicación”.

“Duramos veinte años en esta labor de rescate e investigación. Se dieron varios cursos para que otros artesanos aprendieran la técnica de la pasta de caña de maíz y se expandiera por la región. Es una técnica muy entretenida, por muy pequeña que sea una pieza, se tarda en hacerla por lo menos seis meses, no es comercial, casi nadie la compra. Si uno se dedicara nada más eso no saldría ni para comer. Afortunadamente tenemos la técnica de la laca perfilada en oro, que es la que nos mantiene, junto con el maque. Hacemos piezas que llevan las tres técnicas: pasta de caña de maíz, maque y laca perfilada en oro”.


«Recordé lo que desde mi niñez hacía,
a sentir la textura de la tierra,
en las manos, en la pieza…»

Beatriz y Mario Agustín viajaron al Vaticano en 2012, fueron los encargados del tradicional nacimiento que cada año un estado de la república mexicana instala en la Santa Sede: “Fuimos a montarlo, junto con el gobernador de ese momento, Fausto Vallejo Figueroa, y otros funcionarios. Las piezas iban desvestidas, los atuendos de los reyes magos y de los otros personajes del nacimiento eran de los trajes típicos de las danzas de Michoacán, y para que no se maltrataran los vestimos allá. Además, estábamos ahí por si alguna pieza sufría algún daño y necesitaba reparación. Una experiencia inolvidable, iban las cocineras tradicionales de aquí, hubo danzas michoacanas, se regaló mezcal y charanda, se promovieron las bellezas naturales del estado, la artesanía y la cultura michoacana en general”.

El también ganador del Premio Estatal Eréndira 2015 ha elaborado réplicas de pasta de caña de maíz para museos de todo el mundo, pues ha pasado varias veces que se roban las piezas y él, basándose en fotografías, las rehace y las deja igual o mejor que las anteriores. Con reconocimiento mundial, esta pandemia afectó duro a Gaspar Rodríguez y a su familia: “Juntábamos las moneditas para el kilo de tortillas, se cerró la Casa de los Once Patios, no podíamos vender. Poco a poco ha ido mejorando la situación. El premio me cayó de sorpresa. Me habló un sobrino mío de la CDMX, como a la una de la mañana, y como su papá anda enfermo, pensé lo peor. Pero no, resulta que un amigo de este sobrino mío trabaja en la prensa y le dijo que me lo habían concedido este año, para eso era la llamada”.

Beatriz, mientras hace el laqueado, da toda clase de información sobre los procesos de estas técnicas, verbigracia, la elaboración de los colores, la recolección de insectos como la cochinilla para obtener un rojo/guinda, y que si se le agrega orina de vaca cambia el tono, los mordientes, el encargo de oro que tienen que hacer a Italia, junto con otros artesanos, el uso de otros materiales que terminan arruinando la pieza al poco tiempo, en fin, tantas cosas… Ahí está la pareja, en su taller-tienda (Beatriz dice que su casa es el verdadero taller), junto a sus obras y a otras que han coleccionado, algunas realmente antiguas de siglos. Las fotografías que están cerca de sus mesas de trabajo son un somero resumen de estas existencias creativas, afirmativas, luminosas y brillantes como el oro de la laca perfilada que decora el vestido de la Virgen maqueada que escucha atenta la conversación.

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