Personas decentes

Gerardo Pérez Escutia 

“Y porque antes que policía, aquel desastre andante era, sobre todo, un hombre, en el estricto sentido ético,
supragenérico y cubano de la expresión. Una persona decente, en otro buen (mejor) sentido de la palabra”.
(Personas decentes, de Leonardo Padura)

La Habana de 2016 fue un hervidero de expectativas largamente pospuestas, en boca y mente de sus habitantes estuvo la sensación de que ahora sí vendrían tiempos mejores; estos buenos augurios no podrían venir mejor envueltos que en la inminente visita de Barack Obama a la isla, en el histórico concierto de los Rolling Stones y en el desfile de modas de la casa Chanel. La ciudad de pronto se llenó de turistas gringos, surgieron paladares y centros nocturnos como hongos.

Mario Conde, un ex policía de 62 años, eterno pesimista y escéptico, no comparte el ambiente que sacude a toda la isla, solo le importaba sobrevivir de su pequeño negocio de compra y venta de lotes de libros, dedicar tiempo y empeño a su terca vocación: la de un escritor frustrado (y que su anterior profesión le escamoteo); su mundo seguía girando alrededor de sus eternos y entrañables amigos: Carlos «El Flaco», ahora muy gordo por los casi 40 años de condena en una silla de ruedas, Andrés «El Conejo», Candito «El Rojo», y Tamara, su eterna amante confidente.

Su precaria actividad económica apenas le da para mantenerse a flote, por lo que a veces acepta alguna que otra encomienda como la de guardia de seguridad en La Dulce Vida, un restaurant bar que se nutre de una clientela compuesta por turistas de paso, nuevos ricos y las infaltables, imprescindibles pero serviciales putas nacionales y donde Conde tiene como principal cometido averiguar y en su caso evitar el tráfico de droga.

Este es el inicio de la novela Personas decentes (Tusquets, 2022) que reseñamos en esta semana de Leonardo Padura (La Habana, 1955), escritor, periodista y guionista cubano, no necesita mayor presentación. El hombre que amaba a los perros y la serie protagonizada por el detective Mario Conde, de la cual hoy recomendamos su última entrega, ya son todo un referente en la literatura de nuestra lengua, sus novelas han sido traducidas a múltiples idiomas e incluso llevadas a la pantalla por Netflix.

Leonardo Padura

Apenas se está adaptando Conde a sus nuevas responsabilidades cuando el teniente coronel Palacios (antiguo subordinado suyo y ahora de los mandones en la policía habanera), lo busca para pedirle ayuda. Reynaldo Quevedo fue asesinado en su departamento, se trata de un ex dirigente del gobierno y siniestro personaje sobreviviente a la etapa más dura de la represión hacia la disidencia cultural de los años setenta, un especie de “comisario de la ideología» que le jodió la vida a centenares de creadores, escritores, pintores o artistas de cualquier tipo, que se hubiera desviado de los cánones ideológicos de la Revolución, un hombre odiado que en su vejez fue asesinado con el ensañamiento propio de un rencor de largo aliento.

La inminente visita de Obama tiene a todas las fuerzas de seguridad copadas con el trabajo de garantizar una estancia plácida y sin contratiempos del presidente de Estados Unidos, por lo que al ser un crimen de alto impacto, el teniente Palacios requiere de alguien con experiencia y discreción como Conde, que acepta el encargo mientras siente que algo rebulle en su interior.

El aletargado instinto policíaco de Conde despierta de su hibernación y comienza a investigar el crimen, el cual lo afecta de muchas maneras pues él vivió en carne propia esos duros años de persecución donde todo aquello que a criterio de los personeros del régimen sonara contrarrevolucionario. Sus amigos perdieron prestigio, trabajo y futuro o se les condenó al ostracismo, incluso algunos terminaron quebrados, en la cárcel u orillados al suicidio, precisamente Quevedo fue un actor principal en esas purgas.

Paralelamente, el autor nos involucra en la narración de Mario Conde, una historia que sucede en la Habana entre los años de 1909 y 1910 (el año del cometa): el brutal asesinato y descuartizamiento de dos prostitutas que involucra a un político en ascenso y a un ambicioso policía novato. Una historia llena de intriga, ambiciones políticas y una tragedia que vincula estos crímenes a la investigación de Conde que ocurre cien años después pero donde la crueldad hermana y persiste.

Al desarrollar la trama, el autor construye un deslumbrante fresco de la actualidad cubana que a su vez contrasta con la Cuba de principios del siglo XX, cuando a La Habana se le llamaba “El nuevo Cádiz”. En las descripciones voluptuosas y exuberantes que hace, se perciben los ecos musicales de la prosa de Alejo Carpentier y el barroquismo tropical de Lezama Lima, este último víctima también de la censura. Padura no reniega de su «cubanía”, al contrario, nos transporta a una Habana entrañable en su decrepitud y decadencia, orgullosa de su pasado y siempre en espera de tiempos mejores.

Conforme avanza la investigación, la narración se puebla de personajes entrañables y totalmente cubanos, desde la troupe desencantada de los amigos de Mario, hasta los posibles sospechosos del crimen: un mesero apodado “Gerundio” que hace honor a su sobrenombre; un traficante de piezas de arte que se llama José José; Victorino, un prostituto ambicioso y pervertido, toda una pléyade de víctimas de Quevedo, todos con razones más que suficientes para matarlo.

Padura, de manera muy inteligente y sin escribir un panfleto contra el sistema, se las arregla para describir con descarnado humor la circunstancia de sus personajes, casi todos en la tercera edad, que se mueven entre el desencanto y la amargura, solo los mantiene a flote su cáustico sentido del humor, que les permite reírse de su condición, y que hacen de la solidaridad un salvavidas que les facilita resolver, cómo dicen los cubanos, «en los momentos complicados».

Mientras la investigación sigue su curso la presión se hace insoportable, aparece otro cadáver, está vez de un cubano-americano. Todo esto con el telón de fondo de la visita de Obama y del concierto de los Stones, al que Conde se niega a ir en redondo, ya que todo mundo sabe de su fanatismo por los Beatles, mientras tanto suceden memorables diálogos, muy cubanos, que nosotros como lectores, hacemos nuestros y disfrutamos plenamente, quizá por el temperamento cubano, muy cercano a nuestra cultura e historia de diálogos intensos, pícaros y llenos de una profunda ternura de amigos.

Al final, la investigación de Conde y la historia de principios del siglo XX se encuentran y se resuelven casi al unísono, al más puro estilo de la novela negra tradicional, una que nos muestra de manera irónica, cínica y esperanzadora la circunstancia de un pueblo y una sociedad muy cercana a la nuestra en la cual no dejamos de encontrar coincidencias y anhelos comunes.

Una gran novela que sin duda está destinada a triunfar por todo lo alto y lo hará por su profundidad literaria, por el oficio de relojero con el que está escrita, en la que todo encaja con precisión y por unos personajes que se quedan grabados indeleblemente en nuestra memoria emocional.

La recomiendo con entusiasmo.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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