Bufón siniestro

Ernesto Hernándes Doblas

El bufón que gobierna este país ríe frente a los cadáveres que día con día se acumulan en una cuenta fatal. Bufón siniestro que minimiza la sangre y el dolor que corren bajo sus pies. Pocos gobernantes reconocen sus fallas o cualquier situación que no les favorezca. Mucho menos piden perdón a quienes son víctimas de sus decisiones. Mucho menos buscan resarcir los efectos de sus errores. 

Quieren mantener a toda costa su imagen de todopoderosos. De tlaotanis. De tatas. Consciente e inconscientemente, tanto ellos como sus gobernados, imaginan que quien gobierna tiene autoridad, conocimiento y es inefable, igual que se pensaba de los monarcas a quienes se creía cercanos a los dioses.  

El manual del buen político indica no reconocer lo que va mal y minimizarlo de diversas formas, entre las que se hallan las múltiples distracciones que los políticos y sus asesores saben generar. Tener siempre otros datos. Crear problemas falsos que oculten al verdadero. Culpar a otros. Dirigir la discusión hacia otros lados. 

Desde un principio hasta esta fecha, el hiperbólicamente llamado gobierno de la “cuarta transformación”, ha dejado ver que aprendió bien la mayor parte de las reglas no escritas y la metodología del otrora dinosaurio tricolor ahora vestido de guinda. Sin embargo, en más de un aspecto, su podredumbre es peor. 

El presidente Andrés Manuel López Obrador vive obsesionado con sus adversarios. Ello le lleva a triplicar su esfuerzo para jamás reconocer la mínima falla en su gobierno. Así entonces, quien como opositor hizo abundante y acertado uso de cualquier conflicto y debilidad de quienes eran gobierno, hoy en el poder, rechaza cualquier problema surgido de su sexenio sin importarle que los desastres a su cuenta sean reales y se multiplican en los rubros más sensibles: seguridad y salud.

Otra de las obsesiones del acertadamente llamado mesías tropical, es la de pasar a la historia como un período de verdadero cambio en relación al pasado reciente. Pero como se sabe, la realidad no acepta decretos ni mediciones al gusto. Mucho menos cuando se busca que cambie a punta de palabrería hueca, dogmática y repetitiva. 

Lo que resulta siniestro, es que López Obrador ría una y otra vez, cada que ocurre alguna tragedia o problema relacionado con la sangre y dolor del pueblo que dice respetar. La banalización del mal suele ser estrategia de dictaduras. Ahora tocó el turno de cinco jóvenes asesinados por el crimen organizado en Jalisco. 

El pasado día 16 de agosto, en su acostumbrada conferencia de presidencia, el mandatario no tocó el tema en ningún momento, a pesar de que los hechos se dieron a conocer de manera amplia días antes. Transcurrió su encuentro con los medios de comunicación sin mencionar uno más de los acontecimientos que azotan la paz de este país. 

No es difícil darse cuenta de que lo hizo porque el tema le incomoda. Porque rompe con su narrativa triunfalista. Porque en realidad no tiene mucho que decir. Porque los números y los modos de la inseguridad ya no resisten sus repetidas justificaciones y son una ofensa sus negaciones. Porque no hay estrategia ni mesas de seguridad que estén realmente funcionando para reducir significativamente las múltiples violencias que aquejan diariamente a la ciudadanía. 

No hay justificación que valga para la grave ofensa que significó que después del silencio del presidente de la República y ante gritos de reporteros para que fuera abordado el tema poco antes de concluir la mañanera, la respuesta fuera un chiste sobre una persona que sufre de sordera selectiva frente a los requerimientos de una esposa necesitada de dinero.

Todo el cuadro fue una muestra de insensibilidad, torpeza, cinismo y burla. Las justificaciones posteriores fueron la continuidad de la ignominia. López Obrador aseguró no haber oído en verdad. Como si el asunto en cuestión no hubiera tenido la suficiente importancia como para que fuera abordado sin pregunta de por medio. Como si no hubiera un equipo de comunicación cuyo deber justamente es servir de ojos y oídos para este tipo de situaciones. Y, particularmente, como si el habitante de palacio nacional no hubiera demostrado en múltiples ocasiones su rechazo, burla, y  fingida sordera sin pudor a las víctimas de su ineficiente gobierno. 

Bufón siniestro, bufón de sí mismo, insiste en no cambiar ni un ápice el rumbo de un sexenio que prometió verdadera transformación y que a cambio únicamente ha ofrecido maquillaje, dádivas y gatopardismo. López Obrador está obsesionado con pasar a la historia con su nombre puesto en letras de oro. Y si lo habrá de lograr sin duda, con letras de oropel que sean la exacta medida y reflejo de una transición que prometió ser verdadera y especialmente distinta a los anteriores gobiernos y en realidad fue más de lo mismo pero con cinismo, insensibilidad y una necia y obsesiva creencia en que todo iba bien mientras todo se caía a pedazos. 

Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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