¡Solo un santo franciscano puede salvarnos!

Liliana David y David Ramos Castro

Entrevista con el filósofo animalista francés, Patrick Llored

Patrick Llored es profesor de filosofía en la Universidad de Lyon (Francia) y realiza asimismo colaboraciones académicas en distintas universidades de México. Es investigador en ética animal, así como un ser humano comprometido con la defensa por los derechos de los animales. Su moral incluye el veganismo, a través del cual defiende, coherentemente, su tesis de que en la liberación de los animales se halla la propia posibilidad de liberación para los seres humanos. Como pensador de estos tiempos, está convencido de que la pandemia actual se debe fundamentalmente a la violación de los derechos más elementales de algunas especies de animales silvestres. Por ello, su ética animalista tiene la ambición de evitar más catástrofes en el futuro. A partir de estas y algunas otras ideas se desplegó este extenso diálogo a tres voces. Aquí presentamos la primera de las dos partes de la entrevista.

1.- Ante la crisis mundial que vivimos, ¿cuál es la urgencia e importancia de revisar la relación que ha mantenido el hombre con los animales? ¿Es paradójico o pertinente hablar de la construcción de un humanismo animalista?

Ante la crisis mundial que estamos viviendo, la urgencia es empezar por decir que sólo un santo franciscano puede salvarnos ¡Y lo más importante no es que sea santo, sino que sea franciscano! En lo que yo llamo el franciscanismo primitivo, el de Francisco de Asís, se produjo un acontecimiento histórico nuevo: la obligación de hacer entrar en un mundo común, es decir, en una comunidad moral, la vida de los animales no humanos. El siglo XIII, con este acontecimiento, supuso una ruptura histórica fundamental en la ética animal.

Ahora bien, un acontecimiento como ese no sirvió de nada porque sus efectos fueron enterrados con la muerte de Francisco de Asís.  Dicho de manera más radical: Francisco, sin necesidad de hablar de religión, fracasó por completo en su deseo de poner la cuestión animal en el centro de la ética. Mi tesis es que, hoy en día, la humanidad está pagando ese absoluto fracaso histórico, pero no solamente la humanidad, sino la animalidad y la naturaleza mismas. El humanismo actual de tipo antropocéntrico, mata no solamente a los animales – eso lo sabíamos desde hace mucho tiempo- sino también a los humanos. ¡Esto último estamos desgraciadamente aprendiéndolo ahora a través del sufrimiento planetario que está causando la pandemia, aunque nadie salvo yo pueda reconocerlo! Esta pandemia demuestra, una vez más, que somos incapaces de establecer una relación con la vida animal y natural. En la mayoría de los casos, el 60%, dicen los científicos especializados en infectología, son las destrucciones de los ecosistemas naturales las que traen consigo cambios en las relaciones entre humanos y animales y las que provocan cambios biológicos profundos en estos últimos, incluidas las mutaciones genéticas que producen virus mortales para los humanos.

El fracaso de Francisco de Asís es, por lo tanto, el fracaso permanente de la humanidad frente a la animalidad. Por ello, cada vez que surge una crisis sanitaria, esta debe hacernos recordar nuestra incapacidad histórica a la hora de tomar en cuenta la necesidad de introducir la cuestión animal en nuestra cultura. Existe, de forma directa e indirecta, una relación entre la violencia humana hacia los animales -tanto salvajes como domésticos- y la mayoría de las crisis sanitarias. De ahí la necesidad de volver al franciscanismo primitivo que, a pesar de su fracaso, contiene todo lo importante para revisar en profundidad la relación que tenemos con los animales y la naturaleza. Todo mi trabajo en estos últimos dos años ha consistido en identificar, en esa espiritualidad, conceptos que nos permitan pensar y transformar nuestra relación mortífera con aquellos a los que Francisco de Asís llamaba “sus hermanos”.

La pregunta fundamental que me hago, sabiendo que el problema de fondo es el antropocentrismo de nuestro mundo, es si un humanismo animalista, es decir, sin antropocentrismo, es posible. Desde mi punto de vista como filósofo animalista, franciscano, de izquierda y partidario de una teología de la liberación animal, el humanismo ha muerto. Aunque pueda existir un humanismo amistoso con los animales, como el del pensador Michel de Montaigne, quien escribió textos animalistas que fueron combatidos por René Descartes, estoy convencido de que es el humanismo antropocéntrico, como ideología, ha triunfado. Ese humanismo ha pensado que los intereses humanos son siempre superiores a los de los animales y ha provocado que nuestra relación con ellos y con la naturaleza esté en el origen profundo de la pandemia mundial que estamos viviendo.

2.- ¿Qué implicaciones sigue teniendo, hoy en día, la oposición entre naturaleza y cultura en la relación que impera entre animales humanos y animales no humanos?

La oposición entre naturaleza y cultura, que es de una violencia radical, es el principal resultado del triunfo del antropocentrismo. En occidente, todo lo que proviene de la naturaleza debe servir al hombre, pues este se presenta como su único propietario. Nada puede escapar a esa violencia, ni los humanos, ni los animales.

Esa reducción (que se podría llamar “cosificación” o “reificación”) es el problema, dado que le roba al animal lo que podríamos llamar “interioridad”, pues niega que un animal pueda tener todo lo que esta supone: representaciones, creencias, sentimientos, sufrimientos, deseos. Es la razón por la cual pienso que no solo tenemos que renunciar a la palabra “naturaleza”, sino que debemos acabar y destruir todo lo que esta palabra lleva consigo de violencia antropocéntrica.

3.-¿Qué perjuicios señalaría que ha ocasionado -y que sigue ocasionando-la racionalidad tecnocientífica en la relación de poder sostenida por parte de los hombres hacia los animales?

En cuanto al animal, considero que existe una relación íntima entre ciencia y poder. Me refiero a que el poder político en occidente se sirve de la ciencia y de la técnica, a través de la racionalidad tecnocientífica, para hacer de los animales unos esclavos al servicio de la humanidad. La pandemia actual lo demuestra una vez más cuando uno se da cuenta de que, para salvar a la humanidad por medio de una vacuna contra el coronavirus, se debe experimentar con animales. Es lo que estamos haciendo en todos los laboratorios del mundo. No estoy diciendo, claro, que no haya que investigar para encontrar una vacuna. Eso sería una tontería y una irresponsabilidad. Lo que quiero decir es que nos resulta tan “natural” considerar a los animales como instrumentos de experimentación para la ciencia, que nadie se pregunta no sólo si es ético lo que pasa, sino, sobre todo, si es realmente científico servirse de modelos animales de laboratorio para producir conocimientos aplicables a la humanidad. Es decir, que para salvar a la humanidad hay que sacrificar “a” la animalidad. No es solamente un problema ético el que me interesa aquí, sino también un problema científico, en el sentido de que estoy convencido de que se puede escapar también de una racionalidad de tipo sacrificial.  La gran paradoja es que esperamos siempre que los animales nos ayuden a salvarnos. ¡Les debemos todo y nada a la vez! ¡Miseria del antropocentrismo nuestro!

4.-A su juicio, ¿en qué se ha equivocado el pensamiento humanista o cuál sería la principal crítica con respecto a una visión centrada únicamente en el hombre y no en un mundo de la naturaleza o en el mundo animal?

El pensamiento humanista se ha equivocado al pensar que sólo la humanidad puede acceder a la racionalidad y que haya solo una forma de racionalidad. El inventor de ese humanismo racionalista es Aristóteles que, aunque haya trabajado como ningún otro pensador sobre la cuestión animal; insiste, por otro lado, en su tratado La Política, sobre el hecho de que sólo el humano posee la razón y, con esa razón, sólo él puede hacer política. Es la famosa frase: “el hombre es un animal político”. El humanismo no podría existir sin esa frase, que nunca se interpreta desde un punto de vista no antropocéntrico. Cuando uno entiende esa idea, uno no puede seguir mirando la humanidad con tranquilidad, ni tampoco la animalidad o las instituciones políticas, porque uno se da cuenta de que las instituciones políticas se fundamentan en esa oposición absoluta entre los seres que pueden actuar políticamente -los hombres de sexo masculino- y los que no pueden actuar políticamente -los esclavos, las mujeres y los animales-. Ese dualismo devastador sirve de base para nuestras instituciones políticas, las cuales siguen excluyendo a todas las minorías, a las mujeres y también y, sobre todo, a los animales.

5.-Actualmente, para algunos sectores de la población (tal vez, para una minoría) es más evidente que existe un distanciamiento sentimental y moral con respecto a los sistemas de producción alimentaria a escala global (por ejemplo, la industria ganadera), que lo único que muestran es la insensible maquinaria de sufrimiento y de muerte que envuelve a los animales destinados al consumo. ¿Qué reacción le produce esto? ¿Le parece, como acepta Peter Singer, que, ante la continuidad de una dieta carnívora y, frente a la muerte de muchos animales para este consumo alimenticio, sería ya un gran paso prohibir de forma planetaria toda forma de sufrimiento ejecutada por los mercados agroalimentarios?

En el fondo éste no es problema económico relacionado con la industria ganadera, sino moral. Más bien planteo el problema de la dieta carnívora a partir de un concepto de Derrida: el “carnofalogocentrismo”. Este concepto está constituido por tres ideas. El “logocentrismo” es la reducción de la vida a la racionalidad, en el sentido de que todo aquello que vive fuera de ella queda excluido. Esto se acentúa en el caso de los animales, ya que estos son considerados como “aloga”, es decir, como seres sin razón ni lenguaje. Ellos tienen que soportar esa exclusión de toda idea de comunidad compartida con los humanos. Por su parte, el “falocentrismo” indica que, en occidente, el pene aparece como un instrumento simbólico de poder que contribuye, más que nada, a la dominación masculina. Y, por último, el “carnivorismo” muestra que la ingesta de carne, en la cultura occidental, es una operación sobrevalorada que da poder biológico, material y simbólico.

Si queremos un día salir de la industria ganadera tenemos que destruir ese “carnofalogocentrismo”, es decir, inventar una sociedad donde haya una pluralidad de racionalismos -desde los humanos hasta los animales- donde haya desaparecido toda dominación masculina y donde solo existan sacrificios simbólicos de animales, pero no sacrificios materiales que entrañen sufrimiento y muerte.    

6.-En este sentido, ¿cómo y por qué la cuestión animalista o la puesta en práctica de una ética animal sería prioritaria para todo proyecto humano que busque cambiar y mejorar nuestra forma de ser y vivir, es decir, que oriente una vida respetuosa con los ritmos y equilibrios del entorno natural?

Todo mi trabajo se fundamenta en la creencia de que la ética animal puede salvar al mundo y a la humanidad. Esa creencia me hace vivir y amar tanto la humanidad como la animalidad. No puedo aquí desarrollar mi concepción personal de la ética. Eso lo hago en un libro de próxima publicación en Francia, Canadá, Latinoamérica y España, que lleva por título: Una ética animal para el siglo XXI. Su subtítulo es muy provocador: La herencia franciscana.  Este título ya dice muchas cosas sobre la necesidad que tiene la humanidad de creer en la ética animal.

La perspectiva franciscana que explico en esa obra se apoya en tres ideas del pensamiento y la vida de Francisco de Asís: primero, en la existencia de una comunidad moral entre humanos y animales, a pesar y gracias a nuestras diferencias. Segundo, en una racionalidad práctica que sea común a todo viviente humano y animal. Y, tercero, en una libertad también común que se presente como valor moral fundamental y que un derecho no antropocéntrico tiene que proteger, reconociendo así derechos políticos a todas las formas de vida animal. Estos tres elementos nos permitirán salir de la violencia, aunque no llegaremos con rapidez a ellos. Es una nueva civilización la que quiere crear la ética animal en la que creo.

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