Caifanes: tres décadas

Ernesto Hernández Doblas

Corrían los años ochenta. Década de intenso acontecer en nuestro herido México; país glorioso que nunca termina ni de morir ni de resucitar. Entre la oscilación de lo indeterminado transcurre su historia. Con la esperanza y el desconsuelo como pies. Águila que ni devora por completo a la serpiente ni emprende vuelo. 

Durante esos diez años, el Partido de la Revolución Institucional (PRI) aceleró su decadencia, la que veinte años después lo llevaría a perder una hegemonía de siete décadas. Nacido de la cruenta revolución mexicana, el otrora partido hegemónico, construyó y destruyó el país con la misma intensidad. 

Un terremoto tendría funestas y luminosas consecuencias: multiplicar la muerte y darle visibilidad al poderío de la sociedad civil. La torpeza y falta de coordinación del gobierno de Miguel de la Madrid fue suplida por el anonimato de manos multiplicadas que la prensa mundial replicó. 

Varios fenómenos culturales florecieron, dando movimiento y frescura a la sensibilidad y el pensamiento del país. Medios de difusión alternativos tuvieron su auge. El 9 de Junio de 1980 se hizo pública la reforma al artículo 3ro de la Constitución Mexicana, en el que se garantizaba constitucionalmente el principio de autonomía y autogestión universitaria.

Como parte de todo ello, el rock tuvo un importante proceso de oxigenación, después de su auge y repentino aplastamiento por parte del gobierno populista de Luis Echeverría que se quiso congraciar con la juventud luego de los funestos eventos del 68 pero mostró su rostro autoritario después del Festival de Rock de Avándaro. 

En tal sentido podríamos decir que los años ochenta en México y Latinoamérica fueron de y para la juventud. Un sector social desencantado pero no lo suficiente como para no agitar cuerpos y cabelleras en el slam. Cobró especial interés para la mayoría de los jóvenes, el poder apreciar grupos que cantaban en español, encontrando así pronta identificación. 

«Rock en tu idioma» fue una etiqueta mediante la cual se hizo una campaña de marketing para vender discos y conciertos. La campaña de difusión fue impulsada y producida por la compañía discográfica BMG Ariola. Los países implicados fueron principalmente España, Chile, Argentina y México, aunque después como parte del movimiento o fuera de él, se fueron sumando agrupaciones y países. 

El slogan fue más que acertado y no hizo falta mucho para despertar la avidez de los nacidos –especialmente- en los setenta, por tener a la mano un movimiento cultural en el que se sintieron representados. De paso, fue un momento en el que surgió al amparo de este surgimiento cultural una especie de neo nacionalismo. 

También fue la valiosa oportunidad para grupos y cantantes que ya tenían un rato tocando puertas y buscando las oportunidades a su alcance para dar a conocer su propuesta musical a públicos más amplios. Parafraseando el dicho popular: ni fueron todos los que estuvieron ni estuvieron todos los que eran. Aun así, respresentó un parteaguas importante para músicos y escuchas.

Y como suele ocurrir, por diversas razones, no todos lograron el mismo éxito y permanencia. Uno de los grupos favorecidos por su talento y la buena fortuna fue Caifanes, formada por los nacidos en la capital del país: Saúl Hernández (cantante, compositor y guitarrista), Sabo Romo (Bajista), Diego Herrera (teclados, saxofón y percusiones) y Alfonso André (batería).

Desde su primer disco impactaron en el gusto de los jóvenes. Su look postpunk de cabelleras en desorden, vestimenta negra y actitud entre depresiva y displicente, ayudó a llamar la atención. Venían influenciados sin duda por la ola inglesa y en particular por la estética y el estilo del grupo liderado por Robert Smith: The Cure. 

El peculiar tono de voz de su cantante y letrista Saúl Hernández, encajaba perfectamente con las canciones llenas de metáforas que hablaban de oníricos mundos donde la muerte, la melancolía y la desesperanza invitaban a una seductora oscuridad.

Antes de su formación como Caifanes, habían dado a luz dos proyectos breves y más bien improvisados –La sociedad de las sirvientas puercas y Las insólitas imágenes de Aurora-, pero que sirvieron de algún modo para delinear la personalidad de la agrupación que a partir de su primer disco homónimo, entró con el pie derecho al gusto de un nutrido público que a partir de entonces fue creciendo. 

Desde ese primer momento, las letras de Saúl se caracterizaron por ser introspectivas y metafóricas. A diferencia de quienes en aquella época trataban de abordar temáticas que hablaran de lo social, de experiencias más bien cotidianas o de lo lúdico. La tristeza, la melancolía y un sentimiento de irrealidad y angustia, es lo que se reflejaba en las composiciones del grupo mexicano. 

Matenme porque me muero es uno de los éxitos de importante resonancia para que se les abrieran las puertas. Desde el título, se anuncian dos de los aspectos que interesarán a la banda durante toda su trayectoria: la recuperación o reapropiación de símbolos de la cultura mexicana y el uso de frases extrañas, paradójicas y en ocasiones oscuras en cuanto a su sentido. 

Punto aparte merece la voz de un cantante que por sus tonos y modos de expresión, llevó desde un principio a sus escuchas a una atmósfera donde la tristeza y la rabia contenida se expresaban mediante gritos, susurros y cierta sensación de ahogo, de nudo en la garganta, de llanto a punto de surgir. 

Durante ocho años, Caifanes mostró la potencia del rock en español, especialmente el surgido desde tierras mexicanas. Conoció el éxito comercial, hizo época, llenó foros y fue sin duda la voz y alma de una generación. También conoció la división y lucha de egos que terminó finalmente con esa primera y memorable etapa para dar paso a la misma pero a la vez a otra historia con Jaguares. 

Al siguiente año de ese primer álbum -1989-, se uniría al grupo un integrante que sería parte fundamental de la madurez e identificación musical, asimismo de la causa de la crisis y ruptura: Alejandro Marcovich, guitarrista, cantante, compositor, productor y arreglista que junto a su familia dejó su natal Argentina en 1976, para escapar de las fauces de la dictadura. 

Sin el músico argentino la banda ya había demostrado sin lugar a dudas su valía, pero con su inclusión la llevó a un nivel superlativo. La guitarra de Marcovich era poderosa, elegante y diestra para la indagación en diferentes registros y géneros. 

Fue así como el siguiente trabajo titulado Caifanes II, pero conocido popularmente como El diablito, los catapultó. Todas y cada una de las canciones son ejemplos de calidad en letra y música. En la parte artística y comercial destaca La célula que explota. Un homenaje a la música ranchera y a los amores pasionales que mezclan a partes iguales dolor y gozo. 

Esa búsqueda de reflejar lo mexicano o cierta idea de la mexicanidad unida al rock, tiene aquí su máxima expresión. Los dos primeros párrafos dan cuenta puntual de un amor desgarrado entre las ganas de no ver a la persona amada y de no dejar de soñarla, entre no querer tocarla y no dejar de acariciarla. 

El final de cada párrafo nos enfrenta a los poderes de la pasión amorosa: “Pero no me atrevo”. Los primeros acordes con la guitarra acústica nos dan la pauta para entrar de lleno en lo ranchero para después pasar con tersura y naturalidad al sonido dark o new wave, sello de la agrupación. 

Luego de estas dos primeras partes, la canción explota en el gozo del sentimiento experimentado por quienes son “como gatos en celo”. Entonces entra la trompeta en manos y boca de Diego Herrera que termina de redondear la parte folclórica cuya redondez termina de volverla memorable.    

Antes de que nos olviden es otra de las muchas canciones de esta producción que terminaron por volverse icónicas. Nuevamente la guitarra de Marcovich da la pauta desde un inicio mediante un sonido íntimo y sutil. La canción es un himno a la rebeldía colectiva, dedicada especialmente a los caídos del dos de octubre de 1968.

En un ascenso continuo en cuanto a popularidad y calidad, llegaron al disco El silencio. La propuesta del grupo se volvió sólida, el estilo ya fue de una redondez brillante. Música y letra hicieron sinergia junto al interés de traer al rock ciertos sonidos de Latinoamérica. 

Difícil elegir una sola canción, todas eran una obra de arte. Un espejo fiel de realidades anímicas de una juventud que había crecido con Caifanes. Había canciones poderosas en su envolvente misticismo como la de Vamos a hacer un silencio y otras potentes en su rebeldía como El comunicador. 

Miércoles de ceniza era surrealista como era el distintivo de la forma de componer de Saúl y Tortuga denunciaba el maltrato animal mucho antes de que se convirtiera en un tema en boca de muchos. Críticos y fans consideran esta producción como una de las mejores del rock en español. Algunos otros piensan que a partir de aquí, lograr separarse de sus primeras influencias y se ganan un lugar propio. 

Antes de lo que sería su último disco, dieron a conocer una grabación conseguida en un concierto para MTV. Y entonces ocurrió lo que era un secreto a voces: la lucha de egos entre sus integrantes pero especialmente entre Saúl Hernández y Alejandro Marcovich. 

Y así fue como en medio de ese ambiente, surgió El nervio del volcán, en donde se avizora un giro en las temáticas y un poco el estilo de componer de Saúl. La oscuridad temática y musical del primer par de discos, se va a perder casi por completo para ir hacia tonos y abordajes más bien luminosos. 

De Matenme porque me muero pasó al optimismo de Afuera y de la definitivamente depresiva Nada, nos encontramos con Pero nunca me caí. Sus seguidores resistieron en buena medida este cambio pero la verdad es que se habían alejado de aquello que los hizo ser la voz de la introspección depresiva. 

La calidad de los instrumentos con músicos invitados incluidos no era ni mucho menos demeritoria. Pero finalmente el rompimiento vino. Dos años después, el cantante y líder creó una nueva agrupación llamada Jaguares. Otra historia se comenzó a contar a partir de ese momento, pero la de Caifanes había quedado atrás, dejando su nombre inscrito en la historia del rock en español.  


Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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