Materia oscura: La mejor de todas

Roberto Maldonado Espejo

Buenas noches, saludo volumen en mano y la rueca sinfín regresa al inicio de tantas veces; vuelvo a la eternidad de una lectura. Vamos a tener aquiescencia a un placer que es la huella de un dolor que ha traspasado más o menos trescientos cincuenta años. 

Dolor que encontró en el saber su respuesta como para manifestar su poder intacto a través del goce y más allá. Saber que se construye en el humor de un claustro y en el buen humor que, con sarcasmos, desnuda al otro poder, al que oprime. 

Porque sor Juana ama el saber que fue construyendo desde sus debilidades y contra ellas. Saber que acepta su destino y hace de su tragedia una ambición universal que va encima del tiempo, independiente de épocas y modas pero que habla de todas ellas y a ellas. 

Sor Juana, mujer, criolla y pobre, vive desde su claustro valores de fe, segura de su persistencia más allá de toda vida. Ella, frágil, sabe que el dolor, cuando es inevitable, caldea la pasión para asegurar su temple y es esta la que dota de placer el hecho de aprender. Sin embargo, sor Juana sabe que el que sabe no puede abandonar jamás una palestra o un atril sin la persistencia como para dejar, en vida, el triunfo de sus razones. 

Y digo en vida porque el poder que emana del saber deja sus repercusiones más allá de la existencia, si no quién podría explicar que más allá de historiadores y especialistas nadie sabe los nombres de los jesuitas que le discutieron y el de algunos otros que la denostaron, pero ningún poeta, al menos en México, es tan vivo y vigente como sor Juana. Llevó Las Soledades de Góngora a lo que aún ahora es reto no resuelto: Primero Sueño.

Sin conceder espacio a la cautela, deja al teatro El Divino Narciso y si se sale a la calle todos somos paráfrasis de su poesía, todos, desde entonces, estamos ya pensados. 

Dejó también, por qué no, las alegrías dolientes de sus glosas y demostró que la principal de las dotes del poeta es hablar con autoridad aunque no haya experimento, es dueña de un arsenal de amores, todo cabe en un claustro si lo acomoda la inteligencia. 

Solo un necio negaría esta habilidad política que se niega a la solemnidad y sigue negociando razones, extendiendo el futuro de las alegrías comunes en el buen humor, en el deseo, en la pasión, como para decir “Detente sombra de mi bien esquivo”. Saber, pues, del cauteloso engaño del sentido. Acaso sea su voracidad de universalidad la carencia y urgencia del arte de estos tiempos. 

Ahora se mostrará otro saber, otro poder que la interpreta, esta noche nadie quedará falto como para matizar sus desvelos y meditaciones. Sin duda será la mejor de todas. Necio, como todo hombre, río del testamento, al mismo tiempo epitafio y chiste negro, como para estar pensando siempre en cualquiera que pueda ser la peor de todas…


Roberto Maldonado Espejo (Santa Bárbara, Chihuahua, 1952)

Vive, al fin, al filo del agua: en La Manzanilla del Mar. Sólo Dios sabe cómo pasó por algunas universidades. Para no convertirse en fósil y para matar el aburrimiento acude a cursos de fotografía quién sabe dónde y se vuelve fotógrafo de AP y FP. Ha estado en múltiples conflictos que no ha retratado y ha fotografiado más guerras domésticas y de cama que de balazos. En sus ratos de ocio -casi toda su vida- escribe y hasta se atrevió a tener una beca del Centro de Escritores de Nuevo León, y diez años después publicó un texto (Martes de carne) digno de cualquier psicoanalista principiante o de alguna mente morbosa que quisiera ratificar las peores groserías. Es posible que ande por ahí un viejo librito con versos de juventud y pecados de escritura…

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