Una de pintores: La patria romantizada


Rafael Flores

En diciembre del año pasado fui a una tienda de abarrotes cercana a mi casa y luego de hacer alguna compra, la tendera me dijo: «¿ya le di su calendario? Escoja el que le guste». Extendió tres ejemplares sobre el mostrador y mis ojos se clavaron en uno que tenía una muchacha chapeada y sonriente, ataviada con un sarape de Saltillo y un rojísimo sombrero de charro. Tuve un deja vu; me remonté a la recóndita infancia cuando en algún lugar vi una charola de aluminio con esa imagen. Me llevé el calendario y la palabra gracias me quedó chiquita para responder al regalo. Al colgarlo en la pared miré la firma: Eduardo Cataño. Google me informó que el señor Cataño pintó un montón de óleos con temas nacionalistas destinados a convertirse en calendarios, que era marido de la escritora Margarita Michelena y que para esta pintura, llamada «Flor del Bajío», tomó como modelo el rostro de la actriz hollywoodense Ava Gardner. Luego vi que mi ejemplar fue impreso por la empresa Calendarios Landín.

Calendarios Landín es una empresa familiar de Querétaro que lleva un siglo produciendo estas hermosas cromolitografías. También tuvieron la luminosa idea de fundar el Museo del Calendario (MUCAL) en el Centro Histórico de la ciudad de Querétaro, el único en el mundo dedicado al género de los calendarios tradicionales. La sala principal muestra la obra del entrañable pintor Jesús de la Helguera y en otras se puede ver el trabajo de Eduardo Cataño, José Bribiesca, Armando Dreschler, Jaime Sadurni, Luis Armendolla, la talentosa y poco conocida Aurora Gil y Jorge González Camarena (sí, el de «La Patria» que aparece en la portada de los libros de texto gratuitos).

Entre los años 1933-1970, este grupo de pintores creó un concepto estético que exalta los valores nacionales con una visión optimista e idealizada. Aprovecharon los elementos centrales del arte popular y religioso, manejaban habilmente todas las reglas de la pintura académica con un dibujo preciso, composiciones impecables y un color esplendoroso, como de technicolor cinematográfico.

Sin embargo, sus pinturas fueron desdeñadas durante mucho tiempo por los críticos de arte, los principales pintores muralistas y por el concepto museístico del «arte serio». Se le consideraba un arte puramente comercial, cursi, idealizado y ramplón. Yo creo que en esa visión idílica y romantizada están sus mejores valores, en esa cursilería plena que es llevada al rango de cualidad estética, el kitsch en el mejor sentido de la palabra. La verdad es que la cultura popular no se entendería sin los pintores de calendarios, son parte indisoluble del alma patria. Por eso se encuentran colgados en millones de casas, oficinas, fondas, cantinas, talleres mecánicos, tiendas y mercados de todos los pueblos a lo largo del territorio nacional. Ese es un privilegio que no ha tenido ninguno de los «pintores serios». En 1980, el Palacio de Bellas Artes organizó una exposición retrospectiva con las pinturas originales de Jesús de la Helguera que reivindicó la valía estética de su obra. La verdad es que ni falta hacía, porque desde muchos años antes los pintores de calendarios se metieron hasta la cocina de los hogares y están anidados en el corazón de los mexicanos.

¿Quién no recuerda «El flechador del cielo»; hasta el futbolista Cuauhtémoc Blanco adoptó la pose del flechador para festejar sus goles. ¿Quién no recuerda «La leyenda de los volcanes?. Seguro han visto, estimados lectores, esos atléticos caballeros aztecas, que parecen recién salidos de un gimnasio, o las princesas mayas de ondulante cabellera e inmaculada túnica blanca; el charro que lleva serenata al balcón de su amada, escoltado por su caballo y la sonrisa de la luna; las rozagantes jovencitas rancheras, chapeadotas y de ojos luminosos, con cejas de Ava Gardner y labios de Marilyn Monroe; el apuesto campesino a caballo que se despide de su abnegada pero feliz esposa en el pórtico de su jacalito, como si fueran Pedro Armendáriz y María Félix en pleno éxtasis romántico; las abuelas que se parecen a Sara García y acarician los rizos ensortijados y la carita primorosa de sus nietos; los pícaros y graciosos monaguillos que pintaba Aurora Gil; los héroes nacionales rompiendo cadenas entre el fuego de las batallas y mirando a la gloria eterna en lontananza; las visiones idílicas del trópico exuberante y la transparencia del aire del valle del Anáhuac. Son los valores nacionales llevados a la exaltación optimista y la felicidad plena.

Esta propuesta estética coincide con la época de oro del cine nacional y con la poesía de algunos poetas modernistas como Ramón López Velarde, Amado Nervo y Manuel Gutiíerrez Nájera.

Carlos Monsivais, conmovido ante la pintura «Día de la Madres» de Helguera, exclama: «detente momento, eres tan bello, tan capaz de expresar el sentido de la vida». El propio Monsi hizo toda una alabanza de las pinturas de calendario en su texto «El encanto de las utopías en la pared»

La entrañable poeta Pita Amor, reina del espíritu kitsch, muy acorde con todo esto, dejo dicho que para recordarla «A mí pónganme una imagen de la Virgen de Guadalupe con veladoras, un bote con flores y un calendario. Que todo sea del pópolo».

Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente representan la opinión de el artefacto.

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