Tu lengua en mi boca de Luisa Reyes Retana

Ángel Hurtado

Dios no les da alas a los alacranes, pero sí les da una habilidad tremenda para trepar paredes sin caerse, un aspecto sigilosamente extraterrestre y un veneno capaz de echarse al plato a dos tres cabrones. A los seis años, detrás de mi ventana del cuarto de la infancia se dibujaba siempre el mismo paisaje: un terreno baldío con un espejo de agua al fondo, montones de basura superpuestos en diferentes direcciones, y el tronco de un árbol sin hojas solitario.

Tengo pocos, muy pocos recuerdos de ese tiempo, pero para fines literarios debo suponer que la vida transcurría, transcurría, lo hacía entre algunas cosas que logro ver: una tarde de lluvia jugando al fútbol festejando un gol aventándome a un charco en un bache de la calle, una iguana verde que crecía, la noche en la que vi de pie en la puerta de mi cuarto al fantasma de mi bisabuela, y la única certeza de que todos los alacranes que aparecían por cualquier parte de la casa provenían del terreno baldío detrás de mi ventana. A esa edad no había rastro alguno de la poesía.

La infancia en una ciudad que no llegaba al millón de habitantes, debería ser una serie de recuerdos más o menos amables, la punta de un dedo que recorre un álbum de instantáneas. Pero la infancia de mi generación, en esta ciudad, en la tierra caliente y en el resto del país, comparte algo que hemos querido esconder de alguna forma, asimilar. Ser infantes que crecían, que intentaban crecer, durante el sexenio de Felipe Calderón, significa compartir al menos un recuerdo de una balacera sin importar la hora del día, de una serie de bloqueos y automóviles quemados en diferentes puntos de nuestras ciudades, el recuerdo de temerle a cualquier Ford Lobo gris, registrar en el celular a mamá y papá por sus nombres de pila y en el peor de los casos, de haber perdido a alguien cercano, descubrir que cuerpos sin vida pueden amanecer colgados de un puente, tirados a media carretera, escondidos dentro de una Ford Lobo gris, o en pedazos dentro de una bolsa negra en un terreno baldío cubiertos de alacranes que buscan escapar del frío.

El recuerdo más nítido que conservo de lo anterior es el siguiente: tenía nueve años y era una madrugada de verano, los morelianos sabemos que en verano sólo existen dos posibles madrugadas, una con lluvias arrebatadas y otra con una calma tensa y húmeda, ambas con un calor de la chingada, ambas con un clima ideal para que los alacranes entren a la casa. Yo dormía, el divorcio se acercaba sin saberlo, pero yo dormía, de pronto, los estruendos de los balazos me despertaron, corrí con mi madre quien intentó calmarme, pero nada consiguió que yo pudiera dejar de tener miedo, los balazos y explosiones siguieron escuchándose por más de una hora sin que pudiéramos saber quién disparaba, por qué… Lo único que sabíamos, era que los disparos venían de la parte trasera del terreno baldío.

Eso representó para mí siempre el terreno baldío, una imagen de lo prohibido, del peligro, hogar de los alacranes y la basura, un lugar no pensado para la poesía, el sitio de donde provenían las balas.

En Tu lengua en mi boca, Luisa Reyes Retana cuenta la historia de Berta, quien, tras la muerte de su tía, debe cumplir la promesa que le hizo de llevar sus cenizas a la Zona del Silencio, un desierto místico en el área limítrofe entre Durango, Coahuila y Chihuahua. En su viaje, llegará a un hotel de paso en Torreón, Coahuila. En este paisaje seco y desolado, encontrará un grupo de cuatro adolescentes que se juntan en un terreno baldío detrás del hotel a tomar caguamas y leer poesía. En medio de una realidad cruel en la que el destino de las adolescentes más propicio es el de ser violentadas, Berta, impulsada por su pasión por la poesía, intentará mostrarles el que ella cree que es el camino ideal para leer poesía escrita por mujeres y, en el mejor de los casos, para escribir poesía, cada una desde su propia voz. 

Los terrenos baldíos en este país siempre han sido una imagen semejante al de mi infancia, Luisa transgrede y resignifica en esta historia la imagen del terreno baldío, ¿Se lo imaginan? Un grupo de cuatro adolescentes leyendo poesía en un terreno baldío… Sin intenciones de romantizar el acto de leer poesía y a la poesía misma, Tu lengua en mi boca es una novela en la que conviven diferentes generaciones de mujeres que hacen de la Literatura un medio de rebeldía por el cual intentan escapar de la realidad violenta en la que viven, de la falta de oportunidades, y sobre todo, una manera de salir a la vida misma, una vida que puede ser vivida de otras formas.

He decidido visitar el terreno baldío de mi infancia, ver la ventana de la que fue mi habitación del otro lado. Alguien me ha dicho que la combi verde cuatro me deja cerca, al llegar al lugar, he descubierto dos cosas: la primera, que la violencia que recuerdo de mi infancia no ha cambiado, es aún peor; y la segunda, el terreno baldío al parecer ahora le pertenece a una Universidad privada, sin embargo el paisaje es el mismo, hace unos meses encontraron el cadáver de una mujer en el terreno, la Universidad se ha deslindado por completo del tema. 

Estoy aquí, de pie, frente a la ventana que contiene los restos de una casa en la que ahora comienzo a dudar si de verdad estuve, de una habitación de la que no logro recordar el color de sus paredes. Traigo conmigo dos libros, Tu lengua en mi boca de Luisa Reyes Retana y Sembramos Palabras, una antología de poetas michoacanas contemporáneas. He decidido dejar estos libros aquí, sobre un monte de piedras cerca del árbol caído, es probable que nadie los encuentre, ya pronto empezará la época de lluvias en Morelia. Justo aquí, quisiera hacerme preguntas que jamás me he hecho, hablar con el niño que fui, decirle que en unos años conocerá la Literatura, y que eso no significa que las cosas dejarán de doler o que empezará a entender cosas que por ahora no entiende, significa que no estará tan solo, pero no hay tiempo. Mi celular está sonando, el nombre de Victoria se aparece en la pantalla, una Ford Lobo gris se aproxima a alta velocidad y, justo cuando estoy a punto de correr, permanezco inmóvil, petrificado, un alacrán camina sobre mi brazo izquierdo.



Ángel Hurtado

(Morelia 1999) egresado de la licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas por la UMSNH, librero y promotor de lectura.

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