Mis recuerdos con Irepan Rojas

Caliche Caroma

Irepan Rojas Próspero nació el 12 de agosto de 1982 y dijo adiós el 12 de marzo, este 2023 habría cumplido 41 años, pero ya no llegó a esa edad, se quedó en los 40 años y unos meses. Como dicen en estos tristes momentos, se nos adelantó en el camino, colgó los tenis, tocó su último solo de trombón. En estos párrafos trataré de dar cuenta de la amistad que tuvimos durante 18 inviernos, creo que llegué a conocerlo más o menos bien, espero que desde el otro lado lea estas líneas y venga a jalarme las patas, a reclamarme por andarlo difamando o regresé para fumarnos la última bacha, porque al igual que muchos, no alcancé a despedirme de él.  

En 2005 lo vi por primera vez en la Facultad de Filosofía “Samuel Ramos Magaña”, en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), sus casi dos metros de estatura y su corporalidad no pasaban desapercibidos para nadie. A Irepan le tenían miedo los de nuevo ingreso, algunos maestros y parte de sus compañeros de clases, se imponía por su voz y carácter desafiante, pero en el fondo tenía un gran corazón y se reía a carcajadas, le encantaban los memes y gifs, tengo una colección que él me mandó por mensajes. De esos primeros recuerdos, una vez que estábamos en las jardineras, fumando la pipa de la paz y hablando de mil cosas, como corresponde a los incipientes universitarios, me corrigió porque yo mal dije “intérvalo” en lugar de “intervalo”. Desde ese momento supe que seríamos cuates.

A los pocos días de la corrección de mi mala pronunciación, me invitó a una “fiesta”, en ese momento vivía o pasaba la mayoría del tiempo en la casa que su familia tenía en la calle Teniente Alemán, cerca del Bulevar García de León. En el convivio de Irepan éramos más hombres que mujeres, en realidad había dos mujeres y seis vatos. Cuando llegué al lugar, los filósofos se divertían aventando botellas de caguama contra la pared, el líder indiscutible era Irepan, no comprendí ni me uní al divertimento de ellos, pero me la pasé bien porque no le hacían daño a nadie, sólo quebraban envases de vidrio para demostrar su desacuerdo con la sociedad capitalista.

Pasó el tiempo y creció la amistad, formamos nuestra primera banda a la que le pusimos Llámelo como quiera, o algo así, la memoria traiciona por definición. Allí tocábamos al lado de Héctor Macías, Román Fuentes, Librado Salazar, Álvaro Iriarte y otros changos musicales que ahora se me olvidan. Irepan en el bajo y yo en la percusión, nos presentamos en instituciones como el Cobaem, por supuesto la Facultad de Filosofía, en tugurios de mala muerte, botaneros y fiestas privadas. No sé bien cuál era el género musical, pero nos divertíamos haciendo ruido y aventando choros mareadores disfrazados de poesía. Por cierto, a los nos gustaba mucho Ramón Martínez Ocaranza.

Viajamos varias veces por Michoacán y a otras partes del país, son dos viajes los que más tengo presentes. Uno es el que hicimos a Chihuahua, Chihuahua, para asistir al congreso de la Coordinadora Nacional de Estudiantes y Pasantes de Filosofía (Conefi). Nos prestaron un destartalado camión de Ingeniería Civil de la UMSNH, con todo y chófer. Nos pararon en un montón de retenes de soldados, pero no encontraron nada comprometedor. Corrimos con mucha suerte, pues todos traíamos marihuana; nos habían dicho que en Chihuahua era muy difícil conseguir hierba para fumar. En cada retén pasaba lo mismo, los militares se dirigían a Irepan Rojas como “señor profesor” o “maestro”, pensaban que él estaba cargo de todos nosotros, quizá por el maletín y la vestimenta que traía, había sido delegado de Conefi y se le quedó la facha. Esto nos daba risa y al mismo tiempo miedo, Irepan también traía clavo, pero nunca perdió la calma y eso fue lo que nos salvó.  

El segundo viaje fue a Chinicuila, en la frontera de Michoacán y Colima. Nos llevaron a un festival orgánico, ecológico y pacheco. Él con su banda Ciudad Psilocybe y yo con el ensamble de percusiones, en un par de camionetas nos amontamos, viaje de muchas horas por zonas calientes en más de un sentido. Aún vivía Josué Ruiz Maldonado, hay un par de fotos que les tomé, par de dos que hoy ya no están físicamente. Pasamos varios días en ese lugar maravilloso, rodeados de ríos, cañadas, paisajes impresionantes, gente agradable y comida riquísima. Jugamos fútbol, tomamos palomas (leche bronca con chocolate y alcohol de caña), vimos a malosos y a marinos conviviendo en la plaza del pueblo. Ciudad Psilocybe sacó de onda a la audiencia, pero al final les gustó la propuesta de folk-fusión-psicodelia para las masas. Irepan adoptó a un chamaco que no dejaba de verlo, le dio unas clases exprés de bajo, hay una foto en donde el niño lo está viendo con una atención inamovible. Maestro Irepan, le decían varios.

Irepan Rojas tuvo otro accidente fuerte hace años, en 2010, pero milagrosamente a él no le pasó casi nada, raspones en la espalda, una magullada leve; viajaban con la banda de reggae Meketrefes, el más dañado en el aquel entonces fue Jonathan Macotela, hoy vivito y coleando, gracias a la vida, la suerte y a la fuerza del Irepan que pudo sacarlo de entre los escombros, según cuenta Damián Calderas. En 2017 (circa) nos llevó en su camioneta a una fiesta para tocar con el grupo Sonaxa, cerca de Umécuaro, en la noche, de regreso, se nos poncharon las dos llantas de adelante (¿o traseras?) por un bache que no vimos. La mayoría de los pasajeros había consumido alcohol en demasía, incluyéndome, Irepan se sacó de onda y nos regañó por el desmadre que traíamos, estaba estresado por las llantas y los gritos, yo me indigné y les dije adiós, agarré mis cosas, caminé en la oscuridad y al otro día amanecí en una propiedad privada sin saber bien porqué estaba allí, le marqué para reclamarle e Irepan respondió: “Por pendejo, para que se te quite” y se me quitó.

Faltan un montón de cosas por contar, por ejemplo, el cotorreo que nos aventamos con su tío Tito Próspero, quien también anda en las estrellas tocando con su trompeta. O la noche que se presentó en el Teatro Ocampo y luego en el León de Mecenas por algo de blues (sobra los pretextos), Juan Carlos Cortés era el estelar y el invitado de honor era Jorge García Ledesma de Follaje, acabamos en casa de Ulises Cacho, ebrios. Irepan me rayó la cara con la palabra “SIMÓN”, así, en mayúsculas y luego me llevó a mi casa, mi mamá aún vivía, cuando me vio la progenitora se atascó de risa y el Gordo (de cariño, yo también estoy gordo) le dijo a mi madre: “Mire cómo se pone su hijo, el Carlos Rojas”.

Irepan Rojas estuvo en diferentes colectivos, últimamente tocando salsa en el bar Bambú, junto a Carlos Mendiola, et al, y antes con la Orquesta Marakachimba; con los ya mencionados Macotela, Juan Carlos y Roger Vargas en Pollomingus y en Juan Carlos Cortés Band; en la Orquesta Uarhipeni, compartiendo escenarios con Sergio Ortiz, además invitado a otras varias agrupacione purépechas, de la llamada música tradicional; al lado de Tito, Franco Lugo y el Roger en Jazztense; con Susie Q en teatro cabaret y en varias bandas más de cuyo nombre no tengo registro. El bajo, contrabajo y trombón fueron sus instrumentos, sabía de teoría musical y le gustaba compartir sus conocimientos a los demás. Criticaba con razón y a veces se le pasaba la mano, ni modo, esto era parte de su magia, genio y humor.

Después de la muerte de su papá, don Ireneo Rojas, Irepan estuvo muy triste, no podía ser de otra manera, se alejó de la capital michoacana y pasaba más tiempo en su querido pueblo, Tingambato. Aunque nos veíamos menos, cada que nos encontrábamos nos abrazábamos, cosa rara porque él no era de mucho contacto, pero con la muerte de mi madre y de su padre encontramos un punto de apoyo entre ambos, quizá por eso el apretón de osos. Me visitó cuando me navajearon, me llevó un rico mezcal que él mismo vendía, mi hermano Giovanni le compraba seguido, de hecho, unos días antes del desafortunado accidente vino a dejar a la librería dos botellas que le encargaron. Dos botellas de mezcal, como la canción.

Le voy a dejar aquí, se me pasan un montón de anécdotas, momentos especiales, la mayoría alegres, encuentros musicales, duelos artísticos, debates filosóficos (y fálicos), pero también cosas más mundanas, como el gusto por los taquitos de tripa, las chelas que ya no podía tomar (tanto) por la salud de cuarentón, la repulsión que nos daba la hipocresía de ciertos personajes que hoy hacen como que lloran por la partida de Irepan y, bueno, él se las sabía todas, al derecho y a revés. Te quiero, Irepan, te queremos un chingo (en el funeral en Morelia no cabía la gente, la música siguió sonando hasta Tingambato; vi a su familia muy triste, pero al mismo tiempo reconfortados por la multitud que fue a despedirlo a Gayosso), de aquí hasta la eternidad, es decir, nos vemos a la vuelta de la existencia, Bebepan, Trepan, Irepunk, carnal.  




Caliche Caroma

Escritor putrefacto que deja el alma en cada tecla, a veces es grasa esa alma. Ganador dos veces consecutivas del premio «Mejor dedícate a otra cosa». En su casa lo conocen como Panchito porque baila el cha cha cha. Quiere adelgazar, pero no puede.

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Un comentario sobre «Mis recuerdos con Irepan Rojas»

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