Alejandro Zambra: escritor infiltrado en el cine para sí volver

Noé Almaguer

Era un día perfecto para que lloviera en la ciudad de Morelia. Un sol castrense laceraba la ciudad, llenando de bochorno las calles del centro histórico. Todos los días anteriores habían caído aguaceros intermitentes. Pero aún así no llovió. Y aunque el escritor chileno Alejandro Zambra estaba en la ciudad el cielo no se dignó a dar el beneplácito de una llovizna refrescante. 

La entrevista -para sorpresa mía y diversión de Alejandro- salió con el primer tiro por la culata. La intención era entrevistarlo sobre su relación con el cine, pero el entrevistado tomó la batuta y terminó haciéndole las preguntas al entrevistador.

Era 23 de agosto y Zambra se estaba hospedando en la calle Rayón del centro, en el cuarto 2 del domicilio 154. Cuando abrió la puerta estaba recién bañado poniéndose los zapatos, vestido con ropa holgada: pantalón de mezclilla oscuro, camisa azul marino sin fajar. Su complexión -regordete, nariz carnosa, pelo abundante y desaliñado, una barba incipiente, poco más que una sombra en los cachetes y el mentón- denotaba la presencia de un hombre que estaba ahí para cumplir su deber, porque alguien tenía que hacerlo. 

Luego de saludar con calidez preguntó con genuino interés sobre el clima moreliano, y al saber que era muy intermitente y caprichoso aseveró que era mucho más noble que en la Ciudad de México.

De camino al Café Michelena -donde presentaría un par de horas después su libro Literatura Infantil, motivo de su presencia en la ciudad- Zambra y yo nos enfrascamos un una platica que derivó en mis peripecias de vida: mi educación en un seminario diocesano durante casi cinco años -tema por el que Alejandro mostró mucho interés- y mi venida a la ciudad para estudiar literatura, donde me destruí leyendo a Roberto Bolaño, otro escritor chileno. Hablamos sobre la forma de pensar el mundo dentro del seminario, donde todo lleva a dios, y donde la educación solo está encaminada a encontrar las razones por las que éste existe, dejando de lado cualquier otra variable; y sobre el celibato -que para Zambra era sorprendente cómo algo tan antinatural fuera tan normal hace unos años, y que siguiera vigente esa forma de vida-.

Ya en Michelena el lugar está patas arriba, pues están acomodando para la presentación: los meseros andan de aquí para allá sirviendo algunas mesas; en la barra la barista -de la que solo se percibe su corta cabellera de niño romano- manipula la maquina de café que emite chillones ruidos mientras el vapor emana de él; en la zona de librería Ángel Hurtado -gerente del área- mueve de aquí para allá mesas y sillas al tiempo que recibe gente que se ha adelantado a  llegar. 

Y Zambra no suelta el tema. Yo quiero preguntarle sobre cine, pero él pregunta por la cantidad de aspirantes a la vida sacerdotal; calcula que son muchos menos; intuye que a la vida casta acuden menos mujeres. Y yo le contesto encantado hasta que un pertinente silencio abre la puerta para poder, ahora sí, empezar. Aunque -más tarde me daría cuenta- la entrevista había iniciado media hora antes. 

Alejandro Zambra es un autor chileno apunto de cumplir 48 años -nacido bajo el signo libra- que vive actualmente en la Ciudad de México con su esposa e hijo. Ha escrito la novela Bonsái, La vida privada de los árboles, el conjunto de ensayos No leer, el libro de cuentos Mis documentos, el inclasificable Facsímil, la novela Poeta Chileno y recientemente Literatura infantil, un ensayo narrativo sobre la faena, vocación, y decisión de ser padre. Toda su obra narrativa está publicada en la editorial española Anagrama. 

¿Qué películas has estado viendo? 

No estoy muy actualizado –responde con un deje de pena-. Sigo algunas vertientes y directores que me gustan mucho. Y también mirando hacia tras. A raíz del libro Literatura infantil volví a ver una película que me gusta mucho y que es la que más he visto: Buenos días, de Ozu.   

Buenos días es una película japonesa de 1959 dirigida por Yasujiro Ozu, en la que se narra la historia de dos niños de los años cincuenta que permanecen en completo mutismo hasta que sus padres les compran un televisor. Zambra dice de ella en su libro Formas de volver a casa “Qué alegría más grande saber que existe esa película, que puedo verla muchas veces, que puedo verla siempre”. 

Acerca del director Ozu opina que es un gran cineasta japonés, y que seguramente esa película (Buenos días) no es considerada su mejor filme porque es de comedia, pero que siempre me da mucha gracia. Y que puedo ver y rever una y otra vez

A pesar de lo anterior, reafirma que no ha visto muchas películas últimamente, por su trabajo. O lee o ve películas. 

Sin embargo, cuenta que sí ha tenido una relación esporádica con el cine que ha cristalizado en amistades.

-He tenido la oportunidad –explica Zambra con aura de orgullo y diversión– de infiltrarme en el mundo del cine. En general cuando lo hago es para volver fortalecido a la literatura.

Respecto a esto, el autor detalla que no es de los escritores que están aspirando al cine, sino que va y vuelve, lo que le agrada bastante. Y cada vez que se aproxima se pregunta: ¿Qué es imposible decir a través de una película? ¿Qué es imposible decir a través de la literatura? Y eso me resulta muy interesante, porque es como volver a las bases de la vocación literaria.

Su primer acercamiento directo con la producción fílmica fue a razón de la adaptación de su novela Bonsái. La propuesta vino del director chileno Cristian Jiménez, a quien la historia -de dos jóvenes, Julio y Emilia, que se enamoran profundamente para después perderse la pista hasta que acontece la muerte de ella- le cautivó lo suficiente para prospectar el proyecto.

La película, protagonizada por Diego Noguera y Nathalia Galgani, se estrenó en Francia en el 2011 durante el Festival de cine de Cannes en la sección Un Certain Regard; y ganó los premios Pedro Sienna 2012 a mejor dirección y mejor fotografía. 

La adaptación me sorprendió muchísimo, porque encontraba que la novela no tiene nada de cinematográfica. Yo no conocía al director, pero acepté su propuesta con cierta curiosidad y porque busqué su trabajo anterior y me gustó. Pensé que él no iba a hacer una adaptación pedestre, más bien iba a agarrar mi libro como una excusa para hacer su película, poner su estética y buscar a través de mí libro lo que él quería transmitir. Lo que me pareció muy hermoso. 

Alejandro presume que la experiencia lo hizo muy amigo de Cristian Jiménez y Diego Noguera y que, a su vez, lo expuso a enfrentarse a mil decisiones que alejaban la película de su origen, por lo que vio en la interpretación de Jiménez de su obra una lectura distinta que le interesó bastante por ser una experiencia de lectura intensa, parecida a ser traducido.

Se meten tan a fondo de su percepción de libro -ahonda el chileno- que sale un resultado muy emocionante. Te leen con una lectura ejemplar que, aunque todavía es tu libro, es completamente otra cosa el resultado. Que al final es lo que pasa en el fondo de la cabeza de cualquier lector.  

El segundo infiltramiento de Zambra al mundo del cine fue con su cuento Vida de familia, incluido en el libro Mis documentos, que dirigieron Cristian Jiménez y Alicia Sherson Vicencio, de origen chileno también. 

De acuerdo a Alejandro este texto tardó mucho en escribirlo y estima que es muy visual y espacial, por lo que sí le rimaba para una película. En esta ocasión se animó a hacer el guion, motivado por Cristian y Alicia, faena que representó sus dificultades y diversiones porque Zambra no sabía cómo escribir un guion, derivando en que la primera versión la escribiera en Word, lo que causó la risa de sus compañeros directores.

Fue una experiencia muy intensa –relata jocoso– porque hicimos la película entre todos. Yo hice el guion y participé en el rodaje estorbando, como el típico guionista que estorba. Fue así en la ocasión que llevaba a la locación de rodaje a Jorge Becker, el actor protagonista, y mientras íbamos en el carro yo trataba de dirigirlo, porque no me estaba gustando la dirección que le daban, y el sólo me respondía “es que no te puedo hacer caso, Alejandro. Lo sabes”. Y sin embargo me gustó mucho el resultado de la película. 

Refiere entusiasta el autor chileno, que a pesar de esos divertidos percances la amistad entre ellos persistió.

Como que ya sospechaban que yo iba a ser así y era parte del juego porque al final el director tiene el sartén por el mango. A ellos les daba risa mi actitud y a mi mismo también me daba risa.

Después de estas anécdotas, Alejandro se queda unos segundos silenciosos y luego empieza a decir con una solemnidad que desmiente su sonrisa, o con la gravedad que precede a la broma:

Ahora tengo un proyecto de un joven que se mete al seminario y al poco de andar decide estudiar literatura y termina convertido en líder de una pandilla de bolañistas – y, entonces, no solamente sonríe si no que se pone a reír-.

¿Cuáles fueron tus primeros acercamientos al cine?

Muy mexicano y terrible…de escuchar para ti. No tengo una línea del tiempo muy precisa, pero sí recuerdo dos veces emblemáticas que fui al cine en mi infancia. Una de ellas fue cuando fui a ver con mis primas mayores al Cine Continental “Ya Nunca Más”. 

Ya Nunca Más es una película mexicana dirigida por Abel Salazar con música de Nacho Méndez y protagonizada por un adolescente Luis Miguel. Y en ella se cuenta la historia de un joven cantante de muy buena voz que luego de perder a su madre tiene que ser amputado de sus piernas. 

Esta película protagonizada por Luis Miguel era terrible, muy chocante y dolorosa porque este niño perdía sus piernas y cantaba la canción, que da nombre a la película, amputado. Ese niñito precioso era el niñito precioso, pero con dos piernas menos.

Cuenta también que la otra película que vio y le impactó en su infancia fue en el mismo Cine Continental acompañado de su madre. Iban a una función doble a ver una película de Cantinflas, pero no fue hasta pasados unos minutos que se dieron cuenta estaban viendo otra cosa. Era El día después de Nicholas Meyer, que trata sobre los residentes de una comunidad de Kansas, Estados Unidos, que experimentan los horrores inmediatos después de haber sufrido una guerra nuclear.

No recuerdo nada de la película, excepto que era espantosamente impactante para un niño de 8 año. El asunto era que nosotros íbamos para ver a Cantinflas, pero entramos por error a ver esa película y recuerdo que mi mamá me abrazaba mucho, que yo lloraba mucho, mientras ella me decía para darme esperanza “¡Ahí viene Cantinflas, ahí viene Cantinflas!”-Cuenta pensativo Zambra para luego soltar una carcajada-. En fin, tanto con Ya Nunca Más y el intento equívoco de ver Cantinflas yo sufrí mucho. 

Después de que mi compañero Ángel me arrebatara al poeta chileno -porque Zambra también ha escrito poesía- pienso en las formas en que el séptimo arte influye en las personas, en las sensibilidades que toca, en los sentimientos que despierta, en las formas en que se queda en nosotros, como fuego fatuo en reposos, como llamarada intermitente, como piedras insospechadas en un bolsillo, como manojo de cartas en manos de un prestidigitador, como un facsímil, unos documentos, una literatura infantil, como una forma de volver a casa. 

Inmejorablemente lo enuncia Zambra sobre las películas en una novela suya: 

Más temprano que tarde, nos devuelven a la vida, a la juventud, a la infancia. Porque ya no podemos, ya no sabemos hablar sobre una película o sobre un libro; ha llegado el tiempo en que no importan las películas ni las novelas sino el momento en que las vimos, las leímos: dónde estábamos, qué hacíamos, quienes éramos entonces.   

Zambra era en ese entonces -en esa remota infancia suya- un chiquillo atormentado por el cine mexicano. 


Fotografía de portada de Ana Hop


Noé Almaguer Zúñiga

Originario de Irapuato. Estudió en la facultad de Literatura y lenguas hispánicas. Radica actualmente en Morelia, Michoacán. Se dedica a la gestión cultural por medio de la labor libresca, intenta no dar pataleadas de ciego en el campo de la creación literaria. Amante de la novela negra y lee con devoción a Roberto Bolaño y Leila Guerriero. A partir de ahí siente el compromiso de mirar agudamente y narrar lo visto. No disfruta escribir pero sí cuando termina de hacerlo.

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