Patti Smith: El largo camino

Patti Smith

Será mejor que aquí caminemos de puntillas
mientras por seguridad yo voy a la cabeza.
Robert Louis Stevenson

Vagábamos con abrigos negros,
tiempo barrido, tiempo barrido,
dormíamos en dejadas chimeneas,
salíamos para hacer frente a la lluvia.
Mojados, embarrados, un poco idos,
sorteando surcos, masticando bulbos,
tanta hambre teníamos, tulipanes
fulgurantes de pétalos rotos.

Adornados con ombligos de Venus,
sudábamos a mares hacia el frente elegido,
el susurro de un rastro que en parte conocíamos,
lluvia que no era lluvia, lágrimas que aún no eran lágrimas.

Y el grial, ay, el grial, lo teníamos tan cerca,
con su capa de aluminio, envuelto en el sol.

Gladiolos en plena floración estallaban
por todas las rendijas. El mundo entero
ansioso porque la santa madre inspeccionara
nuestro mentón y repitiera la cantinela:

Te has manchado de mantequilla.
Cuánto te gusta la mantequilla…
[1]

y asaltamos una colina invadida de amarillo.

Montamos a caballo, vagamos por bosques,
hadas traviesas bailaban bajo nuestros pies.
Las ramas nos azotaban la cara.

Nuestro reino detrás de una alambrada…

Luchamos en las canteras, pulimos mármoles,
de rodillas disparamos por el botín en fervientes círculos.

Montamos furiosos campamentos,
nuestras tiendas perforadas por estacas,
marcadas a navaja…
zorrillos calibrando la tierra dura,
maldiciendo el barrizal cuando nos hundíamos.

Recogimos centeno, rellenamos sacos, hicimos almohadas
para nuestros hombres. Frotamos la sangre de catres empapados,
cubrimos la cabeza inerte de los mártires, llevamos en equilibrio
cubos llenos hasta el borde
y no vimos nada y lo vimos todo.
Nos subimos a lomos del gran oso, metimos el cucharón
en el lechoso licor vertido como un lago blanco ante nosotros.
Nuestros osados barcos soltaban obscenidades escritas
en velas de pergamino, flotando en ríos iletrados, volcados
en sangrientos charcos de fango tras la lluvia.

Tocamos alabanzas con cuernos de animales sagrados:
abucheos, confesiones, rezos adolescentes
tejidos hasta formar tapices de jardines enclaustrados.

Ya no teníamos madre, y rasgando hilos infinitesimales,
los juramentos surgieron con más violencia sin mala voluntad
salvo la de haber nacido: nuestra lealtad al avance
y al movimiento de las estrellas.

Una luz azul proyectada desde la gorra de un ser
que ya no podíamos nombrar. Subimos las escaleras
hasta un cielo aún más azul surcado por banderines,
sangrando al viento. Saboreamos el espectáculo.
Luego desapareció, pero ya nos habíamos ido.

Poseíamos un resplandor nuevo. El rocío nos caía
por la nariz. Alardeábamos del brillo de la piel,
la mudábamos sin un suspiro. Algunos levantaban la linterna.
Otros parecían caminar con luz propia.

Feroces montículos que no eran montículos, en el horizonte…

Al acercarnos caímos sobre masas de abrigos
abandonados por los almirantes, el púrpura de reyes destronados,
medallas de honor, botas militares de piel de lengua de perro,
vales, guaridas de animales, armiño y vellón lucidos por
los de mayor rango, príncipes y pilotos, magos y místicos.

Mas ningún rango teníamos nosotros, pescando harapos tejidos por ciegos.
El nuestro era un país de hoyos. Estaban vacíos.
Y, sin embargo, albergaban todas las esperanzas de un niño:
nuestra historia feliz, nuestra vida feliz,
cortadas con la tela de una lucha extática.

En cuanto supimos adónde íbamos, reptamos
con abrigos consagrados. Podríamos haber seguido para siempre
de no ser porque aquí y allá nos tiraban del almidón de las mangas.

Le rompimos el corazón a nuestra madre y nos convertimos en quienes somos.
Seguimos respirando y, por tanto, nos marchamos,
borrachos, abrumados, cada uno un dios.

Ahora apaga la linterna.
Pon el pulgar en la mecha.
Si se pega, te quemarás.
Si se apaga, te convertirás
en un rayo de luz que se extinguirá
en la noche, transformado en sueño
adornado con baratijas.

Vimos los ojos de Ravel, perfilados de azul, dos veces
parpadearon. Cantamos arias propias, cánticos decepcionados,
blues inertes de terreno sagrado y zapatos mortales,
de infanterías olvidadas y distancias jamás soñadas…
Pero solo llegamos a una colina humana, compuesta de soldados de madera
vigilando en los pliegues de las mantas, tan cerca como la mano de un hermano,
tan lejos como el sueño, la orden de un padre…

… el largo camino, hijos míos.

Surgimos de nuestros capullos de polilla vivos en la noche,
el cielo emborronado de estrellas que ya no vemos.
El credo de un niño cosido en los pañuelos…

Dios no nos abandona nunca,
somos lo único que conoce.
No debemos abandonarlo,
él somos nosotros,
el éter de nuestros actos.

Los silbidos de un vagabundo, tiempo barrido, tiempo barrido.
Dormimos. Conspiramos, tensamos la vibrante cuerda.
Cohibidos pero contentos, empezamos de nuevo.


Traducción del inglés de Ana Mata Buil.

[1] El original remite a una cancioncilla infantil (Do you like butter? Oh you like butter…), que se canta con tono humorístico después de mancharle el mentón al niño con el polen de una flor amarilla. (N. de la T.)

Imagen de portada: OfotoRay en Pixabay.

Loading

También le venimos ofreciendo:

Danos tu opinión: