Plenilunio 

Gerardo Pérez Escutia

Antonio Muñoz Molina es una de las glorias de la literatura en lengua española contemporánea. Es uno de los escritores vivos más laureados de nuestro idioma; lo ha hecho todo, novela, ensayo, periodismo, relatos, diarios, etc. Y lo ha ganado todo, desde el premio Planeta hasta el Premio Príncipe de Asturias, además, desde 1995 es miembro de la Real Academia de la lengua Española.

Como hombre de letras también incursionó en la novela negra, logrando una de las narraciones más icónicas de este género en español.  La recomendación de hoy en Bufete Negro se centra precisamente en la novela Plenilunio (Seix Barral, 1997).

El inspector es un hombre gris y cansado que ha esperado durante muchos años su traslado desde Bilbao a otra plaza, a cualquiera donde pudiera sentirse libre de la amenaza de muerte que durante tanto tiempo fue su compañera noche y día, ya que estuvo asignado a la lucha contra la ETA, y como tantos otros de sus compañeros se convirtió en un objetivo del grupo terrorista.

Madrid, 15 de marzo de 2019. El escritor Antonio Muñoz Molina. Foto: Antonio Heredia

Ahora que por fin llegó su traslado (que en realidad lo percibe como una orden y tal vez hasta una sugerencia de retiro), le invade el sentimiento de que “siempre ocurren las cosas cuando ya no hay remedio” y lo entristece, su esposa, después de tanto esperar su cambio, después de tantas noches de angustia y miedo ante el timbre del teléfono que le anunciaría su muerte o una torva amenaza, ya no tiene fuerzas, está exhausta, ya había dejado de preguntar por el cambio, por las noches ya no lo esperaba, solo fingía dormir cuando llegaba, percibiendo su viejo aroma a tabaco y alcohol.

Su nuevo destino lo lleva a una ciudad al sur, con un clima menos extremo y fuera del radar de la ETA. Casualmente, esta ciudad es donde el inspector pasó parte de su juventud, y para él es como un cierre de ciclo, un colofón triste a una vida solitaria, sin hijos, en la que su mayor ilusión es librarse del miedo, poder caminar libremente por la calle sin revisar en varias ocasiones los recovecos de las casas, sin mirar sobre el hombro y sin asomarse a los bajos del auto para asegurarse de que no hay una bomba. 

Apenas se está adaptando a su nueva vida en su vieja ciudad, cuando ocurre el caso que trastocará todo su plan, que le recordará que uno puede huir de sus demonios, estos siempre acaban por alcanzarte.

En una fría madrugada de invierno, en las afueras de la ciudad, unos barrenderos descubren el cadáver desnudo de una niña de unos nueve años, su cuerpo presenta terribles señas de violencia y agresión sexual.

Le asignan el caso al inspector y desde el primer momento, cuando ve el cadáver desnudo de la niña, en especial sus ojos abiertos en los que se reflejaba el pánico de sus últimos momentos, él sabe que se obsesionará con su resolución. Estando en la mesa de la autopsia con el legista, el doctor Ferreras, que fríamente le detalla paso a paso lo que ocasionó su muerte, revive el terrible calvario que sufrió la niña antes de morir y se promete a sí mismo encontrar al culpable.

La niña se llamaba Fátima y sus padres no sabían de ella desde tres días atrás, cuando salió a comprar una cartulina y unas ceras a la papelería del vecindario. Al inspector toca comunicarles la muerte de su hija, y esto lo hunde en un estado de depresión y obsesión a la vez. Acude a visitar al padre Orduña, quien fue su maestro en el internado católico en el que pasó algunos años de su niñez, lo encuentra ya retirado, viviendo como siempre lo ha hecho, en un estado de “pobreza digna” y sin haber perdido ni un ápice sus ideas comunistas de “cura rojo que lo condenaron al ostracismo en su orden, a vivir apartado siempre de las jerarquías eclesiásticas y siempre en las parroquias más olvidadas.

El padre Orduña lo recuerda muy bien, y después de ponerse al día, el inspector le pide consejo, pues está seguro que el asesino de Fátima, es miembro de la comunidad y tal vez el padre pudiera darle alguna pista o hilo de donde tirar, después de tantos años en la ciudad, y después de tantas confesiones y confidencias de sus feligreses.

El padre Orduña le aconseja mirar en los ojos de la gente, él sabe que en los ojos está todo, se puede ver el bien y el mal, la luz de la inocencia o el pozo inerte de la maldad, y que así logrará encontrar al asesino.

La investigación comienza, y ante la falta de indicios o pruebas que ayuden a identificar al criminal, el Inspector pasa largas horas en la calle, en plazas y cafés, en parques y afuera de las escuelas, mirando a los hombres, indagando en su mirada, en particular busca un hombre joven, de pelo oscuro y rizado, que según los pocos indicios encontrados en el cuerpo de Fátima, es el asesino.

Al pasar los días, su relación con su esposa se deteriora a la par que su salud, y tiene que ingresarla en un “sanatorio de descanso”, para que pueda recuperar el equilibrio mental que según los médicos tiene quebrado, tal vez por tantos años de espera, tantos años de miedo y ausencias. Ya solo, sin que nadie lo espere en casa, el inspector se dedica en cuerpo y alma a la búsqueda del asesino de Fátima.

La historia avanza, el autor va desplegando todo su oficio literario, la novela se puebla de seres tristes, seres marcados por la pérdida y el dolor, cada personaje ha sido labrado con precisión de orfebre, sin que nada sobre o falte, el autor se detiene en los detalles pequeños, que desnudan el carácter y el alma, no solo de los personajes, sino de una sociedad conservadora y temerosa, impactada por el terrible crimen.

Todos los protagonistas, incluyendo el asesino, se van mostrando en toda su dimensión humana y social, todos tienen una historia y un porqué, el autor transita indistintamente de lo individual a lo colectivo y nos brinda un retrato detallado de la sociedad española de provincias de los años ochenta del siglo pasado, a caballo entre la dictadura y la democracia. 

Paulatinamente, se van revelando los misterios que subyacen atrás de la muerte de Fátima, en una historia contada sin estridencias ni prisas, en una novela negra que nos deja exhaustos, pero no por lo vertiginoso de su trama o sus giros dramáticos, sino por la profundidad y preciosismo en el detalle con los que trata a todos los personajes y sus historias individuales, en las que al final del camino es imposible no llegar a sentirnos identificados.

Plenilunio es una novela obsesiva como pocas, un relato oscuro, lluvioso y entrañable, es Literatura de primera calidad.

La recomiendo totalmente.

Gerardo Pérez Escutia

Un sobreviviente a un colegio Marista y UMSNH, sus empleos han sido diversos, desde Bell Boy en una compañía de seguros, hasta “Country Manager” en una multinacional, pasando por veterinario, agente de ventas; encargado de turno en una “Comunidad Terapéutica” y microempresario. Ha vivido en Morelia, Uruapan, Culiacán, Ciudad de México y actualmente radica en Guadalajara, Jalisco.

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