Oficio: hacer arder

Ernesto Hernández Doblas 

«La única iglesia que ilumina es la que arde»
Piotr Kropotkin

Jim Morrison aún enciende sus inciensos de chamán fantasma sobre los escenarios. El llamado Rey Lagarto fue una de las muchas figuras que dejó su huella e influencia imborrable en los caminos del rock, especialmente en las décadas de los 60 y 70. Parte de su legado está en que se considere a la música como una vía de liberación revolucionaria y no meramente como un negocio.

En ese sentido, el cantante de The Doors hizo -en su breve trayectoria-, de sus conciertos, actos creativos y potentes. Performáticos, no como espectáculo redituable sino como rituales del caos en busca de un orden nuevo. El desarreglo de los sentidos para alcanzar la iluminación que preconizaba el poeta francés Arthur Rimbaud. 

El evangelio: queremos al mundo y lo queremos ahora. Declaración política y catarsis. Incitación provocadora y movimiento contracultural a favor del advenimiento de la transformación de los individuos y por ende de la sociedad. Tiempos de utopía e ingenuidad. De arrebatos dionisíacos que terminan en callejones sin salida pero que algo abren en el muro blanco de la realidad. Puntos de fuga de otros puntos de fuga que hacen madrigueras de topo. 

En cierta medida logró sus objetivos pero en algún momento descubrió su fracaso frente a una industria que todo lo convierte en dinero y negocio, incluso aquello que pretende rebelársele. Cansado y a la vez con ánimos de reanudar su vocación como poeta, Morrison viajó a París junto a Pamela Courson, su inseparable compañera.

La muerte le salió al paso y lo entregó a los brazos de una leyenda que dio frutos en varios artistas y en el rock mismo. Parece que dicho género musical tiene un movimiento pendular consistente en crear nuevas mutaciones que sostienen la antorcha de la rebeldía para ser absorbidas al paso del tiempo tras las fauces del mundo capitalista.

A mediados de los años 70 -por ejemplo- surgió el punk, hijo rebelde del rock, que pretendió llevar a un sitio nuevo los ideales revolucionarios. Acompañado en general por ideas del anarquismo, dando voz a los sin voz y con indumentaria y sonido áspero, cimbró a las sociedades y a la industria musical. Una década más tarde, ya se había vuelto una moda. Cuestión de apariencia. Un producto más digerido por el imperio de la mercancía.

Sin embargo, de tanto en tanto surgen rizomas nuevos. Diferencias y repeticiones que van adquiriendo derechos al nombre propio: heavy metal, thrash metal, speed metal, doom metal y black metal entre otros. Este último tiene ciertas diferencias con los demás enumerados ya que mientras la mayoría se concentran en la forma y estilo de tocar, el black metal es de los pocos que se sustenta en una ideología propia.

Sus antecedentes más próximos están en el grupo inglés Venom, en particular con su álbum de 1982 llamado como el género musical que sin saberlo contribuirían a hacer surgir. La relación entre el rock y la figura de satanás ha sido desde siempre amistosa y de constante coqueteo. Ya sea en plan kistch, como mero símbolo de rebeldía, como aliado de la mercadotecnia o como verdadera indagación en los terrenos del mal. 

Al principio, el black metal hizo su aparición en la escena musical para llevar al rock más lejos de lo que hasta el momento había llegado. Se trató de un movimiento de adolescentes noruegos con ánimo de hacer arder al mundo con su misantropía, su depresión –ese otro modo de la furia- y sus ganas de blasfemar sobre muchas de las cosas consideradas sagradas, especialmente por parte de la religión católica. 

Seguramente Jim Morrison vería con agrado a quienes comenzaron un movimiento que de alguna forma recogía ciertas ideas que llevó a la práctica el vocalista de The Doors, las cuales sin embargo se vieron interrumpidas por algunos problemas legales así como por su decepción tanto de la industria musical como de muchos de los jóvenes que en lugar de rebelarse se habían convertido en ovejas con piel de lobos. 

Jonas Åkerlund fue baterista de uno de los primeros grupos del género maldito: Bathory, con el que duró apenas un año para después dedicarse a la realización de videos musicales. También ha dirigido películas, sumando hasta el momento cinco. Ha trabajado para artistas tan disímiles como Satyricon, Moby, Madonna, Roxette y Metallica entre otros. 

Señores del caos es su cuarto film, basado en el libro del mismo nombre cuya autoría corrió a cargo del periodista y escritor noruego Didrik Schjerven Søderlind a dúo con Michael Jenkins Moynihan, escritor, editor, periodista y músico estadounidense. 

El resultado fue una película que sin complicaciones muestra el nacimiento del metal negro, enfocándose en particular en dos de sus figuras paradigmáticas y controversiales: Øystein Aarseth mejor conocido como Euronymous y Kristian Vikernes que cambió su nombre a Varg Vikernes. 

Durante los 118 minutos que dura la cinta estrenada en el 2018, desfilan otros personajes que también formaron parte de aquella época en la que satanás se convirtió en un guía para un grupo de jóvenes que en su mayoría no tenía más de 20 años. 

Sin embargo, de manera indudable Euronymous y Varg Vikernes son aquellos en los que recae la tensión de la historia. Uno protagonista y el otro antagonista. Uno, aprendió pronto a sacar provecho mercadológico de lo que visto desde ese modo eran disfraces y juegos de pirotecnia para espantar a las buenas conciencias y atraer a los que no deseaban o no podían integrarse a una sociedad conservadora. 

El otro, mucho más serio, se integró a Mayhem, el grupo creado por quien además tenía una tienda de discos y estudio de grabación. Vikernes no estaba jugando y pronto se dio cuenta de que lo que había detrás del joven que gustaba del escándalo era pose, vacío e incluso mero talento para la manipulación de los que lo rodeaban.

Señores del caos a veces parece estar hecha en un tono paródico o de humor involuntario al retratar hasta cierto punto la ingenuidad de muchos de los personajes que aparecen para mostrar el ambiente vivido en aquellos años noventa. El afán de causar polémica con actos que en muchas ocasiones más bien parecen circenses o bufonescos. 

Justamente es con la llegada de Varg Vikernes quien había fundado el grupo legendario llamado Burzum con él solo como integrante al ser multiinstrumentista, compositor y cantante, que las cosas empiezan a tomar un rumbo mucho más serio. 

Lo que traía consigo el joven nacido en 1973 en Bergen, la segunda ciudad más grande de Noruega, es un odio radical contra el cristianismo junto a ideas de supremacía racial, homofobia y un deseo de ser parte del resurgimiento de la cultura precristiana relacionada con los vikingos. 

Con todas aquellas ideas en ebullición, iría a realizar uno de los actos que marcaría el rostro del black metal para siempre: la quema de iglesias de importancia histórica en Noruega. Así demostró que no estaba para juegos y simulaciones y que lo suyo era un proyecto de purga de la cultura que consideraba nefasta para su país. 

Las cosas cada vez tomaron un cariz más violento en varios sentidos. Las peleas y diferencias entre Vikernes y Euronymous se hicieron más frecuentes y profundas, despertando resquemores y paranoias, especialmente en el primero. Otros jóvenes cercanos al movimiento musical, comenzaron a imitar las acciones de sus líderes. 

Durante cuatro años fueron quemadas más de medio centenar de iglesias y quince mil tumbas fueron profanadas y pintadas con símbolos satánicos. Finalmente, el 10 de agosto de 1993, el creador de Burzum viajó en coche toda la noche desde Bergen hasta el piso de Euronymous en Oslo, y lo apuñaló en más de veinte ocasiones hasta la muerte.

De esa manera concluía una época que dio nacimiento a los Señores del caos, iconos de un movimiento musical que buscó y encontró la manera de ir más allá de lo normal en cuanto a rebeldía y oscuridad. El black metal continúa dando frutos poderosos y contestatarios con diversidad de enfoques, desde el satanismo, el nacionalsocialismo o los himnos a la muerte y el suicidio.  



Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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