Materia oscura: Septálogo de la escritura

Patricia Laurent Kullick

                          A Christopher Domínguez Michael

El estómago de todo escritor que codicia el nivel más alto de la imaginación humana, es el pero perfecto para cocinar la más vil de las Envidias. Ardientes condimentos derivan en decenas de combinaciones. Existen componentes menores como la falta de publicación y reconocimiento con respecto a un escritor equidistante; la biblioteca alejandrina que heredó alguien a quien se considera con indigente topografía mental o el carisma para relacionarse con editores hasta citar a James Michener: “Pienso en Tolstoi, Flaubert y Dickens y siento envidia de lo que estos autores lograron.  Porque siento envidia soy ahora un escritor. Me mantengo envidioso. La envidia es mi guía hacia lo que pueda lograr”.

Así llega el autor a la Avaricia, la codicia. Codiciar fama y fortuna hace que el escritor, una vez lo ha aceptado, trabaje arduamente para lograrlo. Len Deinghton justifica su ambición por la fama diciendo: “Me gusta escuchar conversaciones sin que la gente me mire por encima del hombro. Quiero ser el hombre atrás de ti en una tienda de peces”. H.L. Mencken escribe al respecto: “Un escritor siempre es más admirado, no por aquellos que lo leen, sino por aquellos que han escuchado acerca de él. Vladimir Nabokov, en cambios, se viste con el manto de la falsa humildad y dice: “Lolita es famosa, yo no. Yo soy un oscuro, doblemente oscuro novelista con un nombre impronunciable”.

A la hora de pagar la cuenta, los escritores son famosos por su poca esplendidez. Respetando las felices excepciones, invitar la próxima ronda es sacrificar aquel envidiable diccionario o el volumen X de las obras de Y. También podría descompletar la renta de la utópica casa en la playa, aldea o desierto que lo inspirará y disciplinará para terminar su obra en proceso. El escritor es avaro con los libros y con las ideas. Una vez que llegue a la fama cobrará exorbitantes cantidades de dinero para que el vulgo escuche sus visiones. Pero, como asegura Anthony Burguess: “Las ganancias financieras también pagan el desgaste de energía, el daño a la salud causado por estimulantes y narcóticos, y sobre todo, el miedo de que el trabajo de uno no es suficientemente bueno”.

Esto, inevitablemente lleva a la Gula. Gula es el exceso de todo aquello que nos metemos por la boca: el opíparo platillo, humo de tabaco, el imprescindible vino y otros estimulantes orales, los cuales resultan necesarios para ayudar al escritor a amortiguar el terror de ser carcomido por los aviros. W. B. Yeats escribe en su libro El gato demoniaco: “La mayoría de las veces los curanderos más famosos son aquellos a los que  los duendes han querido mucho y los han raptado, teniéndolos consigo durante siete años, aunque no siempre los predilectos de los duendes han sido raptados, pueden simplemente ser personas silenciosas y raras, entregadas a vagabundeos solitarios en los lugares nobles. Estos suelen convertirse en grandes poetas o músicos o, sencillamente, curanderos; no hay que confundirlos con los que tienen una Lianhaun shee (leannán-sidhé), porque la Lianhaun shee se alimenta de los órganos vitales de sus elegidos, que de esta forma se consumen y mueren. La Lianhaun shee es uno de los terribles espíritus solitarios. Poseídos por él han estado los más grandes poetas irlandeses, desde Oisin hasta finales de la centuria.

Quizá con los poetas sea el terrible espíritu solitario, pero en el caso de los narradores hay un pacto con los aviros, parásitos instalados al filo del precipicio donde termina la razón y empieza lo innombrable. Se pacta con ellos ofreciendo un órgano vital a cambio de una nítida visión en la oscuridad.  La lucidez y congruencia del escritor es inversamente proporcional a su salud física. Estos animales, a cambio de la imaginación, se aposentan en un órgano. Lenta o rápidamente, según sea la consistencia física del escritor, llegan a darle muerte. En el caso de Julio Cortázar, bebieron como sanguijuelas de su sangre. De Rulfo, su hígado. Y así a casi todos los autores. Sin embargo, no deja de ser extraño el pacto   con Borges. Hubo dolor en todos los órganos vitales, pero Borges ofrece sus ojos a cambio de un corazón latiente. Los aviros se van con el engaño de la vista física mientras Borges, con la mirada volcada hacia adentro, trabaja, tranquilamente, bajo el reflejo de los espejuelos del eón. La gula, pues, es el pacto de amamantar a aquellos que depositan incandescentes huevecillos en intrincadas cavernas cerebrales.

Entra la Pereza, necesidad física de todo escritor invadido por aviros. No solo hay que descansar de los excesos, sino dar tiempo al sistema inmunológico para que cuente a sus bajas y entierre a sus muertos. Los aviros comen más sueños que órganos. Obligan al escritor a permanecer dormido más de lo normal. Las pesadillas son un manjar. Una vez que el escritor despierta anda en busca de su pago. Mientras mira el techo, rastrea huevecillos que dejaron los aviros. Esta es una labor que requiere un sofá y si acaso un poco de música. En muy pocas ocasiones puede ir a la caza de huevecillos mientras hace la contabilidad de un negocio si es que el escritor trabaja. Los casos más tristes son los de aquellos que pactan con lo aviros, llevan a la perfección el exceso de los siete pecados capitales y no logran encontrar un huevecillo fresco o valioso. Cuando los aviros se han multiplicado en cuantiosas cantidades, el autor sufre de alucinaciones, delirio de grandeza, paranoia y unos terribles celos sobre su cónyuge.

De esta manera, la Soberbia se vuelve un caso con mayor alcance de comprensión. El precio que el escritor paga a los aviros vuelve tiernas declaraciones como esta de Lawrence Durrell: “Mi problema es una intensa vanidad y narcisismo. Siempre he tenido tan buena psiquis (llena de aviros) y tan intenso encanto, que es difícil ser honesto conmigo mismo”.

O comprender lo que dice Yeats al respecto: “Estoy enloqueciendo por mi propio trabajo. Tengo una copia que leo constantemente y encuentro muy iluminadora”. 

La soberbia de no leer a jóvenes autores es una necesaria autodefensa para evitar el dolor de recordar la excursión de pascua en busca de huevos. Si el escritor tiene la humildad de leer a jóvenes víctimas, corre el riesgo de perder la orientación y el tiempo necesario para su propia búsqueda. Por eso dice: “Qué hueva”. La opresión ovípara es proporcional  a la superioridad con la cual un talento literario infestado se mueve por el mundo.

Los aviros deshidratan, infectan los fluidos corporales y aguadan su consistencia. Practicar la Lujuria, de preferencia con una alumna joven o con un inocente admirador, es encontrar el donador que riega de entusiasmo ese cuerpo que se va quedando como polvorón.

La Ira. Un talento literario, a pesar de su geometría cerebral, envidiable e irrepetible, es bíblicamente iracundo. No me refiero al exiguo enojo contra críticos: “Preguntarle a un escritor que trabaja qué piensa de los críticos, es como preguntarle a un poste de luz qué siente por los perros”. (John Osborne). O la inocua corajina de Mickey Spillane, quien se pregunta: “¿Por qué estos gigantes (los críticos) descienden hasta mí y mi pequeñas historias? No estaba haciendo nada de importancia nacional. Solo trataba de entretener a la gente y ganarme un dólar”. Sino que más bien me refiero a la ira primera. La que desata el hermano, el compañero, la maestra, la familia. La humanidad entera. La ira aísla el azufre de nuestra consistencia química. Este elemento de símbolo “S” guía el olfato de todo escritor a su propio infierno. Ahí donde resguarda obsesiones, desconcierto y frustraciones que harán las delicias de su escritura.


Patricia Laurent Kullick nació en Tampico en 1962 y murió el 2 de noviembre de 2022 en Playa del Carmen. Tenía 60 años.

Escritores y académicos recordaron su trabajo literario, al que calificaron como “alocado”, “comprometido con el lenguaje” y “lleno de ironía y creatividad”.

El escritor Antonio Ramos Revillas, mencionó que la obra de la escritora debe ser más conocida en México, pues no tiene contraste, por su imaginación desbordada.

“La obra de Paty será fundamental no solo para la literatura de Nuevo León, pues en la historia de la literatura mexicana no encontraremos a una autora como ella, con esa desfachatez y esos imaginarios enloquecidos que tenía, con una novela que debería ser mucho más leída como El Camino de Santiago, aunque sus cuentos no están para nada atrás de esa calidad narrativa que nos deja”.

“Como comunidad literaria nuevoleonesa siento que perdemos uno de los ejes principales, en los últimos 30 años, pero estoy seguro que su escritura se irá reevaluando, revalorando y que tendrá lectores para muchos años más. Lo que hizo entra en la categoría de obras enloquecidas, pues siempre que escribía estas historias tenían que ver con entes raros”, dijo el director de la Editorial Universitaria de la UANL.

Por su parte, el poeta Margarito Cuéllar reconoce en la autora de la novela La Giganta, a un puntal de la generación de los nacidos en los 60, que hizo una prosa brillante, sobre todo por el refinado uso del humor, con una forma de escribir que no es común en la literatura.

“Tenía la imaginación de un niño, atesorada en el cerebro de un adulto, y con esa forma de inventar hacía tremendos cuentos y sobre todo esa novela enorme, La Giganta. Su obra es equiparable al de otras narradoras norteñas como Irma Sabina Sepúlveda o Amparo Dávila”, dijo, en referencia a quien fuera becaria del Centro de Escritores de Nuevo León e integrante del Sistema Nacional de Creadores de Arte. 

Cuéllar Zárate, ganador Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez 2020, consideró necesario que sea difundida la obra de Patricia, pues su trabajo no contó con la debida circulación nacional, por diferencias con algunas editoriales. 

“De cualquier manera sus libros han estado circulando y van a ser muy atractivos para lectores de hoy, pues tiene relatos breves y con mucho sentido del humor, sin llegar al chiste. Se conserva una atmósfera narrativa y esa obra de La Giganta que la dimensiona en estos últimos años, está a la altura de las creaciones importantes de México. Su narrativa irá creciendo. Es muy lamentable su partida”, señaló. 

Genaro Saúl Reyes, investigador de culturas populares, resaltó la narrativa de Laurent, autora del libro de cuentos Infancia y otros horrores, por manejar el lenguaje “como se le pegaba la gana”. 

“Ella estaba comprometida con el lenguaje. A partir de su lenguaje podía construir otros mundos y de ahí iban saliendo grandes textos. Aunque algunos decían que hacía realismo mágico creo que no había etiquetas para Patricia, porque iba construyendo su propia narrativa y en eso no la igualaba nadie, por el manejo de temáticas que podrían provocar horror, lo que precisamente buscaba ella, como lo hizo en uno de sus libros que se llama Infancia y otros horrores”. 

 “Paty creaba un espejo en el que nos estábamos viendo a partir precisamente de lo que no queríamos ver de nosotros mismos. Eso hace muy valiosos sus libros. El Camino de Santiago es una obra fundamental, que hay que leer con mucho cuidado, llena de ironía y humor negro. Lo mismo La Giganta, uno de sus últimos textos. Lo que veo en la obra de Patricia es un compromiso con el lenguaje y con ella misma”, refirió. 

El académico consideró excepcional el manejo que hacía la escritora del erotismo, una temática muy difícil de manejar, aunque afortunadamente ella no tenía problemas para hacer referencias, pues a todo lo llamaba por su nombre. 

(Con información del escritor Luciano Campo Garza, corresponsal de Proceso en Nuevo León).

Loading

También le venimos ofreciendo:

Danos tu opinión: