Materia oscura: Pesquisa

Aristeo Jiménez

1

Amelia Guerra tendría 5 años cuando su padre Juan Guerra la montó en un burro y bajaron la sierra de San Carlos. Caminaban entre las nubes, el olor del poleo y el yerbaniz los acompañó todo el viaje. El asno ya sabía por dónde ir.

Era de madrugada, allá en el jacal había quedado su madre, Donaciana, moribunda en espera de las medicinas que le prometió el marido. Pero él ya traía su plan, mercó el burro por ciento cincuenta pesos y cargó con la niña en el primer autobús de los Tamaulipas que pasó por al Ejido La Barretosa.

Llegaron a Monterrey al mediodía, pidieron limosna por las casas, Amelia descalza y su padre en huaraches. Anduvieron al paso por Bernardo Reyes al norte hasta topar con un cerro pelón. A unos metros Juan Guerra encontró un gran basurero, las bolsas vacías de pan Bimbo volaban por el aire en círculos, los buitres despellejaban el cuerpo de un gran danés, otros canes hambrientos lamían las calaveras de varias reses. Carretones estirados por caballos y borricos entraban por decenas a tirar la basura sobre barrancos y arroyos sin agua.

A los pocos días el padre ya traía su carromato estirado por una mula.

—Papá, ¿y las medicinas de mi mamá cuándo se las vamos a comprar?

—Deja ahorro unos centavitos, hija, y nos regresamos al rancho.

Pasaron 10 años y nada, el padre agarró el vicio por los Tecates rojos y la niña se puso —así lo decían los amigos de parranda— bien buenota. En la navidad de 1975, después de estar bebiendo tres días seguidos, El Caballo, El Panano, La Liebre y El Diablo amarraron a Juan Guerra en un mezquite y los cuatro violaron a Amelia Guerra, uno por uno, agarrando turno. Una vecina la encontró sobre la cama, bañada en sangre y con raspones y arañazos en el cuerpo, le untó un frasco de Merthiolate, luego le puso muchos curitas y en carretón la llevó al Hospital Civil.

Foto: Aristeo Jiménez

2

Delia La Piojosa tasajeó a su amante una noche de alcohol y pastillas en “El Almirante”. El tablajero fue sorprendido mientras gozoso mordía los senos de otra dama, escondidos en el rincón del zumbido. Su propio cuchillo destazador de reses fue el arma que hizo trizas las vísceras, pene y cuello.

La Merthiolate lo encontró tirado en la calle, a donde los meseros lo habían aventado. Cuando la mujer trató de revivirlo, aunque ya estaba bien tieso, llegó el comandante Fructuoso Óbregón y la subió a la patrulla. Esa fue la primera muerte achacada a La Merthiolate.

Foto: Aristeo Jiménez

3

Vine a buscar a La Merthiolate, la legendaria prostituta y asesina de los años setenta. La Chicles y La Babosa, compañeras de oficio de la susodicha, me dieron santo y seña:

—Vive en las orillas del Río Pesquería, ahora cría y mata puercos, anda con muletas, la diabetes le ha cercenado una pata.

El termómetro marcaba 36 grados, caminé  por el lecho del río, entre llantas viejas y aguas negras. En un mezquital, oí el jadeo de varios cerdos, al acercarme vi a una anciana Caguama en mano silbar la canción Corona de azahares. El sol era un comal para garnachas.

Tuve miedo. Al mencionar el apodo, la mujer me vio a los ojos, me hizo pasar al interior de su cuarto de maderas podridas, no habló, sólo se quitó la ropa y me pidió que hiciera lo mismo.

Aquí sigo, escuchando el relato de su vida, ya nos hemos tomado 15 Caguamas, me vi obligado a ocuparme con ella.  

—Cierra la puerta, Amor.

No sé qué siga.

Hace dos horas llovió con fuerza.

La Merthiolate puso cadena a la desvencijada puerta.

Foto: Aristeo Jiménez

Aristeo Jiménez (Ahualulco, San Luis Potosí, 1960).

Realizó estudios en Artes Visuales de la Universidad Autónoma de Nuevo León, y Diseño de Indumentaria en Arte, A.C. Como Fotorreportero ha trabajado para los diarios el Porvenir y Norte de Monterrey. Su obra ha participado en numerosas exposiciones colectivas e individuales en Monterrey, CDMX, San Antonio, Tx., Los Angeles, San Francisco, New York, Madrid, Paris y Roma. Fue becario del FONCA. Ha colaborado con sus fotografías en las principales publicaciones regiomontanas y del país tales como Cuartoscuro y Luna Córnea, entre otras.

Llegó a Monterrey a los 10 años. Su familia se instaló en la colonia Tierra y Libertad en los 70, justo antes del comienzo de los movimientos sociales que allí se gestaron y producto de los cuales la carrera de Aristeo comenzó. 

Como Weegee en Nueva York, Aristeo ha ganado a pulso el mote y la fama en Monterrey de ser el fotógrafo de la noche. Alguien que ha sabido ir a los lugares donde las historias palpitan, hábil en el adentrarse y mirar para luego narrar: lo mismo los paupérrimos circos, los perros de la calle, los animales escuálidos de las granjas domésticas, las periferias de la periferia; la ubicuidad travesti, los borrachos amanecidos, los mendigos que de un día a otro desaparecen. Cocinas mínimas, callejones laberínticos, cantinas congeladas en el tiempo. Alejandro Pérez Cervantes.


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