Mongoloides morelianos al ataque

Caliche Caroma


Desde aquella vez en el FICM 2022, cuando Burrén Albarrán bailó mambo afuera del teatro de la Familia Ramírez (el Mariano Matamoros) y nadie le aventó un Doctor Simi de peluche, no había pasado nada interesante en la ciudad de la cantera rosa, hasta que llegó Silverio, su Majestad Imperial. El sábado 12 de noviembre, pasada la medianoche, apareció el oriundo de Chimpancingo (por chimpancé), Guerrero, para solaz del público, en su mayoría varones chavurrocoides ávidos de falos famosos y de las deyecciones que de allí brotan.

La presentación estelar de Silverio se llevó a cabo en lo que antes fue Aguanile, un lugar de salsa ubicado enfrente de otro lugar de salsa, La Porfiriana, en la calle Corregidora #723, Centro Meado de Morelia, la sucia. Se confirmó, con todas las de la ley, lo de “música para mongoloides”, pues en el lugar había bastantes y bastos funcionarios del actual gobierno estatal, antiguos perredistas, hoy morenistas de hueso colorado, quienes bailaron y se divirtieron como subnormales, adjetivo que quiere decir vividores del erario y simuladores profesionales con chaleco salvavidas. También estaban presentes los más ilustres periodistas locales, profesionales de la calumnia y fotógrafos del desenfoque.

Agradecemos las cortesías para que este medio pudiera entrar al evento organizado por MasPro (+Prö), el cual comenzó desde las cinco de la tarde. Desfilaron una serie de Dj’s y artistas locales que, la verdad, es mejor olvidar. Muy común es que los empresarios quieran sacarle lo más que se pueda a este tipo de eventos, y qué bueno, es un negocio, pero tampoco hay que exagerar. Las chelas costaban $110 pesos, un vaso semigrande en donde cabían dos Indios (había otra marca peor que ésta), al igual que el Guacardí, más rebajado que las cumbias Monterrey. De las botellas mejor ni hablamos, eso sí, los burócratas mongoloides se compraron un par, ¿por qué no?

Desde la parte de atrás, entre las mesas de plástico, con una fuga de agua en el baño de mujeres, apenas se podía ver a su Majestad Imperial, apodo de Julián Lede, el verdadero nombre del antiguo integrante de Titán y de la disquera Nuevos Ricos junto a Carlos Amorales. Los organizadores decidieron meter a Silverio en ese rincón, a pesar de que el lugar tenía un escenario en lo alto donde antes tocaba la orquesta de salsa, espacio más a la vista de todos, pero así son los designios de los señores del dinero, ni modo. Apretujarse para disfrutar más el espectáculo de la era de las cavernas con visuales estrambóticos.

En cuanto salió Silverio aparecieron los celulares y las cámaras de los asistentes, todos querían tener el registro del artista, casi casi que por eso pagaron entre $250 y $450. Como ya es costumbre, el solitario músico se fue desprendiendo de sus prendas conforme avanzaban los éxitos musicales (“Yepa, yepa, yepa”, “Perro”, “Caca”, etcétera), hasta quedar en calzones rojos. En algún punto del concierto se sacó el pene, orinó sobre el auditorio, se lo volvió a guardar, luego lo volvió a sacar y le puso el micrófono en el ojo fálico para que éste dedicara unas palabras a los presentes. Un ambiente familiar digno de estos tiempos distópicos.

Es la cuarta vez que nos toca escuchar, ver y sentir a Silverio, una experiencia escatológica en todas sus acepciones, misma que deberían regalarse más vallisoletanos asépticos. ¿Baños de pueblo? Esto es una lluvia dorada que purifica la carne y tonifica el espíritu, saliva en los ojos para ver mejor, mocos en las chelas con alto valor nutritivo, heces en las trusas carmín como testimonio de que somos humanos, demasiado simios: “Si tú quieres masticar / Las pelotas de Tarzán / Te tendrás que relajar / Mi miembro te alumbrará”.  








Caliche Caroma

Escritor putrefacto que deja el alma en cada tecla, a veces es grasa esa alma. Ganador dos veces consecutivas del premio «Mejor dedícate a otra cosa». En su casa lo conocen como Panchito porque baila el cha cha cha. Quiere adelgazar, pero no puede.

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