La forastera

Horacio Cano Camacho

Entre los innumerables títulos del mundo del noir para este verano, me encontré La forastera novela de la periodista y maestra en literatura latinoamericana Olga Merino (Barcelona, 1965).

Se trata de un viaje por la España rural que comienza como un intento de regreso a los orígenes, pero termina mostrándonos un mundo muy complejo, nada acogedor. La forastera nos cuenta la vida de Angie, una mujer madura, entrada en sus 50, que regresa a la antigua casa familiar luego de finalizar su relación con un artista inglés en Londres. Angie busca la tranquilidad y la libertad y ya en el pueblo comprende que todos somos en gran medida nuestro pasado, que éste terminará por alcanzarnos donde estemos.

Olga Merino

El suicidio del hombre fuerte de la comarca, un hacendado de esos cuya existencia determina la vida y muerte de todos en el pueblo, desenterrará todos los fantasmas familiares que la rondan. Pero también revelarán que hay un hilo fatal que une a todos en la región.

Angie ha vuelto buscando tranquilidad y sosiego para una vida compleja. Llega a vivir en un destartalado caserón familiar, en compañía únicamente de dos perros. Cada habitación es un recuerdo de otros tiempos, de otros personajes que tuvieron una vida muy dura, muy distante de la imagen idílica que nos hacemos “del campo”. A punta de soportar el desprecio, del ninguneo o la burla abierta, ha logrado que el pueblo la “acepte” como una cosa extraña o extravagante que está allí y con la que hay que cargar. La loca, la inglesa, la bruja… con esa manera tan cruel de vincularse con lo que no se comprende, que existe en muchos pueblos.

El pueblo es un caserío disperso, que vive para las plantaciones de olivos, distante de las urbes de España y no sólo geográficamente. Un viaje por varios de esos pueblos muestra como se van quedando vacíos a fuerza de expulsar a los que pueden trabajar y parir. Allí no va quedando nada, mas que los fantasmas. Allí es donde Angie debe encontrar su lugar, entre los muertos, como ella dice…

No les cuento más. Es un libro pequeño en páginas, que se lee en una sentada. Con una prosa muy pulcra y en cierto sentido, entrañable, nostálgica. A mi me encantó encontrarme con el español de mi infancia, con montones de palabra que hacia años no escuchaba. Desde luego yo no soy español, pero en mi pueblo se seguía hablando así cuando era un niño: angurriento, melindroso, convidar, mestiza, zaguán, aljibe, parva, brocal, pero sobre todo la mitología de esos pueblos “Cuando niña, me contabas cuentos de aparecidos, de los ahorcados que no descansaban en paz y deambulaban de noche buscando consuelo…”; “Algunas noches preferías relatar que la culpa la tuvieron los húngaros que llegaron hace siglos a estas tierras con sus violines y la tristeza escondida en los baúles”. Si, en mi pueblo no llegaban los gitanos, venían los húngaros o mejor, las húngaras a leer la suerte y robar niños mal portados.

Y el pueblo de La forastera no sale bien parado. Todos resultan medio parientes, hijos del incesto, primos con primos, tíos con sobrinas. Allí reina el suicidio como salida a problemas muy esquivos y que nadie, aunque trate, puede entender: “La muerte les fascina. Abordan el suicidio con una naturalidad pasmosa, como si nada, como quien arranca a hablar de la lluvia que no llega, como si no hubiera parapeto entre la vida y la muerte”.

La novela acaba siendo un canto a la libertad, a la resistencia. Angie se alza con muy pocos recursos, pero dispuesta a luchar. Es también, la decisión de ir desenterrando los secretos por mucho tiempo escondidos, pero cuya presencia nos vuelve esclavos del pasado. Un libro muy disfrutable, búsquenlo…


Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el-artefacto.

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