Tere Chavira: la danza como poesía

Caliche Caroma

Teresa Chavira Leal es una bailarina profesional, coreógrafa, gestora cultural y funcionaria que se ha desarrollado a través de la creación, en el arte encontró el sentido de su existencia, así ha vivido, así vivirá. En la definición de la danza que ella misma da encontramos las claves de su esencia: “La danza contemporánea es para mí la poesía del movimiento, el movimiento que organizo como una poesía que celebra la vida”. A continuación, un poco de lo que Tere ha bailado a través de los años, un poco de su coreografía existencial, la danza vital que dice sí a la humanidad.

 Bailo, luego existo

Tenía ochos años cuando mi madre me llevó al DIF de la calle Dinamarca, detrás de Ciudad Universitaria de Morelia. Ahí nos inscribió en todos los talleres que pudo meternos, a mi hermana y a mí, en especial, en danza folklórica, que era lo que había para niños. El maestro de este taller dirigía una compañía, el Ballet Folklórico Infantil del DIF, y él nos integró a esta compañía de danza. Así comencé a bailar, viajamos mucho por el interior del estado, hasta tres veces por semana. Conocí, de plano, todo Michoacán.

Después, cuando tenía doce años, crecí junto con las compañeras del ballet, botamos el cierre de los vestuarios, vestuarios que nos hacían nuestras mamás (nosotras mismas nos maquillábamos), ya no nos quedaban de la estirada que nos dimos. Entonces mi madre buscó dónde continuar esto de la danza. Encontró la Escuela Popular de Bellas Artes, ofrecían un plan de estudios que duraba cuatro años, podía ser folklórica, danza clásica o contemporánea. Mi mamá, como no sabía qué era eso de contemporánea, me metió a folklor.

Terminé el curso de danza folklórica, entré a los doce y salí a los 16 años. Mis compañeros eran más grandes, la mayoría de ellos eran de Casa de Estudiantes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSMH) y yo estaba en un colegio de monjas. Luego de esto, bailé en el Ballet Folklórico de la universidad, durante cuatro años.

Durante este período, más o menos a los 13 años, practiqué gimnasia en el IMSS de Camelinas, a donde también me llevó mi madre; había un gimnasio olímpico padrísimo, en donde está ahora Urgencias, ahí lo montaban. Me metí en gimnasia rítmica, yo era un chicle, me doblaba a la mitad, hasta el punto de llegar a una competencia nacional donde quedé en sexto lugar. Y la maestra Herminia, que era la coordinadora, le dijo a mi maestra de gimnasia que yo era una bailarina de nacimiento: “Llévala a la Casa de la Cultura”. Y me llevó.

Llegué al salón de danza de la Casa de la Cultura con apenas 14 años, el mismo salón donde ahora doy clases, estaban todos los bailarines importantes de Morelia: Jorge Cerecero, Cardiela Amezcua, María Tonantzin, hija de Ramón Martínez Ocaranza, ella era la maestra, me dijo: “Estás muy chiquita, pero vente a unos cursos que la maestra Lelia Próspero ofrecerá, vienen los maestros del Festival de San Luis Potosí”.

El Festival de San Luis Potosí es una plataforma internacional, muy importante, desde los ochenta, todos los bailarines de danza contemporánea que quieren “estar in” deben asistir a este festival. La maestra Lelia logró traer a los maestros de San Luis a Morelia. Conocí a grandes personajes de la danza de esa época, aunque yo ni sabía quiénes eran porque era nueva en esto del “contempo”.

Asistí a esa primera vez de “contempo” con mi leotardo de gimnasta, Cardiela dice que sí se acuerda de mí en aquella ocasión, a mí me dio chorro, te lo juro. Y la maestra grandota, venía de Nueva York, del Instituto José Limón, nos dio pedagogía de la danza, yo tenía que ir al baño. Así conocí a Marco Antonio Azueta y a su esposa, Fernández Moliner, nos daban anatomía aplicada a la danza, y también me encontré con Dalia Próspero, que es la hermana de Lelia. Se me caía la baba de ver las clases de Dalia. Allí supe que la danza contemporánea era lo mío, pensé: “Yo quiero esto, por favor”.

En el Ballet Folclórico de la UMSNH, Dalia Próspero tocaba el saxofón y otros instrumentos, se hacía la música en vivo, ahí conviví más con ella. Supe que Dalia fundó una compañía de danza contemporánea para los más jóvenes, a quienes no los dejaban sobresalir, porque según estaban en formación. Dalia regresó de la Ciudad de México y reunió a muchos talentos: Esteban Arana, Genoveva Hernández, Antonieta Espinoza, Eli Solís, un montón de bailarines locales.

Eso pasaba mientras yo cursaba la preparatoria, no podía dejar de bailar, así que le dije a mi papá: “Quiero ser bailarina”, y él me dijo: “Ése es un hobby, vete a tu cuarto”. Lloré toda la noche, pensé que no me comprendían, andaba en los 17 años, edad para entrar a una facultad. Al otro día en la mañana se me ocurrió escribirles una carta a mis papás para decirles porqué quería ser bailarina, les puse ahí que la danza me permitía moverme libremente, podía llegar a tocar el alma de las personas, jugar con las emociones, hacer conciencia a través del baile y cambiar al mundo; les dije que no quería ser rica, que lo que buscaba era la felicidad (¡!).

Mis padres, a regañadientes, comprendieron mi decisión y decidieron apoyarme, sin embargo, mi papá me pidió que estudiara idiomas para que no me muriera de hambre (risas). Estudié inglés y francés. Con Dalia estuve cuatro años en el taller, ella probaba un método innovador de enseñanza y formación de la danza, si lo terminábamos tendríamos las habilidades para ingresar a una compañía en la CDMX. Cuando pasaron los cuatro años, me enamoré y me embaracé, tuve a mi hija y cuando cumplió un año y medio, regresé al taller coreográfico de Dalia.

Dalia, Lelia y otros maestros de la Escuela Popular de Bellas Artes lograron que se abriera la licenciatura en Artes, esto pasó en 1995, y en 1996 comienzan las clases de esta licenciatura. Se hacía un propedéutico, pero entré directo porque ya tenía experiencia, los cuatro años del taller, más mi formación en el folklor y las funciones que hacíamos en la Ciudad de México, festivales internacionales, entre otras tantas actividades dentro de la danza profesional me valieron por el propedéutico.

Entré a la licenciatura, mi hija crecía. Dos veces me dieron el premio Padre de la Patria por el mejor promedio de mi generación. Al segundo año de licenciatura me divorcié, varios nos divorciamos de esa generación. Cuando terminamos, nos apadrinaron grandes personajes de la cultura. Rossana Filomarino, maestra de contemporáneo que formaba parte del Ballet Nacional, vino a darnos clases a esta primera generación de danza y nos becó, junto con mi hermano Israel, María Rodríguez, Adolfo Chávez y a mí, para el curso de verano en el Colegio de Ballet Nacional de Querétaro. Nosotros muy felices por la beca.

En Querétaro hacían una técnica que se llama Graham y cuando llegamos al curso de verano, ¡oh sorpresa! Se les había ocurrido cambiar y evolucionar dentro de la danza contemporánea, trajeron a un maestro que se llama Wally Cardona, de Nueva York, pionero del Release, técnica posmoderna, lo último de lo último. Con mi hermano Israel alucinamos, esto es hacer danza, no era como allá en Morelia, se trataba de otro rollo, un regalo del universo para nosotros.

Fundamos, con Israel, Concepto Bailarines Invitados, aparte bailábamos con Rocío Luna en Dantempo. Terminé mi carrera en Bellas Artes, me titulé a los dos años de haber salido, me asesoró Roberto Sánchez Benítez; “La danza teatro y su repercusión en la danza contemporánea en México”, es el nombre de mi tesis y el examen práctico se montó en el teatro Ocampo, lo de la danza teatro es porque amo a Pina Bausch. A la par trabajaba en el Instituto Michoacano de Cultura (IMC), ayudaba a Alfredo Durán en Artes Escénicas. Me tocó organizar, operar, diseñar y programar el Festival Internacional de Danza Contemporánea de Morelia, de 1998 a 2004, cuando el IMC cambió a Secretaría de Cultura con Lázaro Cárdenas Batel.

He bailado con mucha gente y participé en diferentes montajes, y no sólo de danza, algunos nombres: Adrián García Cabral, en su grupo Par 23, en colaboración con Martín Orozco; con mi hermano Israel, en innumerables proyectos; con las ya mencionadas Rocío Luna, Dalia Próspero, María Tonantzin; con Erandi Fajardo, con la que compartimos esto de combinar la danza con la gestión cultural; hice la coreografía de Don Juan Tenorio en 1999-2002; con Nadia Caro, la Banda Elástica y la maestra Ana González; con la Compañía de Danza de Cuba, donde conocí a Alicia Alonso y a Josefina Méndez; con los músicos Eduardo Solís, Patrick Parola, Ernesto Zavala; giras por Europa, México, etcétera…

Después de todo lo anterior, sentía que ya no encajaba y que estaba medio “ruquis”, me movía sólo por moverme, no cobraba o no tenía significado lo que bailaba. Luego en una obra que montó Nadia para la titulación de Neto Zavala, por una u otra razón, las otras bailarinas no pudieron asistir, y bailé sola. Y me gustó así, solita. Después le seguí sola e improvisando, pero la improvisación como una forma de creación, una disciplina que te lleva a ser más genuina en el momento en que estás ante el público. Claro que hay ensayos, estructura, a la hora de la hora encontré otros senderos y otra energía que no sabía que existían, y eso es lo que hago ahora, bailar sola e improvisar.

¿Por qué hacer una historia de la danza en Michoacán? Porque las nuevas generaciones no conocen y no reconocen a las figuras de la danza contemporánea en el estado, no saben quién es María Tonantzin o Dalia Próspero. Yo las conocí a todas, estuve en una generación a la mitad, compartiendo con las de antes y con las nuevas generaciones. Me da tristeza que no se difunda lo que hicieron estos maestr@s. Había muy poco escrito al respecto, casi nada, falta un libro para que se den a conocer los detalles de esta historia. Erick Legaria, mi esposo, trabajó en la recuperación de la historia oral con un proyecto llamado Cuéntame tu historia. Partimos de su experiencia, que compartió generosamente conmigo, y comencé el registro a través de testimonios audiovisuales, con veinte entrevistas a veinte maestros de la danza en Michoacán. Investigué mucho, pero se atravesó la pandemia.

Entre otras cosas, descubrí que en 1945 llegó Sergio Franco a Morelia, anduvo por acá, con su vaivenes y problemas, pues esta historia de la danza estuvo y está marcada por eventos sociopolíticos muy fuertes. Valentina Castro vino a Morelia en 1964, porque su esposo, Jaime Labastida, fue invitado a Michoacán en aquellos años. En fin, esto es sólo un poco de lo que he descubierto en mi investigación, de ahí la importancia de registrarlo y hacer una historia de la danza, para darles las gracias a quienes abrieron el camino para que nosotras podamos bailar hoy en Michoacán.

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