Una historia irrevocable

Noé Almaguer Zuñiga

¿La vida es este pozo de cagada?– se preguntó Octavio justo al llegar a las puertas de su casa. Tenía el trabajo de sus sueños: era escritor reconocido de novelas policíacas; poseía una bonita casa, un buen carro; a Elena: una esposa hermosa, de hogar e inteligente que lo amaba. Y aun así no era feliz, el muy cabrón. Después de diez años de un atropellado matrimonio, y de ganarse la vida inventando historias criminales, se había dejado seducir por una fame fatale de folletín de las que tanto escribía y que conoció en un lupanar. Y ese día se sentía de la chingada porque la amante lo obligó a dejarla de ver, ya que su esposo el narco se estaba dando tinta de los cuernos y le había dicho a ella que si se enteraba de quién era le iba a mandar cortar las pelotas a mordidas de perro. Y no lo dudó.

Octavio, te escribo de manera epistolar porque sabes que soy una mujer de gustos convencionales, mismos que comparto con mis alumnos de Letras, haciéndoles exponer aún en cartulinas, y porque ocupo aclarar ideas que me saltan a la vuelta de cualquier minuto del día, específicamente sobre nuestro matrimonio. Recuerdo cuando nos vimos por primera vez en ese recital de poesía, espero también lo recuerdes, cuando todos leyeron poemas melosos y cachondos y nosotros fuimos los únicos con cuentos llenos de cadáveres, sangre y personajes deprimentes. Curioso: nuestra relación parece ahora uno de esos cuentos. Lamento lo que nos sucedió, nunca superé la pérdida prematura del bebé, principalmente porque me lo reprochas en cada discusión, en cada gesto de tu hastío conyugal. 

El sol se acababa de ocultar. Octavio entró a la casa y se encontró con una penumbra que diligentemente iba abarcando cada rincón. Le sorprendió no encontrar a Elena preparando la cena en la cocina. Y en ese momento de palpable ausencia la extrañó. Arrojó las llaves en la mesa y fue de cuarto en cuarto buscándola. Lo invadió un resquemor arrollador por el olvido en que la había dejado, la culpa a la que la había condenado después de perder a su bebé, mientras iba en aumento el miedo de que lo abandonara, al ver maletas en el cuarto, pero oyó ruidos al fondo del pasillo, donde estaba su estudio y enseguida escuchó una voz desesperada pidiendo auxilio y palabras ininteligibles que lo hicieron precipitarse al cuarto, donde, al abrir la puerta, se encontró con Elena en llanto, de pie junto al escritorio, con el celular en una mano y empuñando un cuchillo jamonero en la otra.

Un hastío que dejé intacto para no enfadarte más. Porque sabes que te sigo queriendo, de una manera insana para mí, lo sé. Siempre me hechizó tu indiferencia, estúpidamente. Y te dejé libre, que vivieras tu sueño de escritor, aunque eso implicara que me dejaras en el olvido y también en el anonimato, porque sabes que fui yo la que te dio muchos de los argumentos de tus novelas, incluyendo la que te catapultó al mundo editorial, esa donde al detective le matan a su mejor amigo, y se ve tentado de matar al criminal cuando lo atrapa, pero que opta por entregarlo a la justicia y al hacerlo le dice al asesino algo acerca de que aunque no lo haya matado va a sufrir su infierno en la cárcel, algo así, no lo recuerdo bien…Bueno, pues hasta esa idea te la di yo y nunca me diste crédito. Sólo me mirabas como objeto sexual y sirvienta. 

Elena, apenas lo vio entrar, lo miró con ira y se encajó con fuerza casi todo el cuchillo en el cuello, desplomándose en el suelo. Octavio corrió hacia ella espasmado y la tomó en brazos. Llorando de espanto quitó el cuchillo y con una ira y miedo que no sabía de dónde venían le reprochó su estúpido acto de suicidio: no entendía por qué ahora, que ya estaba arrepentido, que no lo dejara sólo, que era una egoísta culera por matarse sin pensar en él. Y mientras se desangraba de manera acelerada nunca dejó de verlo a los ojos. A lo lejos se escuchaban, con aura de superstición, el llanto de unas sirenas que aumentaba en sordina. 

Y está de más decir que juntos somos infelices. Que mayor evidencia el que hayas aprovechado tus constantes viajes promocionando tus libros para acostarte durante los dos últimos años con una chamaca de esas de las que tanto escribes. No te voy a mentir, los últimos meses también conocí a alguien, con el que estuve durante tus viajes. Sólo nos estorbamos, Octavio. Por estas razones me largo. Es imposible soportarlo todo. Quédate con tu chica de ensueño y tus pinches libros. Me voy a donde no puedas quitarme nada más.

En un último esfuerzo Elena sacó de su pecho una carta y se la entregó, falleciendo enseguida. Octavio, incrédulo de lo que pasa, empieza a leer la carta mientras en la entrada golpean a la puerta policías. Cuando termina de leer cree que está alucinando, y estupefacto cae en la cuenta que algo no cuadra en ese trágico escenario del que forma parte. Analiza el estudio y, sólo entonces, nota que el celular de ella marca como última llamada el 911, que poco más allá de sus pies hay unas fotos de Elena besándose con un hombre sin rostro, que su Manual de homicidios, utilizado para sus novelas, está en el escritorio, y que él sostiene un cadáver y aún tiene, para su sorpresa, la daga en la mano. Y al tiempo que los gendarmes entran a la fuerza en el lugar, comprende, y sólo porque él escribe historias de ese tipo, que Elena pidió auxilio a los policías en cuanto supo que él había llegado, para que al arribar a la escena sólo vieran a un marido arrepentido de haber matado premeditadamente a su conyugue al enterarse, por unas fotos, que ella lo engañaba y planeaba dejarlo. Y sabía que la historia, urdida por Elena con esmero, era irrevocable: la carta no iba servir como evidencia, y que su única cuartada, su infidelidad, haría que un iracundo narco le mandara cortar los huevos.

Antes de que los agentes se le echaran encima alcanzó a releer la posdata al final de la carta de su esposa, que desde su silencio lo miraba con una fatua victoria.

P.D: Ya recordé bien lo que le dijo el detective al criminal de tu best-seller: “Hasta los demonios hijos de perra como tú tienen infiernos en que arder”.

Noé Almaguer Zúñiga

Originario de Irapuato. Estudió en la facultad de Literatura y lenguas hispánicas. Radica actualmente en Morelia, Michoacán. Se dedica a la gestión cultural por medio de la labor libresca, intenta no dar pataleadas de ciego en el campo de la creación literaria. Amante de la novela negra y lee con devoción a Roberto Bolaño y Leila Guerriero. A partir de ahí siente el compromiso de mirar agudamente y narrar lo visto. No disfruta escribir pero sí cuando termina de hacerlo.

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