De luces y gloria

Ernesto Hernández Doblas

No hay maltrato en utilizar a ciertos animales de acuerdo con el fin para el que han sido criados e incluso “diseñados” por nosotros: proporcionarnos alimento, prestarnos su fuerza o fascinarnos con la bravura que ponen al luchar.

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Fernando Savater

Isaac Fonseca, es un joven moreliano, que desde muy temprana edad, sintió en su corazón el llamado del toreo. Hoy, puede mirarse con orgullo al espejo, frente a sus muchos logros alcanzados. Aún le falta mucho por andar y son múltiples los retos a seguir superando, sin embargo, no es asunto menor el haber construido la mayor parte de su carrera en España, hasta tocar la cima de un digno doctorado.

De luces y gloria ha vestido su joven vida. Le esperan fechas importantes en la madre patria, Francia, Venezuela, México y particularmente en su tierra natal, donde buscará refrendar su estatura heroica. No es entonces nada extraño que quienes gobiernan la entidad y la ciudad de las canteras, hayan recibido en sus despachos a quien ha llevado a escenarios extranjeros ambas representaciones junto a la bandera del país.

Más allá de normales filias y fobias, se trató de dar la bienvenida a un michoacano oriundo de Morelia, que en su profesión ha destacado en base a esfuerzo, voluntad, buena suerte y talento. Alfredo Ramírez Bedolla y Alfonso Martínez Alcázar tuvieron un gesto, que compete a sus responsabilidades: reconocer a ciudadanos que destacan en diversas áreas del quehacer humano.

Sin embargo, era previsible que tal acto generara reacciones a favor y en contra. Los taurinos celebran lo que desde su lectura es un apoyo a la fiesta brava, mientras los detractores a ella, reclaman por una presunta traición de Bedolla Ramírez a compromisos de campaña asumidos frente a ellos.

Agua a su molino quieren llevar unos y otros. Reavivando una polémica que desde hace algunas décadas ha sido atizada por el crecimiento de las organizaciones animalistas y su influencia en la sociedad y la política. Precisamente, Isaac Fonseca, ha levantado la voz de manera pública y firme en favor de la libertad para ejercer su profesión. Sin embargo, las posiciones de los grupos a favor y en contra, se antojan irreductibles.

Aunque toda esta controversia no es nueva, en los últimos años su intensidad ha crecido, entre otras razones, porque la visión del mundo, las tradiciones y la cultura, hoy más que nunca está dividida. Las sociedades van cambiando, y al mismo tiempo, muchos de sus aspectos logran permanecer, en base a circunstancias y azares cuyo ritmo, forma y dirección varían.

La tauromaquia, según los cánones del torero español Cúchares, implementados allá por mediados de 1800, ha permanecido como parte de la historia humana, durante cinco siglos. Las razones de su longevidad son variadas, entre las que se hallan, el ser una expresión fundamental de la identidad de los países donde tiene lugar. 

Entre sus transformaciones más interesantes está la de haber sido un espectáculo en el que se hacía necesario un pleno uso de habilidades físicas y de astucia frente a las acometidas de bureles fieros a ser una refinada puesta en escena en donde lo más importante es producir un goce estético.

Un animal humano y uno no humano se enfrentan, en la sentencia de un laberinto redondo, para que por medio de ese encuentro, nazca una serie de movimientos, ritmos, formas estéticas, erotismos y geometrías, hasta que brote el olé de las gargantas de los espectadores. El olé: onomatopeya de una emoción formada con miedo, asombro, placer, admiración y una sensibilidad receptiva al arte taurino.

Toreros, espectadores, ganaderos, empresarios y demás participantes en el rito milenario, viven a la espera de ese momento en el que la vida en combustión muestra sus reflejos más potentes, aquellos que provienen de la unión alquímica de contrarios: vida y muerte, instinto e inteligencia, suavidad y dureza, luz y oscuridad, femenino y masculino, violencia y arte.

Resulta lógico que desde la racionalidad occidental más conservadora y afecta a las categorías dicotómicas, no puede haber arte y violencia o belleza y muerte. Por fortuna, desde hace mucho tiempo, dichos conceptos han sido problematizados y hoy en día sabemos que una cosa y su aparente contrario es perfectamente posible. Danza, performance, literatura, teatro, música y cine nos han brindado vibrantes, notables y por supuesto polémicos. 

Muy lejos en el tiempo, ha quedado la ingenua idea de que el arte es bondad, cierto tipo univoco de belleza y armonía que no hiere ninguna sensibilidad. Incluso al contrario, buena parte de las vanguardias y diversas experimentaciones han ido a contracorriente de esta idea.  George Bataille, filósofo y literato francés nos dice que “La verdad tiene sólo una cara: la de la contradicción violenta”. 

He ahí una de las principales causas del esplendor que seduce a quienes desde la primera vez que nos acercamos al espectáculo taurino nos vimos envueltos en un mundo de vitalidad, belleza y significado. Ahí, en un coso taurino o ganadería de toros bravos se juega la vida y la muerte en sublime búsqueda de trascender ambas.

Sin embargo, si bien están presentes las dos fuerzas nombradas por el psicoanalista Sigmund Freud como Eros y Tánatos, en el arte del toreo es la primera la que termina imponiéndose la mayoría de las veces. Todo aquel ritual de sangre y disciplina del espíritu, está hecho para que por unos minutos la muerte se haga presente con toda su majestuosa posibilidad que dota de sentido a la existencia humana. 

La fiesta brava es un espectáculo que ha cruzado los tiempos hasta llegar al presente siglo. Lo ha hecho en base a reunir varios mundos en una síntesis poderosa: el ritual de sangre, la tradición que reúne y da identidad, los ecos de las iniciaciones mágicas, la tensa y vibrante relación con la naturaleza del humano de las primeras culturas, el arte sublimado que afirma lo mismo la belleza que la violencia. 

Isaac Fonseca es un joven torero que vestido de luces y gloria es representante de una actividad a la que aún le queda mucho por delante. Como en anteriores momentos históricos, seguramente se volverá a transformar en ese movimiento que el poeta Octavio Paz, refiriéndose a la poesía, llamó “la tradición de la ruptura”.  

Isaac Fonseca seguirá dando que hablar para taurinos y antitaurinos, sabedor del tiempo que le tocó vivir, comprometido con ello y dispuesto a la entrega absoluta a una actividad que muchos celebramos y celebraremos. 

Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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