La pintura del refectorio de los carmelitas

Joselia Cedeño Paredes

Entre los bienes culturales que forma parte del acervo de la ciudad de Morelia se encuentra la pintura mural  localizada en el refectorio del antiguo convento carmelita, hoy Casa de la Cultura. El inmueble es una edificación realizada en la primera mitad del siglo XVII bajo los cánones arquitectónicos que establecía la orden.[1]

El refectorio se ubica en la planta baja del edificio. Se trata del lugar donde los frailes se reunían a consumir los alimentos. El espacio tiene forma rectangular con un acceso ubicado en el muro sur. En el lado oeste se encuentran cuatro ventanas que permite la entrada de luz al recinto, y entre ellas se colocó un púlpito de madera que se usó para que uno de los frailes leyera una lectura religiosa durante la hora de los alimentos.[2] El muro este originalmente presentaba dos puertas, una permitía el acceso a la despensa y la otra a la cocina.[3] Por lo que respecta al muro norte, alberga la pintura en cuestión, la cual reproduce una forma de un arco de medio punto, contando al centro con un espacio vacío en donde posiblemente se colocaba la loza.

La pintura mural fue elaborada en el siglo XVII y representa a la Sagrada Familia tomando los alimentos, tema acorde con el espacio en el que se encuentra pero poco recurrente dentro de las representaciones artísticas de la Sagrada Familia. De izquierda a derecha se pintó a un perro blanco, símbolo de la fidelidad y lealtad.[4] Enseguida están dos ángeles dialogando entre sí, uno está de espaldas y el otro de frente al espectador, llevando en su mano izquierda un plato con alimento. Los ángeles de esta obra están representados como figuras antropomorfas aladas, de tez y cabellera clara.

A un lado se encuentra San José, personificado como un hombre joven de tez blanca, que viste  un manto verde, túnica café y calza huaraches. Sostiene un báculo, símbolo de su pureza. Luego aparece un ángel que carga un plato dirigiéndose hacia la mesa.

Foto: Joselia Cedeño Paredes

La Virgen está colocada presidiendo la mesa, se le muestra como una mujer joven de tez clara, que lleva túnica rosa y manto azul, colores típicos de su iconografía. En el espacio superior a ella se observa una paloma, alusión al Espíritu Santo. La siguiente figura es un ángel que lleva entre sus manos un plato con alimento, posiblemente con la intención de dárselo a la Virgen María.

En el costado derecho de la mesa también se pintó un gato negro que simboliza buenos augurios y libertad, aunque también se le asocian al demonio[5], el cual huye ante la presencia de Jesús, que es pintado como un infante de tez blanca y cabello castaño que viste una túnica rosa. Se encuentra en pie y con las manos unidas en actitud de oración. Enseguida se observa un ángel que carga dos platos llenos de comida, dirigiéndose hacia la mesa. La mesa muestra una amplia variedad de comestibles; peras, sandias, mamey, guanábanas, higos, además de un cuchillo y varias rosas distribuidas entre la fruta.

Cabe referir que  tanto los objetos que están en la escena (alfombra, sillas, mesa) como los ropajes de los personajes portan vestiduras propias de la época en que se hizo la pintura, no en la que vivieron.

En los laterales, se pintaron las figuras de dos de los santos carmelitas; Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. La primera tuvo un papel fundamental en la orden carmelita femenina, ya que fue quien inició la rama de las “descalzas”. Es también Doctora de la Iglesia[6]. Se le representa como una mujer adulta, con los hábitos propios de la orden.

San Juan de la Cruz fue el fraile carmelita que realizó la reforma en la orden varonil, es por ello que en el arte se le muestra con el hábito propio de la orden. Es también doctor de la iglesia de ahí que iconográficamente se le agregue un libro.[7]

La técnica de manufactura es poco frecuente ya que se usó pintura al óleo, material recurrente en pintura de caballete, no así en la pintura mural donde predomina la ejecución de frescos o pinturas al temple, siendo una de las características que las distinguen de otras obras. El muro consta de sillares de piedra unidos entre sí por juntas hechas de cal y arena de rio. Posteriormente siguió una capa de cal y arena fina y luego una fina capa de almagre con la intención de contar con una superficie óptima para la pintura. Esta capa era recurrente en la pintura de caballete pero no en la mural. La siguiente capa corresponde a la policromía, que se trata de pintura al óleo, mezcla de pigmentos con aceite y solventes. Su aplicación fue con pinceles de diferentes tamaños. Se desconoce la autoría, sin embargo es evidente que se realizó por un maestro pintor experimentado.

Esta pintura es un testimonio del acervo artístico religioso con que contaba la orden carmelita, presentando especial relevancia al ser el único vestigio de pintura mural completa que actualmente se conserva en el inmueble, siendo por consiguiente uno de los bienes culturales invaluables que forman parte del patrimonio moreliano. 

Foto: Joselia Cedeño Paredes

[1] Por ejemplo, se establecía que las construcciones estuvieran en un espacio alejado al centro donde hubiera un ambiente de recogimiento y con un terreno suficiente para una huerta, la presencia de una ermita que en este caso se hizo dentro de la huerta. Otra condición era que las construcciones debían ser austeras y con poca decoración, permitiendo la presencia de nichos, molduras y remates. DÁVILA Munguía, Carmen, Una ciudad conventual: Valladolid de Michoacán en el siglo XVII, Ayuntamiento de Morelia, Morelia, 2010, p. 104 y 107.

[2] DÁVILA, p. 106.

[3] Ibíd.

[4] CARR-GOMM Sara, Diccionario de arte a partir de sus símbolos, Grupo Editorial Tomo, México, 2003, p. 196.

[5] FERNANDEZ López, Juana Inés, Jorge René González, Vocabulario eclesiástico novohispano, INAH, México, 2015, p. 135.

[6] FERNÁNDEZ Bravo Sergio, Diccionario de nombres propios del santoral, La nueva librería Parroquial de Clavería S.A., México, 2002, p. 282.

[7] Ibíd, p. 187.

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