Los ritos de Gaspar

Ernesto Hernández Doblas

Como un rumor de cuerpos, oleaje y jazz en el atardecer del mundo, se puede oír la voz del poeta Gaspar Aguilera Díaz en los versos de su poesía erótica. Esa voz pausada, íntima y con la calidez propia del que habita el mundo sin alardes, más bien, amoroso y contenido.

Las palabras acarician al viento y las imágenes lamen como panteras los ojos de quien lee. Han comenzado los rituales del deseo. Esto sucede apenas abrir Paisaje a medio cuerpo, antología de poesía erótica, publicada en el año 2007 por la editorial michoacana Jitanjáfora.

Hoy, que la presencia física del escritor no está entre nosotros desde hace un año, porque se encuentra bajo el abrazo de la tierra y de nuestra madre muerte, es buen momento para disfrutar la seducción y el beat de los húmedos caracoles de sus poemas.

Rendir adoración de vocablos en el templo de Afrodita fue una de las vocaciones ante las que Gaspar Aguilera respondió y convirtió el agua en vino. Son tres los libros de donde se reúnen los poemas en cuestión: Los ritos del obseso de 1987, Tu piel vuelve a mi boca de 1997 y Zona de derrumbe de 1985.

La expresión del escritor, funcionario y promotor cultural nacido en Parral, Chihuahua el 20 de octubre de 1947, va de lo tenue a una exaltación que no se desborda pero alza la mano. Es la modulación de un jilguero al pie del alba. 

Los textos tienen la atmósfera y el tono de una confesión a media luz, una ahogada súplica y una celebración con música de cámara. Como en una melodía de jazz, no hay regularidad en la forma, pero en el fondo, siempre aparecen una y otra vez los compases del deseo que inflama Eros.

Una de las regularidades está en la brevedad de los versos y poemas. Con puntualidad eso logra contundencia en la expresión. También hay textos de verso más extenso y otros en prosa que no suelen alcanzar la contundencia de los que se cierran en un ronroneo de breve duración.

En ese íntimo espacio escritural es donde suele acontecer la mayor luminosidad de Paisaje a medio cuerpo. Gotas del deseo hacen recuento del amor y las ausencias, de las súplicas del amante y las nostalgias. En ocasiones, el solitario se convierte en vouyer para mirar en los demás amantes, atisbos de su amor pasado. 

Hay que decir que la antología tiene algunos desaciertos que hablan sobre todo de un descuido en su conformación. Podemos leer en la portada que la presentación corrió a cuenta de Leticia Herrera Álvarez para descubrir con decepción que no hay tal. 

Lo más seguro es que a ello se debe que no sepamos si la recopilación de poemas corrió a cuenta del propio escritor o no y cuáles fueron los criterios empleados. Otra pifia son las fechas que presuntamente abarcan los textos elegidos. En el subtítulo leemos: Antología de poesía erótica 1977-2005, pero cuando recorremos el libro nos damos cuenta de que en realidad el período abarcado es de 1985 a 1992 y que además el acomodo de las secciones no está en orden cronológico.       

Regresando al comentario del contenido de esta antología, cada una de las tres secciones tienen su particularidad y fuerza pero de acuerdo a mi lectura y gusto, Los ritos del obseso es la más redonda. Ahí el poeta resulta más natural, sincero y con un lenguaje que no hace distancia significativa entre lo coloquial y lo literario. Habla nuestro mismo código para mostrarnos lo común en forma de poema. 

Ahí también vemos y escuchamos a un yo poético que en las siguientes secciones tratará de ocultarse más de una vez, para dar paso a referencias arquitectónicas de otros países, prosas poéticas que se acercan a lo narrativo o a referencias bíblicas. 

Gaspar Aguilera fue -en general- un poeta conservador. No por las ideas que refleja sino por esa característica suya de no dar pasos más allá de cierto estilo sobrio, sencillo y pulcro. Su zona como escritor es la de la vida común, ésa que no busca ni sobresaltos ni honduras ni alegatos con el espejo.

No se lanzó a ningún abismo ni cavó en su temática o en el lenguaje. Tal como hicieron también muchos poetas michoacanos de su generación o que estuvieron cerca de él. Por eso su poesía se disfruta en un intercambio de humanidad compartida pero no arrebata ni deslumbra.

Mientras lo leía, recordé al narrador y poeta norteamericano Raymond Carver, sobre todo en los finales de sus cuentos que son anticlimáticos y en ocasiones fríos, sin que por ello pierdan su poder emotivo y evocador. Un ejemplo de lo que afirmo lo encuentro en el poema de Aguilera Díaz, Elena de Troya cruza la avenida principal:

«pasaste junto a mí

como desprendida del viento

como si fueras huyendo de ti misma

como si mayo creciera entre tus piernas

y en tus pechos el sol como narciso en un espejo».

Entre los momentos notables de esta recopilación, se hallan aquellos en donde el poeta refleja con transparencia alguna de sus influencias literarias a las que brinda sincero homenaje.

Por ejemplo, dialoga con Los amorosos de Jaime Sabines en un texto que titula precisamente Homenaje a Sabines. El énfasis está colocado en «el tiempo de los amantes» que «no tiene nada que ver con lo normal o el tiempo de otros».

Por eso la exaltación del poema lleva de manera orgánica a extender los versos en la hoja para poder cantar que «el tiempo no se atreve a tocarlos ni a mirar siquiera de reojo sus abrazos».

Como en un concierto a dos voces, podemos leer en una especie de subtexto el poema del escritor de Chiapas haciéndonos ver que 

Los amorosos salen de sus cuevas

temblorosos, hambrientos,

a cazar fantasmas.

Se ríen de las gentes que lo saben todo,

de las que aman a perpetuidad, verídicamente,

de las que creen en el amor

como una lámpara de inagotable aceite.

La respuesta a ello por parte del michoacano sigue tono y modulación al replicar que a los amantes 

no hay perro ni ladrón que los asuste

ni cita formal que los separe

se olvidan de la comida del canto de la muerte

sus cuerpos son su mejor instrumento y su mejor bocado

mientras ellos se aman el mundo se detiene  

Homenaje a Pessoa alude a uno de los grandes poemas del siglo pasado: Tabaquería, publicado bajo el heterónimo de Álvaro de Campos. Su inicio es poderoso y memorable. Una declaración de principios y finales. 

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

La respuesta del poeta michoacano por adopción inicia en la referencia directa: “Como ese hombre de la Tabaquería/abro la ventana de mi vacío/lleno de las cosas olvidables/que habrán de subsistir bajo mi huida”. 

Este poema es una confesión en donde podemos escuchar la conciencia de un hombre “pequeño tal vez en mi ambición de mundo” por lo cual concluye que “humilde fue también/la máscara y el signo que se grabó en la hoja/maneras de penetrar en las ciudades los cuerpos los sueños”. 

Paisaje a medio cuerpo nos muestra que Gaspar Aguilera Díaz tenía muy claras sus influencias a las que nombra ya sea en el epígrafe, el homenaje poético o mediante la escritura en sí. 

Las más evidentes son las de Jaime Sabines, Eduardo Lizalde, Fernando Pessoa, José Emilio Pacheco, Homero Aridjis y Paul Celan entre otros. Tal vez, la característica sobria de su trabajo en la poesía, que colinda con cierto conservadurismo estético y estilístico, se deba a que nunca las dejó de lado. 

Este 20 de octubre hubiera celebrado 75 años, pero la muerte –como siempre- dijo la última palabra y lo acunó en sus brazos el domingo 7 de noviembre del 2021. En el paréntesis de ambas fechas, labró un camino en la poesía, en las instituciones culturales y sobre todo en la enseñanza. 

Parte del gran afecto que se le profesó, tuvo que ver con su calidez, humildad y buen trato para con todas y todos, pero especialmente por la dedicación amorosa de compartir sus experiencias y conocimientos mediante talleres literarios.

Su primer libro fue publicado en 1981 con el título Informe de labores por parte de la editorial Punto de Partida de la Universidad Autónoma de México. Al siguiente año da a conocer dos poemarios: Pirénico y Los siete deseos capitales. A partir de esos momentos suma un aproximado de 10 poemarios y varias antologías.  

Gaspar Aguilera Díaz, un poeta michoacano que hay que leer como a un hermano o un íntimo amigo que nos traduce la luminosidad de lo común, el suave jazz que los amantes suelen componer cuando se aman y la mirada de un viajero afortunado y atento a las apariciones del poema que entre todos vamos escribiendo.    

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