Las madres

Gerardo Pérez Escutia 

En esta nueva entrega del Bufete negro toca el turno a una novedad editorial: Las madres (Penguin Random House, 2022) de Carmen Mola que, como ahora sabemos, es el seudónimo de Antonio Mercero, Agustin Martínez y Jorge Díaz, autores españoles creadores del personaje de la inspectora Elena Blanco, ahora lanzan la cuarta entrega de su exitosa zaga. Además, el año pasado escribieron una excelente novela: La bestia (novela negra de corte histórico) con la que obtuvieron el premio editorial Planeta, lo que los obligó a revelar sus identidades ya que no se podía entregar dicho premio a un seudónimo. La llegada de esta novela está precedida por el éxito de las anteriores y el morbo que despierta saber quiénes están detrás del nombre de Carmen Mola, por ello, la crítica ha puesto un ojo mucho más avizor a esta nueva entrega, y las expectativas de los lectores y fanáticos de la zaga son muy altas.

La inspectora Elena Blanco tiene ya 51 años y una vez más considera seriamente dejar la policía porque ahora siente que tiene un incentivo que se ha ido gestando sin ruido, se trata de Mihaela, «la nena”, una niña sobreviviente del anterior caso resuelto por la Brigada de Análisis de Casos (BAC) que preside Elena; sufrió lo inimaginable y luego de meses, apenas ahora da muestras de poder salir adelante del mutismo en el que se encuentra hundida, resultado tanto los traumas como recuerdos de un mundo oscuro y salvaje en que vivió sus primeros años de vida.

Antonio Mercero, Agustin Martínez y Jorge Díaz

Elena la visita regularmente desde su rescate y nota que paulatinamente va naciendo un vínculo entre ambas, lo que la lleva a considerar seriamente la adopción de «la nena”. Al mismo tiempo, la BAC se reconstruye, restaña sus heridas y guarda luto por Chesca, la ruda y eficiente subinspectora que cayó en el caso anterior y Zárate, mano derecha y amante ocasional de Elena, aún no supera ni logra entender el apego de la inspectora por » la nena», a quien, a pesar de ser una niña, la culpa de la muerte de Chesca y le provoca un rechazo visceral.

En medio de este ambiente tenso y cargado, reciben una llamada de la policía local para que vayan al depósito de autos de la “Grúa” municipal por el barrio de Vallecas, se dirigen la inspectora Blanco y Zárate, sin imaginar lo que encontrarán ahí. Los recibe un policía que está blanco como la cera, pues acaba de vomitar su desayuno, les señala una furgoneta abandonada en la parte trasera y los recibe un olor nauseabundo, observan el cadáver de un hombre atado a una silla, desnudo, con un torpe “costurón” que le abarca desde el pubis hasta la totalidad del abdomen y que en la “chapuza” de intervención que le hicieron, se puede ver el interior de la herida, la inspectora y Zárate no pueden creer lo que ven, en la cavidad abdominal del muerto se aprecia que le arrancaron varios órganos, y en su lugar alguien puso… un feto de unos siete meses.

Cuando el equipo forense llega, se establecen las características físicas del asesinado al hacer las pruebas de sangre correspondientes y obtienen un macabro hallazgo: el feto encontrado en la cavidad abdominal del muerto es sin duda alguna… su hijo. Pocos días después el equipo es requerido en La Coruña, donde se encontró el cuerpo de un asesor fiscal sexagenario en las mismas condiciones que el primer cadáver, y aquí explotan todas las interrogantes: ¿Quién está cometiendo estos crímenes? ¿Qué relación tienen los muertos? ¿Dónde están las madres de los bebes?

Elena y todo su equipo: Zárate, el atormentado; Orduño, todo eficiencia y lealtad a Elena; Reyes Rentero, la más joven, independiente y de sexo fluido; Mariajo, sexagenaria especialista en informática y “Hacker”; Buendía y Manuela, los forenses que se abocan de tiempo completo a solucionar estos crímenes, que por la brutalidad con que fueron cometidos y quienes fueron las víctimas (a estas alturas ya se sabe que el primero es un informante de la policía) tienen encima toda la presión de las autoridades.

Al avanzar la investigación surgen diversas hipótesis, entra en juego la misteriosa Sección, una especie de hermandad de policías corruptos que tiene vínculos con las redes de trata de personas, surgen indicios de altas autoridades posiblemente involucradas y de diversas pistas que enredan la madeja y no llevan a ningún lado.

Los escritores llamados Carmen Mola, nos presentan una historia que se rige por los mismos pilares narrativos de sus anteriores obras, personajes sólidos, creíbles, muy actuales y que no pueden separar sus dramas personales de su trabajo, los hacen falibles y complejos, con diversas subtramas que apuntan a muchos caminos y nos pierden, pero que al final se entrecruzan y cobran sentido, altas dosis de violencia visual y verbal que los autores van soltando y dosificando en la historia hasta llevarla a un punto de máxima tensión que no nos permite despegarnos del libro.

Una obra totalmente actual que nos lleva del drama de las muertas de Juárez al de la corrupción policiaca (mal universal, al parecer) que nos permite asomarnos a las entrañas y al modus operandi de las mafias de traficantes de personas y el enorme negocio que manejan, además nos brinda un relato con resonancias feministas que se hacen escuchar desde el pozo más oscuro de la discriminación y el abuso.

Como en las obras anteriores de la serie, los autores dosifican el misterio, es difícil saber por dónde vendrá la resolución de el o los crímenes, pero al avanzar la historia, gracias a un oficio pulido y pulcro, nos lleva a un final que quita el aliento y que deja abierta la puerta para una entrega más de la zaga de la inspectora Elena Blanco.

Han consolidado un estilo muy particular, es capaz de jugar en varias bandas a la vez, nos presenta personajes y situaciones divergentes que nos confunden y cuestionan, sin embargo, al madurar la trama, se van acercando como los afluentes de un río caudaloso para lograr un producto impactante y maduro, forjado a “seis manos”, una novela terrible y actual que se disfruta mucho.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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