Seraphine Louis: la pintora mística

Rafa Flores Correa

Seraphine Louis nació en 1864 en Oise, Francia. Su papá era obrero y su mamá campesina. Apenas si los conoció, pues quedó huérfana a los seis años. Vivió su infancia en casa de una hermana mayor y desde entonces comenzó a trabajar como pastora. Cuando era jovencita, entró como asistente al convento de las Hermanas de la Providencia en Clermont. Siempre diligente y callada, cumplía con sus labores y a la vez fue desarrollando una vocación religiosa; se la tomó en serio y luego de unos años solicitó que la aceptaran como monja pero la madre superiora se negó, porque consideraba a Seraphine «una joven analfabeta, extraña y demasiado introvertida». Quizá resentida por la negativa prefirió dejar el convento y desde 1891 comenzó a trabajar como sirvienta en diferentes casas del pequeño pueblo de Senlis. Apenas ganaba lo suficiente para pagar la renta de una habitación. Cuando tenía tiempo, le gustaba ir al bosque cercano para abrazar a los árboles y tirarse en el pasto a mirar las nubes. Hablaba con las flores y los animales. Con la gente, apenas lo necesario. Solo veían pasar una muchacha silenciosa, hosca pero inofensiva, casi desapercibida.

En las noches, en la soledad de su cuarto, Seraphine comenzó a pintar floreros y paisajes arbolados en pequeñas tablitas de madera. Sin ninguna enseñanza ni modelo a seguir, con la pura intuición, le agarró el gusto a la pintura. Como no tenía dinero ni materiales, echó mano de lo que pudo: molía piedras para obtener pigmentos rojos y cafés, carbones para el negro, maceraba plantas para los verdes, buscaba polen de flores para los amarillos. Sus cronistas, ya encarrerados, dicen que se sacaba la sangre para pintar con ella. Vaya usté a saber. Mezclaba sus pigmentos con cera, en una especie de encausto muy primitivo. Le dio también por pintar sobre vidrios, con lo que lograba un color translúcido, algo parecido a los vitrales góticos. Aquello se volvió una pasión. Nadie imaginaba que esa mujer tímida y simple, cuando llegaba la noche se soltaba el pelo y se entregaba al delirio de los colores.

Fue entonces, según contó la propia Seraphine, cuando se le apareció el arcángel Gabriel. Así nomás, una noche mientras pintaba. Llegó y le anunció que estaba destinada a pintar la gloria de Dios. Eufórica por la revelación, la mística sirvienta consiguió como pudo unas tablas más grandes y unos botes de pintura Ripolín, de uso industrial (que después se volvió legendaria por haberla usado Picasso en su «Guernica»). Los cuadros se poblaron de flores, plantas rarísimas, aves surrealistas, caracoles laberínticos, nubes carnosas, piedras cristalinas. Espacios retacados de una naturaleza exuberante. Todo un alucine para honrar el misterio de la Creación.

Cuando tenía 48 años, en 1912, conoció al hombre que cambiaría su vida. Wilhelm Uhde, que era un marchante, galerista y patrocinador de algunos pintores impresionistas y naíf, a su paso por el pueblo de Senlis, se hospedó en una casa particular. Por ahí estaba una pintura y don Wilhelm le preguntó a la señora de la casa quien era el autor. La sirvienta, contestó la doña. El hombre quiso conocerla pero la señora le previno: es una mujer muy rara, media retrasada. Cuando Seraphine lo llevó a su habitación para ver los cuadros, el galerista se cayó de nalgas, aquel delirio colorístico lo hipnotizó. Cuando pudo hablar le expresó a Seraphine su admiración. Esa noche le compró varios cuadros a buen precio, una cantidad de dinero que Seraphine jamás habría imaginado tener. Uhde dio en regresar cada dos tres meses para ver novedades y seguir adquiriendo cuadros. Supo cultivar una amistad con la introvertida mujer, siempre respetuoso de su vida y creencias religiosas. Comenzó a exponer su trabajo en su galería parisina, integrándolo al grupo de los «Primitivos Modernos», junto a Henri Rousseau y André Bauchant, célebres pintores naíf. Con las ventas, Seraphine pudo cambiarse a una vivienda más grande, comprar ropa y un montón de lienzos y pinturas al óleo. Por lo demás, no quiso cambiar su forma de vida; seguía trabajando como sirvienta porque lo consideraba «su trabajo real». La pintura para ella era un acto de devoción. Se negaba a ir a París para ver sus cuadros expuestos; a las inauguraciones, mucho menos. Eso sí, se ganó la notoriedad y el reconocimiento de los pobladores de Senlis, que de pronto supieron que tenían una artista en la aldea.

La Primera Guerra Mundial obligó a Wilhelm Uhde a huir de Francia y la relación con Seraphine se rompió. Ella siguió pintando con entusiasmo y creó por entonces sus mejores obras, una serie de cuadros que son como «Árboles de la vida», reflejos de un estado de éxtasis. Sin embargo, sin el apoyo de su amigo y protector comenzó a dejarse llevar por el aislamiento y por las visiones místicas. Poco a poco fue entrando en otro mundo y algo se dislocó en su cabeza. En el pueblo decían que se había vuelto loca. Caminaba por las calles anunciando el fin del mundo y pidiendo a gritos a la gente que se arrepintiera de sus pecados. Su salud física y mental se deterioró con gravedad. Llegó el momento en que sus vecinos decidieron llevarla a un hospital psiquiátrico.

Cuando terminó la guerra, Wilhelm Uhde regresó a buscarla muy animoso, con la idea de organizar una magna exposición individual. Solo encontró a una Seraphine totalmente ida, que ni siquiera lo reconoció. Consternado, intervino para que la trasladaran al hospital psiquiátrico de Erquery, asegurándose de que tendría buenos cuidados. Así pasó algunos años hasta que llegó otra Guerra, la Segunda Mundial; Alemania invadió a Francia y los hospitales dejaron de recibir recursos. Las condiciones de vida de Seraphine se deterioraron drásticamente. Escaseaban los alimentos y ella se mantenía como zombi con las dosis masivas de tranquilizantes que le hacían tragar. Finalmente murió el 11 de septiembre de 1942, a los 78 años de edad. Fue enterrada en una fosa común, a un lado del hospital.

Rafael Flores Correa

Nació de Taximaroa, Michoacán, lugar mejor conocido como Ciudad Hidalgo, Rafael Flores Correa es un pintor y escritor que ya tiene sus añitos, pero con una juventud interior que cada día lo anima a crear más y más. Estudió la Licenciatura en Artes Visuales en la Academia de San Carlos de la UNAM, le dieron clases artistas como Alfredo Zalce, Santiago Rebolledo e Ismael Guardado. Su obra se ha expuesto en Michoacán, Querétaro, Ciudad de México, Medellín entre otros lugares.

Además, Rafa Flores, como le dicen sus amigos, ganó el Premio Estatal de las Artes Eréndira en 2021.

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