Mujer de sol abracadabra

Ernesto Hernández Doblas 

¡Hay tantas historias por contarse! Incluso, aunque ya sean en apariencia conocidas. Hay historias que necesitan seguir pasando de boca en boca, de hoja en hoja y de época en época. Historias que hablan de nosotros, que nos interpelan, y tienden puentes hacia nuestra necesidad de conocer el mundo: re/conocernos. Historias que desde el pasado nos inspiran a crear las mil y un posibilidades del presente y lo por venir. 

La de Nahui Olin, es una de ésas que necesitan ser contadas de nuevo para mantenerla fija en la memoria, para pulir sus ángulos de luz y porque la libertad es un ejercicio sin fin que necesita de brújulas para seguir siendo de carne y hueso. Nacida en el Distrito Federal (hoy Ciudad de México) el 8 de julio de 1893, Carmen Mondragón Valseca (su nombre verdadero) superó cualquier pronóstico que pudiera haberse hecho sobre su destino. 

Nadie pudo anticipar que la hija de un destacado militar porfirista y una mujer culta y conservadora, alimentaría su corazón desde la niñez con deseos de salvaje libertad. A los diez años escribió: “Soy un ser incomprendido que se ahoga por el volcán de pasiones, ideas, de sensaciones, de pensamientos, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno y por eso estoy destinada a morir de amor”. 

Así lo consigna la destacada periodista Adriana Malvido, quien publicó en 1993 una de las primeras y más completas biografías de la artista que cimbró al país y especialmente a su capital en momentos ya de por sí convulsos a la par que esperanzadores. La nación buscaba un rostro, una identidad. Después de la revolución mexicana, muchas y muchos se empeñaron en que la muerte y la sangre dieran flores y frutos.   

De algún modo, puede entenderse la odisea de Nahui Olin como si en su espíritu se jugaran las apuestas más arriesgadas del futuro. Hacia ella, una época venía cabalgando con rostro y mando de amazona, de bruja, de diosa. Su mente y corazón eran tan lúcidos y dionisiacos que le hicieron tener la certeza desde la infancia que parte de su destino era “morir de amor”. 

Y en efecto, una de las más destacadas facetas de la pintora y poeta mexicana sería la del amor y la intensidad libertaria con la que viviría cada una de sus relaciones amorosas. A los 20 años de manera intempestiva contrajo matrimonio con el entonces cadete y posteriormente pintor Manuel Rodríguez Lozano. Fue un parteaguas en la vida de Carmen Mondragón aunque ocho años después llegaría el divorcio. 

La separación tuvo causas diversas, pero un factor decisivo fue el encuentro ocurrido el 22 de julio de 1921 entre la todavía esposa de Manuel Rodríguez y el reconocido y mítico pintor jalisciense Gerardo Murillo Coronado, mejor conocido por su seudónimo: Dr. Atl. Aquello fue volcánico e irremediable para dos personalidades tempestuosas. 

En el libro de Adriana Malvido se cuenta ese momento a través de un fragmento del diario de Murillo Coronado quien al hablar de quien sería poco después bautizada por él como Nahui Olin dice: “[…] se abrió ante mí un abismo verde como el mar; profundo como el mar: los ojos de una mujer: Yo caí en ese abismo, instantáneamente, como el hombre que resbala de una alta roca y se precipita en el océano”.  

“Estoy destinada a morir de amor” escribió a los diez años la mujer que deslumbró al Dr. Atl y quien a su vez remataría el fragmento de su diario con gemela intensidad: “¿Cómo es posible que en un hombre como yo pueda encenderse una pasión con tal violencia?”. 

Los dos amantes no estaban solos en su vitalidad, México cruzaba por una de sus épocas más florecientes. Vientos de libertad y creatividad encendían los entusiasmos. José Vasconcelos asumía la dirección de la recientemente inaugurada Secretaría de Educación Pública, proponiéndose la cultura como una especie de cruzada en pos de la regeneración del país. 

Ese año, el gobierno de Álvaro Obregón despertó el ánimo nacionalista con la celebración del primer centenario de la independencia. Los pintores Diego Rivera, y David Alfaro Siqueiros retornan de Europa y encabezan el muralismo. La idea detrás de este movimiento era la de que el arte dejara de ser una actividad solipsista y se integrara al servicio de la sociedad, en especial de los más necesitados, de aquellos que habían puesto vida y dolor en aras del cambio revolucionario. 

El colorido de aquella era se vería reflejado con fidelidad en las pinturas de Nahui Olin, cuyo nombre significa perpetuo movimiento en náhuatl. Los dos jóvenes artistas y amantes dedican cuerpo y alma a vivir un amor nutrido de admiración mutua, deseo, arrebatos, celos, creatividad, violencia y ternura. Al mismo tiempo unen sus talentos para contribuir de múltiples maneras a la construcción del rostro del país que los vio nacer.  

Ambos se ven asaltados por la inspiración y el deseo de transformar la realidad. Junto a los besos van dejando en la ciudad huellas de su paso. Se declaran su amor en público y en privado y de la misma forma riñen y se declaran su odio. Ella también deja testimonio de dichas vivencias en su escritura. 

“Para mí –para ti- ya no habrá ayer ni mañana –para nosotros dos sólo hay un solo día, eternidad del amor”. Esa desnudez del mundo interior se corresponde con el deseo de manifestarla en el exterior. Nahui Olin hace de su cuerpo la performance de su liberación así como la mejor vía de afirmarse en el mundo. 

Posa con desparpajo y sentido de la desnudez como si se tratara de un hechizo, como una expresión de su poder y como una lúdica protesta en contra de los prejuicios y la hipocresía de la sociedad. El Dr. Atl la dibuja pero no es el único. El destacado fotógrafo mexicano Antonio Garduño le hace retratos que luego ella expondrá en la azotea de su casa. Los autorretratos también están presentes en este camino transgresor. 

“Mi espíritu/derramado en mi cuerpo/se escapa/por mis ojos” escribe la pintora con la lucidez que le caracteriza. Tiene plena conciencia de cómo su presencia reúne las miradas de hombres y mujeres y hace de ello un lienzo para expresarse. Diego Rivera la incluye en el mural titulado “La Creación”, ubicado en el Colegio de San Ildefonso. 

Todas esas pinturas y retratos van a contribuir a instalar en el imaginario del país y en particular de su capital, la figura de una artista que aunque aparentemente caería después en el olvido, es sin duda un imborrable icono de una época, de la rebeldía, del feminismo y de la liberación sexual.  

En un nuevo giro del destino, conoce al fotógrafo norteamericano Edward Weston en 1923, y es quien le toma uno de los retratos que harán que tanto en Estados Unidos como en Europa, Nahui Olin brille desde entonces. 

Finalmente, la relación con el Dr. Atl, enmarcada en muchas otras, concluye, a pesar de lo cual ambos no dejarán de verse con ternura y aprecio. Al igual que el filósofo Friedrich Nietzsche, Nahui Olin se arroja en brazos de lo que para muchos fue la locura pero que en buena medida se trata más bien –en ambos casos- de la última estrategia de un ser desbordado de sí mismo y de un deseo perpetuo de trascenderse. De ir más allá de lo dado y lo real, incluso, aunque ese más allá sea la locura o la muerte.

Rodeada de gatos y de la belleza fatal de su propio mito, acariciada por la garra de la pobreza que solo es externa, e iluminada por el desprecio de una sociedad que no tenía espacio para la libertad que desde el cuerpo alza sus banderas y sus máquinas de guerra, la pintora y escritora se fue apagando lenta y dignamente hasta morir un  23 de enero de 1978.

¿Cómo abordar a un personaje como Nahui Olin? Todas sus facetas se desbordan unas a otras. Y sin embargo, se hace necesario ir en pos de un estudio lo más completo posible que repase su leyenda pero no se quede embrujado en ella. La feminista, la pintora, la poeta, la revolucionaria, la amante, la musa y la pensadora, reclaman su retrato. Todas esas facetas se dirigen hacia un mismo punto: la mujer de sol abracadabra cuyo naufragio no fue más que el último resplandor de su genialidad. 



Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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