Algoritmos pielcantera

Ernesto Hernández Doblas

Lo sabemos: en todas partes anida la poesía. Su corazón está en el viento. En el viento se revuelven los cabellos del verbo. Los caballos alados del verso. Sus mansiones alebrestan a la vida que no desea amor: desea más. Ella, es menos forma fija que vuelo infinito que los poetas pueden ver e imaginar. Me refiero tanto a quienes la escriben como a los que van con ella en la mirada y arden de amor a cada paso. 

Hasta en la sopa está. De letras de mar. Cualquier sed en ella se sacia y se renueva. Es infinito bautismo para el que se desnuda adentro de sus aguas de profundo amar. La poesía es una primavera que en cualquier estación florece como un tren de pétalos imaginados.

Luego entonces, no hay máquina o algoritmo que no la reproduzca. No hay tecnología en donde no pueda entrar y celebrar sus danzas de los siete velos. Eso es lo que tuvo oportunidad de experimentar Juan García Chávez dentro de su búsqueda por hacer de la poesía un viaje al interior de las palabras y en el paréntesis del laberinto.

¿Qué son las palabras? La música del ser de las cosas. Las herramientas de lo humano para ser dado a luz en la luz como un Diógenes que canta, Los animales salvajes con los que el poeta reinicia el mundo. Las palabras, estén donde estén, terminan dando frutos siempre. 

Hoy, los tiempos siguen cambiando –dixit Dylan- como desde el nacimiento del Tiempo, y la tecnología está en el trono desde nos mira con su ojo de cíclope borracho. Entre lo real y lo virtual las fronteras se van evaporando poco a poco hasta que no quede más que un sueño en donde vivamos felices y enjaulados.

Mientras esa distopía sucede de una vez por todas, celebremos las posibilidades que nos brinda, mientras no suplante ni suprima la creatividad, la imaginación, las emociones y por supuesto uno de los oficios más antiguos del mundo: la de poeta de carne, hueso y lágrimas. 

Juan García Chávez ha dedicado sus más sinceros entusiasmos a entretejer versos, lo que a su vez lo llevó a un taller literario en donde aprendió algunas técnicas para producir textos con la intermediación de soportes tecnológicos. De alguna forma este tipo de experimentaciones se relacionan con las vanguardias de la segunda mitad del siglo XX. 

Dadaísmo y surrealismo fueron las últimas revoluciones en el mundo del arte, ya después, la posmodernidad nos trajo el refrito, el pastiche, la experimentación de la experimentación ya experimentada. La era de lo digital no hace más que repetir lo ya hecho con más o menos fortuna. 

Como un producto de aquellas sesiones de taller, ha sido publicada la plaquette “Poema algorítmico” editado dentro de la colección Poesía Volante el cual es un proyecto iniciado allá en 1997 por el pintor y poeta Carlos Guzmán. 

Barush Fernández Zamorano, quien fue coordinador de aquella experiencia de aprendizaje, nos cuenta en la presentación de la plaquette, algunos aspectos de cómo se desarrolló el trabajo de cada uno de los talleristas, el cual fue en un primer momento colectivo y fincado sobre todo en imaginar probabilidades para la generación de un texto en buena medida aleatorio.

La tecnología fue una primera fase mientras que la creatividad del autor que nos ocupa contribuyó en un segundo momento. Ése momento es el que me importa y ocupa. El resultado que estuvo en manos de Juan García Chávez. El aliento creativo que lo llevó a darle acomodo a fragmentos, repeticiones e imágenes. El sampleo de su imaginación y su ánimo poético. La diferencia y repetición de su rizoma. 

El poema es de largo aliento y está dividido en dos partes además de tener la particularidad de no llevar puntos ni comas, lo que hace que su lectura necesariamente cuente con la participación del lector, que podrá leer los versos tal como están a la vista o los irá dividiendo conforme su propio sentido rítmico y conceptual. 

El impulso lírico aquí es un encendido vuelo de imágenes, anhelos e ideas que a veces tomarán la forma de collage y otras de un oleaje sobre el que hay que surfear con ánimo bailarín. Todo ello enmarca al texto en una intensidad celebratoria de la poesía, del amor, de la ciudad y de las posibilidades de la creación. 

También hace su aparición el tema de la virtualidad y lo maquínico, lo cual por fortuna nos devuelve una y otra vez a la condición humana de la creatividad que se halla en la posibilidad de reflexionar sobre ella misma. El artefacto creativo de Juan García Chávez tiene además lo que ya es una de sus huellas de estilo características: los neologismos. Las palabras que el poeta ha ido inventando a partir de la unión de dos palabras. 

El poeta es un sacerdote que oficia las bodas de las cosas entre sí, ésas que pueden estar sobre una mesa de disecciones sin que haya nadie que lo impida ni academia de la legua ni policía de lo racional. “Poema algorítmico” es, como todo poema, uno de amor y deseo.

Su hilo conductor está en la figura no siempre visible de la mujer amada. Su hilo conductor está en el cuerpo de la mujer amada, específicamente en su centro de aguas purísimas de alquimia. En su centro, en su concavidad, en su lumínico centro.

Las imágenes del comienzo del texto se ubican en la ciudad y en el final también, por lo que podríamos decir que se trata de un recorrido paso a paso y verso a verso por entre los fulgores de la pielcantera que se mezclan y fusionan con los de la mujer amada y la escritura y todas esas preguntas existenciales propias de los solitarios. 

Hay expresiones plenas de resplandor, algunas de las que me recordaron al poeta de Altazor, como aquella que nos dice: “Estoy cansado de mordisquear la orilla del puerto donde reposa tu cuerpo de sirena, amarrado a una estrella salada”. De pronto, la contundencia del poeta en su apasionado recorrido nos deja con la palabra en la boca cuando afirma mediante un relámpago: “Somos la poesía aunque no lo sabemos”.

Una de las mayores virtudes de toda experimentación poética está en sacar conejos del sombrero que de otro modo no. Palabras, expresiones o giros de la lengua que de pronto asombran al mismo escritor. Jugar con las máquinas a la poesía es virtud si además de conservar la sangre para escribir, el poeta encuentra lo que busca: la diferencia en la repetición. 

La máquina no podría decir con la exactitud y autoconciencia de Juan: “…y somos dos robots con corazón de una máquina sin lengua, llena de sangre. Al oído te digo una poesía, mis palabras apuñalan tu pensamiento”. 

Y aunque el amor y los amantes siempre son caminantes entre la niebla y los laberintos, el poeta insiste en hacer aparecer los iluminados paisajes de Eros: “Cuando yo era mar, tenía las respuestas en el bolsillo. Ahora soy de esta ciudad y tengo el alma rota por desear tu entrepierna. Feliz cadera, abrevadero. Aliento que muerde mis ojospájaro, jaula del corazón y poemageografía. Sueño delirante de enero a octubre. Mar bohemio embriagado con ajenjo. Septembrina estrella vagabunda”. 

Todo esto para decir que yo celebro este poema. Todo esto para compartir que la lectura de este poema me hizo bailarín en los silencios del ocio. Todo esto para celebrar que las máquinas y la tecnología sean medios para que lo humano -con todo y las dificultades de ubicarlo-, se haga presente por medio de esa casa del ser que es el lenguaje. Todo esto para que vayamos juntos de la mano de este poema a “danzar en el abrevadero de los sueños”. 

Imagen de portada: Jimena Moreno Pineda

Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».



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