Casi como una película

Noé Almáguer Zúñiga

Un cielo encapotado empaña el sol. Pero hace calor. Una lluvia irresoluta de gotas grávidas percute contra la cantera y pavimento del centro histórico de Morelia. Y, sin embargo, un bochorno de proporciones sofocantes persiste ahí donde −idílicamente− no debería de estar.  

En la calle Galeana número 384 se puede apreciar una construcción típica del centro de la ciudad: muros grandes, un par de ventanas perfectas para dar respiro al interior y una puerta alta pero estrecha, donde un cartel con alimentos hace de recepcionista. Es la lonchería “Tortas Huandacareo” (TH). En ese lugar han pasado varías generaciones de estudiantes para comer, intentando sobreponerse al hambre sin despilfarrar sus bolsillos. 

Al interior una película de sombras habita el recinto, y a fuera la garúa persiste, pero, aún con eso, una fuerza positiva se sobrepone ahí adentro: la voluntad de las personas que aman lo que hacen.

Los propietarios del negocio son un matrimonio compuesto por Fredi Cisneros y Maira González -35 y 34 años, respectivamente-, y han concebido a un par de niñas. 

Tienen 13 años de casados y son originarios de la localidad de Huandacareo, Michoacán. Desde hace 12 años viven en Morelia, el mismo lapso temporal en el que han sostenido el local.   

Él porta una gorra y usa una filipina negra con un estampado de libros. Ella trae una playera negra con las iniciales TH del local. Ambos siempre sonríen.

Maira y Fredi, aparte de ser los encargados de la lonchería, son dueños de una evidente calidez y de una alegría contagiosa. 

El domicilio es una casa grande. Se entra por un estrecho pasillo que desemboca en un amplio patio techado con un tragaluz -por lo que no hay luces encendidas en el lugar, no es necesario−. 

En dicho patio se sitúa el corazón del negocio, pues la cocina, la barra y el mostrador están ahí, además de unas mesas. Terminando el pasillo, a mano derecha hay dos puertas, una da un lugar que solo recibe la claridad de las ventanas hacia la calle y donde hay más mesas de herrería; en la otra puerta sólo hay oscuridad. 

En una de las paredes del patio está dibujado un árbol, en el que innumerables fotografías están plasmadas. 

El local es un espacio particular, donde los lujos o los detalles elegantes no existen, pero, en cambio, emana una sensación de comodidad, como si se acabara de llegar a casa.

La pareja asegura que sí les gusta ver series y películas, y como muchas parejas, lo hacen juntos. Lo que más consumen son las series norcoreanas, que ella, Maira, empezó a consumir en la tele desde el 2005, antes de que existieran las plataformas de streaming, y donde ahora las buscan, aunque afirman que ya no son igual, porque ya las hacen con una finalidad mucho más comercial, consecuencia de la globalización. 

También les gusta el cine mexicano, al que acuden eventualmente, pero tratan de evitar el que se hace en la actualidad, no les gusta. Prefieren el contenido oriental, porque les agrada conocer otras culturas, sobre todo la coreana por la forma explícita de mostrar alimentos en sus tomas, lo que les llama mucho la atención por su oficio de cocineros. 

Además, dicen que están conscientes de que lo que ven en esas series no todo es cierto, porque al fin y al cabo es material de entretenimiento

El origen del negocio se remonta al 2010 en Huandacareo cuando el propietario de la casa en Morelia les ofreció el lugar para poner un negocio. Ellos – que tenían la voluntad y la necesidad- aprovecharon la oportunidad. 

El inconveniente fue que no contaban con dinero, y, aun así, decidieron embarcarse, pues, además de poseer sólo unas cuantas mesas, otro tanto de sillas y el carrito-parrilla, gozaban con el apoyo familiar y el del dueño de la casa. Este último no les cobró los primeros meses de renta para que pudieran hacerse de un poco de dinero, posteriormente pasó a cobrarles, pero sólo una parte. Y así se ha mantenido. 

Una vez que acumularon un poco de dinero lo invirtieron en más mesas y sillas, que el padre de Maira, de oficio herrero, les ayudó a hacer, cobrándoles sólo el material. 

Con este circulo de apoyo pudieron empezar sin casi nada de dinero, generándose un negocio triangular: el dueño cobra poco a Fredi y Maira, ellos hacen un menú económico y rico, y los estudiantes y clientes tienen acceso a comida barata y de calidad para sobrellevar la jornada. 

−Aquí todos ganamos algo. El dueño un ingreso por la renta, los consumidores buena comida a un precio módico y nosotros una forma de sostener a nuestra familia −explica Fredi−. 

El lugar se llama Tortas Huandacareo no sólo por su lugar de origen, si no porque casi todo el concepto del local está impregnado de la cocina tradicional de allá. Los alimentos están condimentados al estilo de su tierra; el pan para las tortas también dispone de este sazón porque lo aprendieron a hacer en su pueblo con un panadero que les transmitió su conocimiento a cambio de que le llevaran el desayuno los domingos que asistían con él. 

−Los alimentos tienen un toque entre la ciudad y el pueblo, pues la gente de aquí, Morelia, está acostumbrada a cierto sabor, por lo que mezclamos nuestro toque personal y regional con el de la ciudad −detalla Cisneros−. 

Maira refiere que cuando empezaron se llevaron bien con el sector joven, cosa contraria con los adultos, quienes los trataban con poco respeto y cierto ninguneo, pero, a medida que el local tomó fuerza y se posicionó, la actitud cambió para con ellos y se normalizó que se ganaran a todos los clientes. 

−Aquí es un lugar con mucho respeto a todas las personas−afirma Maira−, indistintamente de si son funcionarios o personas en situación de calle.

−El mundo −opina Fredi− lo que necesita es que todos nos respetemos sin importar las diferencias y clases sociales.   

Los comerciantes refieren que con el tiempo han llegado a tener hasta fungir como algo parecido a terapeutas, pues con regularidad hay estudiantes que se les acercan, sintiendo la confianza que no encuentran en sus casas, para platicarles cosas que no hablan con su amigos y familiares. Éstos les ha permitido aprender a ser empáticos con todos los clientes e intimar con muchas personas. 

Fue de esa forma que conocieron a muchos estudiantes de cine del Instituto Mexicano de Investigaciones Cinematográficas y Humanísticas (IMICH), y con varios de ellos hicieron una buena amistad. 

−Por medio de ellos supimos lo que hay detrás de una película y un cortometraje, pues nos han ayudado haciendo spots para el negocio, lo que nos ha contribuido para ver de una manera más crítica lo que nos aparece en las pantallas −aclara Fredi−.

El haber emigrado a la capital les permitió exponerse a muchas formas de pensar, lo que les generó un cambio en la perspectiva de las cosas. 

También, el hecho de haberse rodeado de cineastas independientes les ha evidenciado que trabajar en el medio cinematográfico es muy caro, y que los recursos gubernamentales son pocos y el resto pertenecen a los grandes monopolios, quienes deciden comercialmente a dónde van a ir a parar. 

Maira recuerda que la primera película que vio fue en su salón de clases en una televisión. Era La Momia de Stephen Sommers con Brendan Fraser como protagonista. Dice que se enamoró de la película por el contexto inusual de la época de ver un largometraje en un salón de clases que pertenecía una descuidada y carente escuela rural. 

Fredi alude el momento en que por primera vez vio una película en una pantalla televisiva que no formaba parte de la programación habitual. Hace memoria y señala que una persona de Estados Unidos llegó al pueblo y trajo consigo un reproductor VHS, al que conectaron a una televisión y vieron Jurassic Park de Steven Spielberg e inspirada en la novela de Michael Crichton. 

Ambos resaltan que no tuvieron mucho acercamiento a las producciones de cine, como películas televisivas y del cine, en su niñez porque en Huandacareo había muy poco acceso a eso privilegios. 

Actualmente, el matrimonio está más enfocado en ver cine infantil y familiar por las dos niñas que tienen. Y esa es la misma razón porque creen que el cine es un recurso importante: porque ahora sus hijas asocian las películas a algo positivo, para ellas ver una película es sinónimo de familia, de comunidad, de unión, de comodidad. 

Después de unas horas de haber hecho la entrevista, ya en mi casa, caigo en cuenta que Maira y Fredi parecen ser casi perfectos: aman su trabajo, son unidos, empáticos, divertidos, inteligentes. Razón por la que regreso al local al día siguiente. Les planteo mi problema, les da risa, y me confiesan el aspecto que más consideran no los hace perfectos: se estresan mucho…pero porque son muy disciplinados y no les gusta dejar para otro día lo que pueden hacer hoy, y porque se achacan muchas responsabilidades, más de las saludables. Son buenas personas. Pero su respuesta no ha hecho más que confirmar mi impresión primaria: parecen −¡parecen!− casi intachables.

Ambos cuentan una historia para ilustrar el punto anterior.

Una de sus vecinas es una señora de muchos años, que no puede dormir cuando siente que la cama queda movida, chueca o asimétrica, por lo que casi toda la semana no duerme. Es entonces que −cada viernes− Fredi hace su acción del día y cruza la acera para ir con la señora y − como les gusta decir en broma ellos mismos− “moverle la cama a la viejita”. A veces con tocar la cama es más que suficiente para que ella se dé por satisfecha. Lo importante es que sea Fredi quien lo haga, porque cuando ha sido otro el acomedido, el sueño no la posee y sigue sintiendo la cama movida. 

Hay ocasiones en que no se ocupa que haya tanto cine en una vida para que se sienta entretenida. Como Maira y Fredi lo ejemplifican, la vida también puede ser lo suficientemente emociónate como para no acabársela contando anécdotas. Esa es la épica de una buena vida: gente extraordinaria en escenarios comunes. 

Ocasionalmente, para vivir como en una película, sólo basta amar lo que hacemos, dedicar tiempo a los que nos rodean, empatizar con los demás e, incluso, hasta moverle la cama a una viejita podría ayudar. 



Noé Almaguer Zúñiga

Originario de Irapuato. Estudió en la facultad de Literatura y lenguas hispánicas. Radica actualmente en Morelia, Michoacán. Se dedica a la gestión cultural por medio de la labor libresca, intenta no dar pataleadas de ciego en el campo de la creación literaria. Amante de la novela negra y lee con devoción a Roberto Bolaño y Leila Guerriero. A partir de ahí siente el compromiso de mirar agudamente y narrar lo visto. No disfruta escribir pero sí cuando termina de hacerlo.

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