Seis poetas contra una puerta o Diez años de Diabluras

Caliche Caroma

Primero de octubre, día inolvidable, fecha tatuada en la piel del recuerdo, marca con hierro caliente en el calendario de este trayecto que escribe. ¿El motivo? El décimo aniversario de Diablura Ediciones, 2012-2022, diez años de estar dale y dale y xhingue y xhingue de Jorge Herrera y su cartera, una década de talentos literarios en bellas ediciones (¡llévele, llévele!). Todo comenzó en el Museo Salón de la Fama del Deportivo Toluca, anexo a la Bombonera, el hogar de los Diablos Rojos, por allí de las diez y media de la mañana. Bueno, en realidad todo comenzó a las seis y media de la mañana de ese mismo sábado, en la colonia Gustavo Díaz Ordaz de la capital michoacana, muy cerca de Ciudad Universitaria, cuando el Güero Gerardo llegó a recogernos para emprender el viaje hacia el Estado de México. Todo comenzó hace diez años, cuando Jorge Herrera convirtió el verbo en libro y lo llamó Diablura Ediciones. 

Diablura Ediciones, así se llama por los Diablos Rojos. Por eso se hizo la celebración en ese museo lleno de trofeos y fotografías de un Cardozo lampiño, casacas antiguas, balones durísimos, pines y banderines, vitrinas de glorias pasadas y una biblioteca con muy pocos títulos de futbol, pero qué importa, el lugar está de chicles y bombones (así decía un viejo amigo toluqueño al que no he vuelto a ver). Aunque no sea un aficionado de hueso colorado, algo sé de futbol (me gusta escribir la palabra futbol sin tilde, a lo argentino). Morelia le ganó a Toluca en el Invierno del 2000. Y nos llevaron al túnel de visitantes, luz roja y grafitis de diablos y satanases acojonantes, la guía contó que también les ponen música para que el equipo contrario se intimide y que antes de llamarse Diablos Rojos eran «los rábanos». Nos tomamos la foto grupal en el estadio Nemesio Díez Riega, el techo se abrió y Darío Franco, Carlitos Morales y Ángel David Comizzo volvieron a festejar esa victoria por penaltis. ¡La ola, todos juntos!

Foto: Alex Gánem

Pero antes de la foto grupal, de la rememoración moreliana y del túnel rojo acojonante, se leyó poesía y narrativa de los autores de Diablura Ediciones, más de once miembros en este juego de la palabra, igual de apasionados que los pamboleros, con patadas, empujones, agarrones de nalgas entre los machos cabríos, escupitajos, mentadas de madre. El director del Museo Salón de la Fama del Deportivo Toluca dio unas palabras de bienvenida a los presentes y le regaló a Jorge Herrera un balón firmado por los jugadores de los Diablos Rojos, of course. Esta pelota rojiblanca acompañó las prohibidas lecturas (como el chuchumbé), también había una máscara de Moloch (¿o Belcebú?) que algunos se pusieron para estar a la bajura de la situación (se cree que el infierno está abajo, pero Calvino dijo que se encontraba en Toluca)

Lectura en voz de los escritores que acudieron desde otros estados, como el estado de ebriedad, e incluso de otros países, como Metepec. Lo cierto es que escritoras y escritores aún sobrios andaban, para qué mentir más, suficiente es la poesía. Eran las diez y media de la mañana en el centro toluqueño cuando la llama ardió y el festejo infernal comenzó. Por cierto, hay que ponerle atención a la arquitectura toluqueña, gran mentira eso de que Toluca sea fea, fea Pachuca o Celaya. En la conducción del evento estuvieron la peliverde y siempre al tiro, Cecilia Juárez, y el orondo Alonso Guzmán, padre de familia punketo. El registro fotográfico corrió a cargo del buen Alex Gánem, quien nos compartió sus imágenes por sólo 5 mil pesos (no cierto, sí cierto). Gizah Arte y yo mal tocamos sones entreactos, eso sí, entregamos el corazón en este ritual de 90 minutos. ¡Aficionados que viven la intensidad de la lectura! 

Leyeron en voz altísima, no por los decibeles, sino por las alas de sus palabras: Agustín Monsreal, Livier Fernández Topete, Jesús Bartolo, Carlos F. Ortiz, Mariana Vacs, Heber Quijano, Carmen Gamiño, Pedro Salvador Ale, Diego Alexander Vélez Quiroz, Blanca Álvarez Caballero y me falta memoria para recordar todos los nombres, pero a todos toditos los llevo en el alma (“¡no sea mamón!”, gritan las voces de mi cabeza). De noche llegaron otros habitantes del averno jorgeherrerasdiablesco, verbigracia, Saúl Ordoñez y los Orines de Puerco, pero ya llegaremos allá, primero lo que está antes y después lo que le sigue, es decir, cámara no me agüito.

Jorge Herrera, foto de Alex Gánem

Hay que mencionar a los que no leyeron o no estaban el programa (los colados de Chava Flores), pero acompañaron el festejo con su alegre presencia, como Alejandro Ostoa, actor y humorista fino, amigo de ilustres morelianos como lo es José Luis Rodríguez Ávalos. No podemos olvidar a Michelle Gaytán, bibliófila y promotora cultural que últimamente le ha echado ganas de a montón a la venta de los libros de Diablura Ediciones, lució un vestido carmín manufacturado por las tzitzimime. Gracias también a la señora que nos dio el recorrido, la guía del infierno, Virgilia nos llevó por el museo y el estadio, nos dios información que cura. Y una mención especial para el Güero Gerardo, fichaje de lujo del Sistema Michoacano de Radio y Televisión (SMRTV), patrocinadores del viaje de los morguelianos mugrosos; el Güero Gerardo rifó en el cotorreo, en el episodio de la puerta y les cayó muy bien a todos los diablos, a tal punto que ya lo querían convertir en poeta. 

Después de la inauguración nos fuimos a una casa que prestó el amigo influyente de los diabluros, casa con estilo setentero, sala de espera, asador y restos humanos porque de Toluca son. Hasta allí llegó la bola poética y cuentera, ya con hambre y sed diabólica. Diablura Ediciones se rifó con unos ricos tacos de guisos varios, atáscate ahorita que hay lodo. Para (des)amenizar la ocasión, Gizah y yo tocamos otras rolas, pero ahora blues y trova silviomamadora. En la parte trasera de esta mole (del Mazo Maza al no me acuerdo), el culo de la construcción, fumamos la pipa de la paz, ¡dios salve al grupo Atlacomulco! Dicha actividad del festejo diablero se anunció en el programa como la hora de la COMIDA, quizás la más esperada por algunos poetas que, según se rumorea, casi no comen porque la inspiración y la pobreza no los deja. 

Al terminar La Grande Bouffe se tenía preparada una visita al 2 de Abril, bar de abolengo, para probar las garañonas (absenta mexiquense), esto sería antes de llegar a La Diosa Blanca, centro cultural de Metepec en donde se llevó a cabo lo más punk del festejo diablesco, pero dicha visita al 2 de Abril no se pudo concretar porque una puerta se nos atravesó en el camino. Los foráneos pernoctamos en Toluca, justo frente a la Bombonera («Again» de Lenny Kravitz), en el centro de Toluca. Por eso después de la comida y antes de ir a Metepec, pasamos a dejar las cosas y a vaciar los intestinos. Pero el destino es cruel y dios le va al América, un contratiempo frustraría la degustación de las garañonas, bebida que sale de una planta curativa y también dicen que es afrodisiaca.

Los organizadores rentaron este Airbnb céntrico con varios cuartos, tv grandota y amplio estacionamiento. Sólo faltaba entrar a los orgiásticos aposentos, sólo eso. Para sacar la llave había que poner una clave en una cajita de seguridad muy mona. Cecilia Juárez se encargó de poner la contraseña. Primer reto cumplido. Al introducir la llave en la cerradura, acto aparentemente sencillo, la puerta se atascó y, a pesar de los violentos intentos de los diabluros, el pórtico no cedió, jamás dio su brazo a torcer. Seis poetas contra una puerta, casi todos intentaron darle vuelta a la llave, y parecía que ya casi, incluso tronaba como cuando la aldaba se echa para atrás, pero no se abría. Pasaron los minutos, aproximadamente una media hora, o más, y nada de nada. Ceci le habló al encargado del cantón un par de veces y éste le respondía cosas como “¿y dices que no se abre?”.

Hubo varios intentos más, era como la espada en la piedra o el martillo de Thor, ¿quién sería el elegido que abriría la puerta? Jesús Bartolo pidió paro para que lo cubriéramos, ya se meaba. Alguien dijo que le compusieran un poema a la puerta, otro por allá propuso que mejor un cuento corto a la llave y a la cerradura. Yo le sugerí a Gizah, Rocío y a su hijo Dylan que nos fuéramos al bar del estadio Nemesio Díez, y eso hicimos, llevábamos un rato allá afuera y a los policías toluqueños no les gustan que un grupo de escritores independientes anden de sospechosos en la calle. Las bebidas costaban 25 pesos en ese tugurio futbolero, allí esperamos a que llegara el encargado del Airbnb, quien también le dio unas vueltas a la llave una vez que arribó al Sésamo cerrado y luego hizo lo más sensato, fue por un cerrajero. Dejamos los carros encerrados y nos fuimos en la camionetota de Jorge Herrera, un dos tres por todos mis compañeros, que por cierto, casi se echa a un motociclista al que no le gustaba la poesía.

La Diosa Blanca, como ya dije, está en Metepec y lleva el nombre de una novela de Robert Graves. Primero fue un salón de fiestas, no funcionó en ese giro y se convirtió en centro cultural. Jardín, cabañita y un par de baños, no se necesita más. Todos los que atienden La Diosa Blanca son unos personajes, en especial Adrel Romero, se la rifan en la atención y hay uno al que le dicen el Arqui (al parecer es los meros meros). Nos recibieron con unas chelas bien frías, garañonas y margaritas de mango con chamoy. Me tomé cuatro porque no quería verme atascado. Eran como las seis de la tarde cuando llegamos. Se leyó de nueva cuenta (Vade retro Satana) y hubo performances. Mención honorífica para el de Saúl Ordoñez, estuvo intenso, pues mientras leía su poderoso texto, comía un medallón de atún, fresas frescas y un vaso de leche: “quiero que me regales rosas amarillas”. Volvimos a tocar con Gizah, sólo que ahora nos acompañó Maribel Cortés, cantante de Metepec, ella se aventó una “Bruja”, ahora sí estábamos en un aquelarre, con todas las de la ley satánica. 

El grupo punketo que tocó en el cierre del primer día de festejos de Diablura Ediciones se llama Orines de Puerco, son toda una leyenda viviente en Toluca, Metepec y más allá, sus integrantes se dedican a la artesanía y en una ocasión le regalaron una calavera de barro a la banda La Polla Records, quienes no dudaron en utilizarla para uno de sus discos. Pogueamos como locos desaforados, hay videos que dan cuenta de los codazos y patadas en buena lid. Hasta Jorge Herrera se lanzó (¿o lo lanzaron?) a la pista de baile de La Diosa Blanca, también danzó Saúl Ordoñez, Laia, Héctor tiritaba, Rocío era empujada por alguien, Ceci andaba prendida, Diego y un montón de diablos y diablas más: “Da igual / Da igual / Da igual”.

Esta dizque crónica debería continuar, pues la celebración duró dos días, 2 de octubre no se olvida, pero no nos quedamos para el domingo (la pobreza te regresa). Antes de la ceremonia de despedida en La Diosa Blanca, nos retiramos, era la hora marcada, río de aguas negras, torta de chorizo. No hicimos panchos y huimos silenciosamente en medio del griterío, muy xhido, por cierto. Michelle nos pidió un Uber que manejaba muy mal. Llegamos a la casa y la puerta se abrió sin problemas esta vez. Aquellos dos se metieron a dormir y yo me acomodé en la sala para ver Joker por quinta vez en mi vida, todavía escuchando a Orines de Puerco en mi cabeza, me quedé dormido en la parte en donde nadie de ríe de los chistes del Guasón. A las siete de la mañana salimos de regreso a Morelia, Toluca jugaría ese domingo y las calles aledañas al estadio se cierran para convertirse en mercadito. Despertamos a Jesús Bartolo para que sacara su carro y emprendiera el regreso al otro lado del Estado de México (Jesús me regaló su libro Palabras viejas para un poema nuevo que se muere en el cierzo). Le dijimos huevos y hasta pronto a Toluca y les deseamos muchas felicidades a todos los de Diablura Ediciones, una familia disfuncional a la que ya extraño.

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