Trilce Dada

Ernesto Hernández Doblas

«Los libros hermosos están escritos
en una especie de lengua extranjera.»

Proust, Contre Sainte–Beueve

Hace un siglo, el poeta César Abraham Vallejo Mendoza daba a conocer, desde la cárcel de Trujillo, Perú, y en un  tiraje de doscientos ejemplares, el libro que sería un golpe de timón en las vanguardias latinoamericanas: Trilce; compuesto por 77 poemas de apasionada vocación experimental. 

Según palabras del escritor peruano nacido el 16 de marzo de 1892, registradas en la correspondencia que sostuvo con Antenor Orrego Espinoza, amigo personal y prologuista del poemario, su intención primordial al escribirlo fue la de responder a una “desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás”.

Anhelo juvenil como ningún otro. Anhelo humano que brota -en parte-, como resultado de la lucha entre la realidad y el deseo. Anhelo del artista, ese niño eterno en busca de lo imposible para que lo posible dinamite sus límites presuntos. La poesía, es la semilla de donde pueden surgir los nuevos nombres de la aurora. 

Es así como a sus 30 años, publica su segundo poemario -el primero sería Los heraldos negros en 1919- con un ímpetu avant garde que se reflejará a partir de entonces en toda su obra, de la misma forma que en sus entusiasmos sociales y políticos y en su repentino viaje hacia Europa, de donde ya no regresará, más que por medio de sus versos, que de diversos modos siempre estarán rodeados de una atmósfera de nostalgia tanto por el terruño como por esa región edénica llamada infancia.

Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe de ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.

Trilce es un libro fuera de las normas poéticas tradicionales y por lo mismo se adelanta a su tiempo, dando un salto cuántico para caer de pie en la cima de las vanguardias literarias a pesar de que no fue bien recibido en sus primeros años. Y lo hace creando una revolución que no se parecerá a ninguna, si acaso, tendrá afinidades con el dadaísmo y el surrealismo, pero de tal modo, que se distinguirá como un caso aparte de dichos movimientos.

Esa búsqueda de libertad personal y literaria hace que César Vallejo encuentre un mundo raro y propio. Difícil de aprehender en ocasiones pero siempre haciendo conexión de una u otra forma con la vida, la palpitante, la de todos los días, la de las mujeres y los hombres sencillos que padecen su irremediable condición en la penuria.  

Pero no hay artificios ni arranques de literatura: Vallejo es uno de ellos. Padece también los incomprensibles golpes de un dios que muestra con ello su indiferencia al dolor de su creación. Es un dios que vacaciona lejos de la herida interior del ser humano. 

No queda la menor duda de que en este 2022 el nombre de César Vallejo y en particular el de Trilce, arriban con plenitud a un sitio de fulgor en la poesía, especialmente de la escrita en lengua española. Este año en que se cumplen 130 años de su nacimiento así como el centenario de su texto más arriesgado. 

Son evidentes las dificultades para poner de lleno los pies en esos versos y dada su característica, es algo a lo que el lector debe renunciar de antemano. No es que la escritura como la que lleva a cabo el poeta peruano sea inentendible ni mucho menos mero juego de estilo, pero no está hecha para ser comprendida como se entiende la vida en sus aspectos más concretos. 

Los ejercicios espirituales del lenguaje, se dan aquí en la continua destrucción del sentido. ¿Para crear nuevos sentidos? No necesariamente. No siempre. A veces, lo que se quiere es dejar al significado con la palabra en la boca o por lo menos enredarlo de tal modo que pierda el piso y alcance el viento. ¿Enredarlo? Reinventarlo. ¿Reinventarlo? Regresarlo a su origen de balbuceo, relámpago y aullido de animal en celo.

¿Cómo leer un libro como Trilce? ¿Cómo dar cuenta de él? Preguntas que se hacen necesarias. Ellas mismas ya revelan que no se trata de un poemario común, que los retos que implican para el lector son de acometimiento difícil y que una vez cruzadas sus páginas, se multiplican.

El lenguaje poético, elaborado en base a recursos como la metáfora, la analogía o el hipérbaton entre otros, ya se rebela por sí mismo con necedad y contundencia a la racionalidad de uso común y por ende a las formas de comunicación colectivas, aquellas que hacen uso constante del lugar común. 

¿Cómo leer un libro como Trilce? ¿Cómo dar cuenta de él? Sabiendo que nos enfrentamos a un libro de poemas que rompe las reglas, las normativas y los modos comunes de la expresión; entiéndase la gramática, la sintaxis, la poesía y el lenguaje en general. 

Sabiendo que se nos van a plantear exigencias de concentración, de libertad y de riesgo y que muchas más veces de las que hubiéramos deseado, se nos dejará en los umbrales de lo irracional, se nos arrancará del orden y el sentido para que nos adentremos con desnudez a su desnudez. 

Ah las paredes de la celda.
De ellas me duele entretanto, más
las dos largas que tienen esta noche
algo de madres que ya muertas
llevan por bromurados declives,
a un niño de la mano cada una.

La libertad que el poeta peruano busca experimentar mediante el impulso de los versos es radical. En ella van puestos en juego tanto la subjetividad, el lenguaje y la poesía. He ahí el caldo de cultivo que lleva de la mano a Vallejo hasta el encuentro inspirado, lúcido y experimental con la poesía trilceana.

Antenor Orrego Espinoza, filósofo, periodista, ensayista, político y pensador peruano, escribe el prólogo del poemario referido  y nos dice con claridad que lo que el poeta busca es “dar una visión más directa, más caliente y cercana de la vida”. De acuerdo a Orrego Espinoza, la energía de su compatriota es la de quien está embriagado por el deseo de reunir al poema con la vida. 

De alguna manera se trata de uno de los sueños de todo artista. Sin embargo, al leer el texto de César Vallejo, vemos en efecto latir ahí la vida en rebeldía pero como un hecho estético e intelectual. No es la mímesis. No es la vida entendida como concepción, reproducción y muerte ni como espejo de lo que conocemos y vivimos dentro de la cotidianeidad.

Es la vida como latido, explosión, caos, magma, verso vuelto animal salvaje en la selva del poema. Es así que vista y sentida desde esa perspectiva, no puede sujetarse a normas comunes. Se trata de la embriaguez que nos invitó a experimentar el poeta francés Charles Baudelaire, es el ímpetu contagioso de los ritos dionisíacos que no son mera celebración sino éxtasis violenta que destruye el orden.

Me siento mejor. Sin fiebre, y ferviente.
Primavera. Perú. Abro los ojos.
Ave! No salgas. Dios, como si sospechase
algún flujo sin reflujo ay.

¿Cómo leer un libro como Trilce? Sin expectativas, sobre todo en cuanto a entender o captar de forma inmediata la experiencia que en él se nos invita a tener. Como la mayoría de los buenos libros de poesía, no se lee de un golpe pasando de página en página como pretendiendo seguir un supuesto hilo conductor según un orden aristotélico, sino más bien atendiendo a la intuición como guía en ese laberinto enmarañado en donde sin embargo hay islas, zonas de luz y claroscuros que en otros casos se convierten en agujeros negros de los que se sale como se entró: ahogado de nada. Esa nada que es posibilidad de todo. 

El título de un libro es y no es lo que delata. Es el caso de Trilce, que por principio de cuentas es un neologismo, como muchos otros que irán a estar en buena parte de los versos del poemario. 

César Vallejo está catalogado como vanguardista entre otras razones porque hace uso constante del neologismo dentro de sus versos, pero en este caso, lo incluye también en el título. El espíritu y la forma de Trilce están reflejados y representados en el nombre que su autor decidió ponerle. 

Seis años antes de la aparición del poemario que en este 2022 cumple cien años, en Zúrich, nacería uno de los movimientos artísticos más radicales del siglo XX, cuyo nombre despertó gemelas reacciones a las de Trilce: el dadaísmo.  Desde su aparición no han dejado de darse las especulaciones sobre el origen y el significado de la palabra Dada, sin embargo hasta el momento, no hay certeza legítima sobre lo que significa. 

Los integrantes que fundaron el movimiento se encargaron de dar a conocer versiones diversas, muy acorde con el talante disruptivo, humorístico y rebelde que lo caracterizaba. No podía ser de otro modo, porque parte de sus premisas era destruir todo orden artístico y cultural que consideraban burgués. 

Hans Arp declara en una revista del movimiento refiriéndose al nombre elegido para el mismo: “Estoy convencido de que esta palabra no tiene ninguna importancia y que solo los imbéciles pueden interesarse por los datos. Lo que a nosotros nos interesaba es el espíritu Dadaísta, y todos nosotros éramos Dadaístas antes de la existencia del Dadaísmo”. 

La relación con la poética del poeta peruano y el dadaísmo tiene más de un hilo. Trilce y Dada son dos palabras que más que significar algo en concreto, aluden a un espíritu de revuelta y creatividad con alas prometeicas. Trilce y Dada son nada o en todo caso balbuceo o en todo caso ganas de jugar a las escondidas frente a la solemnidad del sentido. 

Trilce y Dada, aunque separados por algunos años, comparten una época de goces anarquistas, en donde ya jamás volvió a ser el arte un asunto de gente formal. No únicamente. A pesar de que siguen existiendo capillas y catedrales y ganas de formalizar los furores del viento, el arte ya puede tener con todo derecho, los rostros que le venga en gana, con todo y los fruncidos ceños de los hombres de gris. Trilce es, en efecto, más que un título que denote algún significado, el resplandor nominal de un espíritu enfrascado en las batallas por la libertad.

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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