Nilda

Caliche Caroma

Los papás de Nilda Rosario de la Cruz, en la conferencia que dieron el 15 de julio de 2020 por la tarde, después de la sentencia a Nicolás N., expresaron lo siguiente: “Nos han quitado todo, ya no nos queda nada porqué seguir luchando”. La jueza María Soledad López consideró que quince años eran suficientes, los abogados hicieron lo que pudieron, o eso es lo que se puede inferir, “es que uno no sabe de leyes” y otros enunciados desconsoladores.

En marzo de 2019 desapareció Nilda Rosario (17 el día que notaron su ausencia, 26 cuando se levantó la denuncia). Nilda era estudiante de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Poco tiempo después de la desaparición, su padre salió en un desgarrador video que circuló por redes sociales, pedía ayuda para localizar a su hija, a su pequeña, a su muchachita. Pasaron los días, meses, un año… de Nilda no se sabía nada, nadie. Su novio, Nicolás, era el principal sospechoso, pero no había pruebas, ¿y Nilda?  

Nilda era moradora de la casa de estudiantes femenil que lleva el nombre Rosa Luxemburgo, ahí se le vio por última vez, de allí salió para no regresar nunca más. El 18 de marzo de 2020 encontraron el cuerpo de Nilda Rosario, no aquí en Morelia, sino en Guerrero, en Ajuchitlán del Progreso. Nicolás la había secuestrado, trasladado y asesinado en este lugar.

El 15 de julio por la mañana se llevó a cabo la audiencia en el Supremo Tribunal del Estado Michoacán. Desde temprano, varios grupos de acompañamiento, principalmente de mujeres, estaban afuera del tribunal exigiendo la pena máxima para el asesino de Nilda. Aunque protestaban pacíficamente sobre avenida La Huerta de la capital michoacana, las autoridades creyeron conveniente enviar a policías para “calmar” a las inconformes. Las formas y actos de la justicia mexicana son incomprensibles. «Mientras no tapen la circulación que digan misa» y de los daños a terceros.

Al final pasó lo que ya se sabe, una sentencia mínima. La rueda de prensa en el Centro de Morelia, en una mesa dentro de un café llamado El Prado, la madre de Nilda lloró una vez más, llanto de impotencia, de hartazgo y frustración, lágrimas de dolor. ¿Por qué pasó esto? Así le hubieran dado mil años al asesino de Nilda… ella ya no regresará a estudiar veterinaria, ni abrazará a sus progenitores, Nilda se ha ido.

Una vez más las autoridades tuvieron que ser presionadas por organizaciones civiles, expuestas, casi obligadas para que hicieran su trabajo; una vez más los familiares de las víctimas aguantaron hasta el final (qué terrible final), sin dejarse caer, aunque las fuerzas y el ánimo fallaran, ¿qué más se puede hacer? Exigir justicia, dos palabras que parecen trilladas, pero que se han convertido en una funesta oración para centenas de miles de mexicanos, desgraciadamente esta es la realidad, exigir justicia. Otra historia sangrienta en este cementerio llamado México.  

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