Las huellas del mal

Horacio Cano Camacho

El Malleus Maleficarum (en español, Martillo de las Brujas) es un libro escrito en el siglo XV por dos monjes dominicos, Heinrich Kramer y Jacob Sprenger. Es considerado una de las obras más influyentes en la historia de la “caza de brujas” y la persecución del diferente en la época de la Inquisición.

El propósito del libro era proporcionar una guía detallada sobre la identificación, persecución y erradicación de la brujería. En sus páginas, los autores argumentaban que las brujas eran una amenaza real para la sociedad y la Iglesia, y ofrecían instrucciones detalladas sobre cómo descubrirlas, interrogarlas, juzgarlas y castigarlas.

Este libro contribuyó en gran medida a la propagación del miedo y la histeria en torno a la brujería, o lo que la época consideraba como tal durante esa época terrible. El libro fue utilizado por la autoridad en los procesos de brujería y justificaba las torturas y los métodos inhumanos utilizados para obtener confesiones y condenas. Su influencia en la época fue significativa y tuvo un impacto duradero en la persecución de disidentes durante varios siglos. Por absurdo que ahora nos parezca, fue un intento de encontrar formas confiables de descubrir… al mal.

Federico Andahazi

Iván Vučetić, mejor conocido como Juan Vucetich, investigador argentino, inmigrante, nacido en Hvar, archipiélago de Dalmacia, en el Adriático de la actual Croacia quien es reconocido por sus contribuciones al campo de la identificación criminal, particularmente por su trabajo pionero en el uso de las huellas dactilares. Vucetich proporcionó argumentos científicos para terminar con prácticas de tortura y de las creencias en las investigaciones judiciales. Durante su carrera en la Policía de La Plata, Argentina, desarrolló un sistema de clasificación y archivo de huellas dactilares para ayudar en la identificación de delincuentes, mismo que seguimos usando hasta ahora.

La novela Las huellas del mal (Grijalvo, 2023), de Federico Andahazi, parte de un hecho verídico, el asesinato de dos niños (siete y dos años, respectivamente) en Quequén, un pueblo de la Provincia de Buenos Aires, en 1892, un crimen muy sangriento y del todo inexplicable que pasó a la historia el primer crimen en el mundo que fue juzgado presentando evidencias indudables de la culpabilidad del sospechoso.

Ante lo dramático del caso, el Presidente de la República Argentina, Carlos Pellegrini, envió al inspector Juan Vucetich a Quequén, como una oportunidad de probar el método dactiloscópico, que de resultar positivo, prometía revolucionar las ciencias forenses y la investigación policíaca.

El inspector Vucetich llegó acompañado de su asistente, el grafólogo y filólogo Marcos Diamant para colaborar con las policía local. De inmediato, notaron el rechazo y el intento de sabotaje del jefe de la policía municipal, quien hace todo para cerrar el caso de inmediato, culpando, sin mayores pruebas, a un amigo y compadre del padre de los niños, quien, además, fue el que descubrió el hecho y dio aviso a las autoridades.

Del crimen, ha sobrevivido la madre, Francisca Rojas, una mujer muy conflictiva, que solo resultó mal herida, pero alcanzó a salvarse, para luego declarar que, efectivamente fue el compadre el autor del crimen. Vucetich y Diamant empleando la observación detallada y la disposición de la escena del crimen, sospechan que este es más complejo que la idea simplista del jefe local y organizan todo para preservar la escena y tomar las huellas digitales encontradas por todos lados.

El asunto se complica con la dura resistencia de las autoridades locales y un actor inesperado, los grupos anarquistas, muy activos en el país con la llegada de inmigrantes europeos, quienes se oponen activamente a la posibilidad de que un método antropométrico pueda ser usado para identificar a cada persona y esto comprometa inevitablemente la libertad ante un poder totalitario, además de considerar que el método los tratará de marcar “como ganado”. Todo ello complica el trabajo de Vucetich que se encuentra con vertientes económicas, ideológicas y políticas que mezclan y enturbian todo, cuando él solamente desea justicia para los niños y el arresto inequívoco del culpable. 

Andahazi, como nos tiene acostumbrados en sus novelas anteriores, crea un marco histórico muy preciso, con antecedentes de los intentos de Galton en el Siglo XIX de crear métodos precisos de identificación individual y quien descubrió las características individuales de las huellas dactilares; luego, a finales del Siglo XIX, Edward Henry, en la India, desarrolló un sistema clasificatorio para estas huellas dactilares, hasta los controvertidos trabajos de Lombroso de identificar estas características antropométricas con la capacidad intelectual, tendencias criminales, entre otras cosas totalmente ajenas. También abunda en la muy convulsa realidad política de Argentina y el fenómeno de la inmigración europea buscando nuevas oportunidades de desarrollo, hasta el ya comentado movimiento anarquista. Todo esto crea un contexto que nos permite entender la dimensión del aporte de Juan Vucetich.

Como buen novelista, hace uso de varias licencias que le dan una gran agilidad e interés a la historia que nos está contando, permitiendo que nos metamos en ella cual thriller adictivo y nos identifiquemos con las dudas y las pasiones de ese par de científicos en el mundo más anticientífico, si se puede.

Un libro muy interesante, basado en hechos reales que nos plantea el descubrimiento de un método ahora rutinario, pero que es su momento fue saboteado, combatido y negado por intereses totalmente extraños a los que pretendía… no se lo pierda.

Horacio Cano Camacho

Profesor-Investigador de la UMSNH. Jefe del Departamento de Comunicación de la Ciencia y editor de la revista Saber Más. Le encanta leer casi todos los géneros, excepto de superación personal, coyuntura política y filosofía para triunfadores y buscadores del éxito. Le fascina la novela policiaca, de misterio y la novela negra, intenta sacar a varios del closet de la literatura del buen gusto. La novela negra dice le gusta porque allí los buenos suelen ganar…

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