Abuelo fantasma

Ernesto Hernández Doblas 

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.

Miguel Hernández

I

Cuando yo nací, tú tenías nueve años de muerto que eran como nueve meses de sombra pariendo tu nombre. Errante caballero de la triste figura, conduciendo aeroplanos de nostalgia desde la ciudad que te adoptó pero de la que no eras eco. Fantasma de sangre dejando su huella en camelina de sueños. 

Niño de Morelia y Málaga: abrazos deshojados. Mi madre me habló de tu vida; dibujó fragmentos borrosos, detrás de los cuales, mi corazón pudo verte con clarividencia de cerrados ojos. Fuiste mi abuelo sin cuerpo. El astro muerto que deja en el horizonte la estela invisible de su luz. Lo invisible que me habita desde entonces.

II

1937. España. Guernica. Aproximadamente fueron 300 los cadáveres que sembraron los aliados de Alemania e Italia, en apoyo al golpe de estado del general Francisco Franco. Abril. El mes más cruel, dixit Tierra Baldía.. Eso fue un aviso de lo que vendría. La lucha de las ideologías siempre ha producido división y tumbas sin laureles para nadie, para nada. Abril en Guernica. Picasso dibuja máquinas de guerra en el mural de la ignominia. 

A un mes del inicio de la primavera, en España, sólo florecía el terror y los funerales de la inteligencia. Los cadáveres que no saben de banderas eran insignias en el pecho de los militares. La guerra civil concluyó el primero de abril de 1939, con el triunfo de quien establecería una dictadura hasta 1975. 

¡Muera la inteligencia! ¡Viva el canibalismo del alma! ¡Viva la muerte! Así gritaban los uniformes que durante aquel período usó la ceniza y las estatuas de la ceniza para propagar sus evangelios. 

A petición de la República Española, el presidente de México, Lázaro Cárdenas del Río, brindó su apoyo para que 475 niñas, niños y adolescentes cruzaran el mar y así encontraran refugio en este lado del mundo. 

Por lo menos ésa era la idea que impulsó aquella propuesta.. La realidad es que la guerra es una maquinaria de mil y un tentáculos que nunca deja en paz ni a los que se van ni a los que se quedan ni a los que sobreviven ni a los que mueren. 

Se decidió entonces que uno de los lugares de refugio fuera Morelia, ciudad de raigambre vallisoletana. Más puntualmente, el Internado España-México que se había preparado ex profeso. Al país arribaron las poco más de cuatro centenas de infantes un siete de junio de 1937. Junio de llanto vestido aunque cubierto de abrazos de solidaridad.

Poco después se les llamó Los niños de Morelia, pero en realidad siempre fueron Los niños de la guerra. Los nacidos del horror y la muerte. Los dados a luz por la sombra. Los exiliados eternos. Los de ningún lugar. Los infantes que sirvieron para que la política jugara su ajedrez con banderas y cráneos.

III

Tú venías en ese barco, abuelo fantasma. Pedro Dobla Vázquez. Malagueño. Con tu edad temprana en los bolsillos como cascabel de azúcar. Separado de tu tierra, de tus padres y sin saber ni a dónde ibas ni cuánto duraría aquello. Nadie te dijo que sería para siempre. Nadie te advirtió de los golpes que a veces da la vida, porque sí, sin motivo alguno. Como esos golpes de dios de los que habla César Vallejo en su poema. 

No hay muchos registros tuyos, abuelo. Apenas la referencia que hiciera tu compañero de viaje Emeterio Payá Valera. En su libro «Los niños españoles de Morelia», escribió que tenías una personalidad especial, llena de impulsos y pasión. Eras un niño entre especial y extraño. Uno de esos niños que nunca puede comprender del todo el mundo adulto, uno de esos niños que jamás termina de integrarse al mundo adulto. Uno de esos niños salvajes de la poesía escrita sin letras. 

Es así que Payá Valera cuenta cómo en una ocasión, después de repetir constantemente tu deseo de regresar a Málaga, tomaste las sábanas de tu dormitorio, subiste a la azotea, y en un arranque entre de humor y verdad, manifestaste a gritos tu intención de arrojarte para tomar el vuelo rumbo al nido.

¡Cómo ha de haber sido aquello abuelo hermoso! ¡Un niño que se sabe pájaro busca emprender el vuelo para retomar al nido que lo expulsó del tiempo! ¡Un poeta enloquecido en un acto de psicomagia! ¡Un españolito con sangre gitana poniendo en apuros a la realidad como todo artista verdadero lo hace!

Desde entonces te pusieron de sobrenombre «El loco». Como esa carta del tarot que habla de quienes no pueden sino sentir el deseo de ir más allá de lo que llaman normal. El mismo apodo que me pusieron a mí en la secundaria por parecidas razones, abuelo fantasma. 

Desde que supe de ti, allá durante mi niñez, quise ser como tú. Me sentí como tú, en mi propio exilio, solitario, sin caber en ninguna parte del mundo. Guardando las distancias y los tiempos, yo también tenía una distancia de relojes brujos. De lo que mi madre me contaba de ti, yo guardaba brújulas bajo el pecho.

Alguna vez quise ser torero, y lo hice para estar cerca de ti, para sentir que tu España era la mía, para levantar el vuelo en olés de azar. De maneras misteriosas, pensé que ser torero era ser tú de alguna forma y anduve los laberintos redondos de la tarde con un volcán a ritmo pasodoble.

Finalmente saliste del Internado España-México y desde entonces anduviste errante en busca de un lugar. Tuviste varios oficios. Conociste en Pátzcuaro a mi abuela. Tuvieron dos hijas, una de ellas, mi madre.

Tampoco el matrimonio fue ese bálsamo que esperabas. Y un día en Apatzingán, donde vivían, te llenaron el cuerpo de balas y te hicieron rodar por un barranco. En ese entonces mi madre tenía siete años. Nunca pudo obtener más referencias de ti. No supo en dónde quedó tu cuerpo. 

No moriste, abuelo fantasma. Desapareciste, con alas de invisible sábanas. No te fuiste, te quedaste para entrar en la poesía que me dio a luz un enero de nostalgias por venir. Abuelo fantasma, eres la tinta con la que escribo la palabra poeta en mis espejos. 




Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

Loading

También le venimos ofreciendo:

Danos tu opinión: