Rulfo: murmullos de México

Ernesto Hernández Doblas 

¿A quién le hizo justicia la revolución mexicana? A los campesinos no. A los más desfavorecidos no. A los acostumbrados a la miseria y el dolor: No. Larga es la historia de la penuria en el campo de nuestra siempre herida nación. Desde hace mucho tiempo no hay espacio ni oportunidad verdadera de progreso más que para latifundios, cazicazgos y crimen organizado.

Los gobiernos emanados del conflicto armado que inició en 1910 no hicieron más que maquillar o administrar el desastre. Así como ayer: hoy y mañana. Lo enuncia de forma contundente el antropólogo mexicano Roger Bartra; “La Revolución Mexicana fue un estallido de mitos, entre los cuales destaca el de la propia Revolución”.

La novela fue un género que con distintos matices y resultados, dio cuenta de la complejidad vivida en aquel periodo trágico. Los nombres son bastante conocidos, en particular porque se hizo de ellos símbolo de la mexicanidad y en las escuelas públicas se les leyó o comentó: Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán y José Rubén Romero entre otros.  

Como punto y aparte de ese grupo de escritores, ubicado tres décadas después, pero al mismo tiempo sin los cuales no podría explicarse, el jalisciense Juan Rulfo brilló con dos libros de narrativa que lo llevaron al terreno del mito y la leyenda. ¿Por qué siendo tan buen literato únicamente sacó a la luz ese par de joyas? Las posibles respuestas han nutrido la imaginación y las conversaciones de críticos, escritores y lectores.

Intuyo que parte de la razón está en la plena conciencia del escritor mexicano de que había creado un Mundo literario perfecto tanto con los cuentos de El llano en llamas como con la novela Pedro Páramo. Ambos trabajos enlazan atmósferas, personajes e historias tan similares que se perciben como parte de un mismo organismo. Un mismo cuerpo con el alma del campo mexicano, el alma errante, el alma en pena. 

Dentro del mundo de la literatura, de pronto hay quienes no paran de publicar textos a pesar de que su potencia creativa se detuvo ya desde hace mucho, otros, suman libros que son bastante dispares y los menos, logran dar al mundo únicamente lo que en verdad lleva la savia de la verdad y lo profundo. 

Rulfo desliza su escritura con la delicadeza de quien va dando forma a un bonsai. Esto marca uno de los contrastes de su estilo ya que la temática que aborda es profundamente dolorosa. Una forma bella para un fondo abismal.

Como resultado, tenemos el gozo agridulce de una escritura que conmueve la sensibilidad, como esas piedras que arrojadas al río, dejan en la superficie la huella de su fuerza sumergida. Pero también hace que suba el dolor de una llaga milenaria y la irremediable desazón de la pobreza, la marginación, el olvido y el engaño. 

Tanto los cuentos como la novela del jalisciense, son las fotografías en movimiento de una zona rural devastada por sus cuatro costados. No hay espacio en donde la penuria no extienda sus enredaderas. La ternura, el erotismo, la solidaridad y la ingenuidad, no sanan sino vuelven más incisivo ese desierto sin orillas. Incisivo por contraste, 

«Nos han dado la tierra» -por ejemplo-, nos narra la historia de unos campesinos humillados y ofendidos por el gobierno federal y su reparto de tierras. Demagogia, burocracia y desconocimiento de la realidad forman el triángulo vicioso y eterno que lacera y reparte injusticias a diestra y siniestra.

La crítica de Rulfo a través de este cuento es demoledora. A los personajes de su narrativa se les dieron unas tierras yermas e inhóspitas mientras por otro lado se les quitaron su caballo y sus armas, seguramente para pacificar los ánimos levantados por la revolución y poder llevar a cabo una supuesta justicia que en realidad fue la injusticia anterior pero de otro modo. El gatopardismo acostumbrado. 

Aquí, el escritor mexicano parece sugerir  que después de la revolución mexicana hubo un proceso tramposo en donde todo aquello que les sirvió a los alzados para su lucha les fue quitado para ir hacia una presunta pacificación. A cambio de ello: tierras inservibles.

Uno de los campesinos que a la vez es narrador, es quien nos va contando el éxodo desde su poblado hasta el lejano sitio en donde presuntamente habrán de encontrar la tierra prometida. 

Otro botón de muestra del talento rulfiano para retratar los diversos rostros de la injusticia y penuria, se da en su cuento «Es que somos muy pobres». Aquí va de nuevo el caudal de la prosa poética, hermosa y exacta en el retrato de la estrechez. Desde su título, el drama se asoma por entre las palabras que apuntan hacia una realidad que al día de hoy parece irremediable y eterna. 

Duele la pobreza y sus efectos en las personas y en la sociedad, mismos que parecen no incomodar ni preocupar a quienes desde el poder político o económico, viven una realidad paralela y distinta. Muchos de ellos sueñan desde siempre en un mundo perfecto en donde toda mancha, desorden o diferencia sea eliminada por fin de la faz de la tierra. 

Muchas de las políticas y medidas que toman quienes tienen el poder sobre las mayorías, están directamente relacionadas con el sometimiento, depauperación y paulatina eliminación de los más desfavorecidos. Discursos van y discursos vienen de quienes dicen asumir el poder para ayudarlos a salir de su situación y las palabras se las lleva el mismo viento que descobija a quienes ya estaban a la intemperie. 

Todo este tipo de situaciones, especialmente enfocadas al período posterior del cruento episodio revolucionario, son las que la pluma del escritor jalisciense nos hace ver y vivir. El inicio del cuento “Es que somos muy pobres” brilla por su contundencia: “Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comenzaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca”.

Tanto en este como en otros textos, parece que la sola pobreza no es suficiente losa que pesa sobre los hombros de los seres que a pesar de ello buscan el amor, la felicidad y el sentido a la vida, sino que también el clima, el territorio, el azar y dios mismo parecen hacer un complot en contra de quienes menos tienen posibilidades de escapar de esos factores. 

Esa lluvia repentina que cae como nunca antes, provoca que se pierda la cosecha de una familia que va de tropiezo en tropiezo, los cuales nos van siendo relatados por uno de los hijos quien funge de narrador en primera persona. El hilo conductor de la historia es la pérdida, de fatales consecuencias para su hermana Tacha, de una vaca que su padre le regalara con motivo del día de su santo. 

Párrafo a párrafo, la pericia de Rulfo se revela sobre todo para ir tejiendo una trama que administra los acontecimientos de tal modo que como lectores no podemos despegar los ojos del texto ya que la tensión va en aumento con armonía y sin pausa. Las descripciones de los paisajes y las emociones son puntuales, con ese minimalismo mágico que es uno de los aspectos del estilo del autor de El Llano en Llamas y Pedro Páramo. 

Así entonces, nos damos cuenta de que lo trágico no es únicamente la muerte de la tía Jacinta, ni la lluvia que se llevó la cosecha, ni la vaca que la corriente crecida mató. Lo terrible es el destino que alcanzará a la niña porque ese regalo paterno era su única posibilidad de salir de la pobreza y no tomar el destino de sus hermanas mayores: la prostitución. 

No es Juan Rulfo quien venga a darnos la esperanza de un cambio posible. Su literatura es de un pesimismo radical, sus personajes no tienen escapatoria y habitan la llaga que los constituye igual que enredadera de sombras pegada al muro invisible de lo irremediable. Y al parecer, a la distancia de poco más de setenta años de la publicación de sus obras maestras, la realidad le da la razón.



Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

Loading

También le venimos ofreciendo:

Danos tu opinión: