Daniela Olmedo y el camino de la música

Caliche Caroma



Daniela Olmedo nació en la Ciudad de México en 1988, desde la cuna estuvo cerca de la música pues su padre fue mariachi y allí se sembró la semilla que germinaría en un hermoso y frondoso árbol. Apenas con seis años ya tocaba en las fiestas familiares, entre el bullicio de los parientes Dany cantaba y agarraba la guitarra, la jarana o lo que hubiera. La música en vivo, esa que se hace frente al público, fue su primera escuela y luego vinieron muchas enseñanzas más. Esta es su historia sin comillas.

Habla ella

Cuando me llevaron a la CDMX, desde Tulancingo, Hidalgo, el primer oficio que ejerció mi papá fue el de mariachi. Recuerdo que había bohemias con mis tíos, los parientes nos involucraban a las chiquillas y a los chiquillos, con rondas infantiles y canciones que tenían que ver con la infancia. Éramos unas criaturas y ya nos hacían partícipes de los fandangos familiares. Además, mi papá coleccionaba discos, yo lo escuchaba con atención y eso me fue formando en la música.

Por iniciativa propia entré a escuelas de iniciación artística, la verdad es que eran maestros, puros vatos al principio. Pero cuando me acerqué a la música de Michoacán tuve mis primeras maestras, una de ellas fue Zaya, Elizabeth Avendaño, quien me dijo cómo tocar los géneros de aquí, los sones, tuvo paciencia y me enseñó lo esencial de estas músicas.

Mis inicios musicales fueron en una escuela libre de música en la colonia Roma, en la CDMX. Después hice mi examen para concursar en la Escuela de Iniciación del INBA #2, muy cerca del Multiforo Alicia. Estuve allí un año preparándome para la Escuela Nacional de Música, lo logré y entré a Entnomusicología, aquí hice el propedéutico y un año de licenciatura. Pasó esto y me cambié de escuela, elegí la ENES campus Morelia, la carrera de Música y Tecnologías Artísticas. Estas son parte de mis escuelas.

Decidí que me dedicaría la música cuando me pagaron por tocar (risas nerviosas). Comencé a trabajar profesionalmente en la escuela de iniciación artística de la Roma. En la clase de coro tuve a un profesor de Yucatán, Juan Ernesto Villegas. Él me integró a su coro de cámara en el cual cantaban las misas de una iglesia anglicana en Lomas de Chapultepec (CDMX). Había muchos conciertos, mis pininos fueron en Carmina Burana, esto fue en 2009, no recuerdo bien el año. Tuvimos que aprendernos todo el libro y desde allí me decidí a trabajar en la música.

Participé en muchos proyectos. En grupos de música fusión tradicional con otros géneros, por ejemplo, La Bruja y sus Conjuros. A la par con agrupaciones de world music, música sefardí, en coros de cámara… En Morelia con ChanequeSon, Sonaxa, etcétera. Allá en la CDMX se hizo más formal el proyecto familiar de Ensamble Hueyapan. La música que más me gusta es la novohispana, la balcánica, la coral, y la que se hizo en los siglos XIII, XIV y XV. Creo que ésta es la que más disfruto.

La música para mí siempre ha sido un oficio, un trabajo que me gusta mucho hacer, con el que me siento completa. Últimamente he pensado en qué hubiera pasado si me hubiera dedicado a otra cosa y creo que la música me habría hecho mucha falta para darle sentido a mi existencia. En partes de mi vida he dejado de hacer música y siento que algo (o todo) me falta, no puedo estar periodos largos sin ella. Es una manera de vivir.

Actualmente soy más independiente en cuanto a ensambles. Trabajo más como solista cantante, sin embargo, siguen las invitaciones a los colectivos. Estoy como invitada en la Orquesta Típica García Blanca, para cantar algunos sones. El año que viene estaré más formal en un proyecto llamado En Femenino, en donde colaboran varias mujeres cantantes haciendo arreglos de sones jarochos de sotavento y composiciones de boleros hechos por morras. Además, canto en coros monumentales en un programa de la Secretaría de Cultura de la CDMX. A la par de esto, realizo archivos sonoros como el de Leandro Corona. También hago sonido directo en documentales con una colectiva en el chilango.

Sí ha sido complicado ser mujer y dedicarme a la música. Cuando comencé a estudiar por iniciativa propia encontré apoyo, pero yo misma busqué las escuelas y los maestros, y a veces no fue sencillo. No era común que en mi familia las mujeres cantaran o tocaran. Les dije a mis papás que quería estudiar música y se dio un pequeño choque, pues tenía que salir del nido, claro que copié lo primero de lo que vi en mi casa, sólo que fuera del seno familiar vendrían otros conocimientos y no dude en ir por ellos. Un camino largo para que mis familiares entendieran que podía buscar mis propias fuentes de aprendizaje, y aquí continúa ese camino.

Cuando llegué a Morelia, me encontré con que en la música de Tierra Caliente ya había una senda labrada por otras mujeres como Zaya, Laura Gil, Violeta Jarero, entre otras. Al principio se puso difícil, abrirme un espacio con los músicos locales no era miel sobre hojuelas. En la producción pasó lo mismo, casi siempre rodeada por hombres, lo cual es una complicación porque dudan de que una pueda lograr las cosas como ellos. Cada vez el camino se hace más ancho, espero que mi chamba abone a esto.   

A los niños y a las niñas que se quieren dedicar a la música les digo que se preparen mucho, es cierto que hay exigencia, disciplina, formalidad, pero todo esto dará frutos y lo verán recompensado al final del día. Es bueno tratar de ser los mejores en lo que hacemos, no pasa nada, no hay que tener miedo.



Imagen de portada: Wendy Rufino





Caliche Caroma

Escritor putrefacto que deja el alma en cada tecla, a veces es grasa esa alma. Ganador dos veces consecutivas del premio «Mejor dedícate a otra cosa». En su casa lo conocen como Panchito porque baila el cha cha cha. Quiere adelgazar, pero no puede.

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