Los monstruos, la complejidad humana y yo

Noé Almaguer Zúñiga

Si mis padres esperaban que yo, uno de sus cuatro hijos, fuera cualquier cosa menos aspirante a escritor, cometieron, pues, un error grave: llevarnos a mis hermanos y a mí al cine casi todas las semanas de mi infancia. Ahora, veinte años después, fuera de haberme formado como un potencial arquitecto, político, presidente, astronauta, doctor, ingeniero, mecánico o sacerdote, me debato entre comer y mi vocación de narrador. La historia de siempre. La guerra eterna entre el pan y la letra. 

Mi fascinación con el cine tiene varios momentos culminantes y podría mencionar cuando vi Godzilla en 1998 de Roland Emmerich pero tenía yo tres años y no recuerdo nada; o cuando mi papá nos llevó a mi hermano y a mí a ver Star Wars I: La amenaza fantasma, sin embargo a mi memoria solo vienen luces neones; o quizás mencionaría la ocasión que vi a Johnny Depp convertirse en el cadáver de un pirata andante en Piratas del Caribe y la maldición del Perla Negra; no obstante, ninguna de esa impresiones fue tan fuerte como la vez que presencié en pantalla grande la contienda entre dos razas alienígenas, que mientras se disputaban la supremacía se llevaron entre las patas a una curioso grupo de exploradores. Todo esto teniendo como escenario las entrañas de una pirámide prehispánica que estaba hondamente enterrada en el subsuelo helado de la Antártida.  

Alien vs Depredador me dejó cocido al asiento del entonces CineMark al que siempre íbamos. De forma definitiva fue impactante ver a hombres y mujeres morir sin consideraciones a causa de engendros extraterrestres que salían de huevos cubiertos de una sustancia mucosa, que luego se abrían paso por las entrañas de las víctimas hasta volver a ver la luz, para enseguida matar a todo lo que se moviera; mientras que, por otro lado, estaban acechantes unos humanoides con habilidades herculáneas que con sus armas avanzadas y especializadas en la caza diezmaban a aliens y humanos por igual.

Originario de Irapuato, Guanajuato, nací en el año 1995, en el que la guerra entre serbios y bosnios se tornó más encarnizada en el entonces estado de Yugoslavia; ese mismo año, en México, Carlos Salinas de Gortari quedaba exonerado del asesinato del político Luis Donaldo Colosio; mientras en el cine se estrenaban El callejón de los milagros, Jumanji, Seven, Antes del amanecer y ganaba el Oscar a mejor película Forrest Gump

Desde pequeño fui muy alucinado con las películas y caricaturas. Y como siempre estaba en mi cabeza imaginándome mis propias secuencias de acción terminé siendo un chico muy distraído, lo que me acarreó una difícil relación con mi padre, que era un hombre de trabajo centrado en la realidad, pero que, a su vez, junto con mi madre, nunca nos privaron de ir al cine o elegir películas en el videoclub, lo que alimentó día a día mi imaginación.

Era 2004 cuando Alien vs Depredador de Paul W.S. Anderson se estrenó y yo salí de la sala de cine con el temor creciente de que un parásito alienígena empezara a retorcerse dentro de mis vísceras. Y el efecto intestinal de las palomitas con sobredosis de salsa no ayudaron a aliviar la sugestión. 

Sin duda, la escena que personalmente tuvo más créditos fue el enfrentamiento entre los dos últimos sobrevivientes- una humana y uno de los tres depredadores- contra la Alien Reina, matriarca de los también conocidos “xenomorfos”.

Ese día llegué directamente a dibujar y dibujar esos seres alienados que me resultaron gratamente obsesiables, y a partir de entonces empecé a ahorrar mis cinco pesos diarios para comprarme el primero de una serie de figuras de acción de la saga de la película, y que se fue completando con los regalos de reyes magos y cumpleaños. Cuando acompañábamos a mi papá al Blockbuster lo acosábamos mi hermano y yo- más yo que él-, para que nos rentara una a una la filmografía de Alien y luego la de Depredador

Meses más tarde, cuando ya me sabía de memoria todas las películas, mi maestra de cuarto grado mandó llamar a mis padres para hablar sobre mí. En una rutinaria revisión de libretas la profesora encontró que varias de las últimas páginas de todos mis cuadernos y algunos de los márgenes de las hojas con contenido de clase estaban plagadas de rayones que formaban seres humanoides, con cuernos, bocas alucinantes de las que salían extensiones de otras bocas más pequeñas, cráneos alargados y sin rostro, y arañas gigantes que salían de lo que parecían ser huevos prehistóricos. Para la maestra era inimaginable que un pequeño de nueve años dibujara esos seres de locura. De manera que les comentó a mis padres que esos dibujos podrían ser síntoma de violencia intrafamiliar. Pero yo solo era un niño con una imaginación repentinamente alucinante y con debilidad por los monstruos. De acuerdo con la maestra, era prudente llevarme con un psicólogo. Nunca me llevaron. Ahora, casi veinte años después, creo que hubiera sido prudente que lo hicieran. Ni modo, el daño está hecho porque quiero vivir de contar historias. 

De cierta forma los monstruos fueron la causa de que me internara en la literatura. Fue por ellos que me interesé más en los mundos e historias extraordinarias. Empecé por los monstruos, porque eran lo más parecido a los dinosaurios -esas criaturas que fascinaron mi primera niñez- y porque eran muy diferente a todo lo demás en las historias. Los humanos siempre eran los mismos tarugos con los mismos problemas y los otros era fenómenos que salían de lo común, desde la forma en que surgían como en la representación estética, que era la que siempre me llamaba más la intención de primera instancia. 

Por la razón anterior, cuando conocí al Joker de Cristopher Nolan, interpretado por Heath Ledger en el 2008 me traumaticé. El antagonista era definitivamente más interesante que el propio héroe, con una forma de ser el malo de la historia poco usual para mí, y con una caracterización muy original, que marcó un antes y un ahora en mis intereses. Desde entonces los personajes antagonistas y/o complejos eran los que acaparaban mi atención. 

Fue por medio de estos personajes que empecé a comprender al “otros”, a los demás, intuyendo que todo siempre es más complejo que el bien el mal, y que nadie somos blanco y negro sino un lienzo de innumerables grises. 

Y es justamente de eso de lo que quiero hablar en mis escritos. Por eso amo la novela negra. Cine Noir, porque nos demuestra que hasta los héroes- el detective- no están exentos de mancharse las manos. 

Luego la novedad dejó de ser los personajes complejos, pues me di cuenta que los que eran capaces de cometer actos monstruosos éramos la humanidad misma. Por eso, nada ocioso, el escritor de fantasía épica Andrzej Sapkowski dice por medio de su personaje Geralt de Rivia –un brujo que se gana la vida cazando todo tipo de alimañas humanoides y leviatanes– que a la gente le gusta inventarse monstruos y monstruosidades. Entonces se parecen menos monstruosos a sí mismos.

Debido a lo anterior es por lo que creo que no es el terror a lo extraño debajo de la cama –ni el miedo a lo que hay en el ropero, ni siquiera al espanto ocasional del espectro en la silla al otro lado del cuarto formado por la pila de ropa sin doblar– lo que nos da verdadero miedo, sino el terror al interior de nosotros, al auto-extrañamiento, a lo inadmisible en nuestra persona, a eso que no quisiéramos formar parte, a la posibilidad –nunca extinta– de convertirnos en brutalidades, engendros morales, bestias, monstruos. Una posibilidad que ocultamos bajo las sábanas. Ese es el eterno miedo que la humanidad perpetúa en una primigenia huida.

Noé Almaguer Zúñiga

Originario de Irapuato. Estudió en la facultad de Literatura y lenguas hispánicas. Radica actualmente en Morelia, Michoacán. Se dedica a la gestión cultural por medio de la labor libresca, intenta no dar pataleadas de ciego en el campo de la creación literaria. Amante de la novela negra y lee con devoción a Roberto Bolaño y Leila Guerriero. A partir de ahí siente el compromiso de mirar agudamente y narrar lo visto. No disfruta escribir pero sí cuando termina de hacerlo.

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