Carnitas, cuentos y fábulas: Luz de Riada en Michoacán

Caliche Caroma

Llegó la noche del 16 de noviembre y con ella la música de las esferas. Sucedió en la calle Ocampo #215, Centro Insomne de Morelia, diez con 20 de la noche, porque al lado se encuentra El Corral de la Comedia y para todos hay chance. Amati recibió a Ramsés Luna, Kiko King, Luis Nasser, Javier Alejandre, Rodrigo Martínez de Castro y Edgar Arrellín, hay que decirlo, de último momento, pero con mucha emoción y disposición afectiva que fue retribuida con delirantes temas que a todos sorprendieron. Al final de este texto el chisme enchilado del putrefacto productor, no hay prisa, primero lo primero, ya luego el después.

Alrededor de la una de la tarde arribó la camioneta manejada por don Moisés, bíblico, quien abrió las aguas del asfalto para traer a los Luz de Riada a la tierra prometida, Morelia. Afuera del Teatro Ocampo esperaban expectantes los músicos, ¿qué pasará, qué misterios habrá? Como el hambre es grande, Carlos Equihua de Mechuacan Tianguis apoyó con los sagrados alimentos, riquísimos platos que fueron una de tantas sorpresas michoacanas para los visitantes extraterrestres, por aquello de “la música de otro planeta” y la salsa de habanero tatemado. Después de la comilona, ahora sí, la tocata sabrosona.

De último momento se cambió la tocada del Teatro Ocampo al Amati, foro-restaurante dedicado al jazz, blues, rock progresivo, et al. La buena onda de Jean, el mero mero sabor ranchero del Amati, permitió que la música de Luz de Riada llegara a los oídos (orejas) de los ochenta y tantos asistentes. La prueba de audio, los mensajes a la gente para avisarles del cambio de sede, los calimochos, la cerveza artesanal y las ganas de hacer las cosas: en crisol de la voluntad en donde se funden los buenos deseos.

Sociedad Sonora Psicoactiva (SSP) abrió el toquín del Amati, los cuatro artistas compartieron cuatro tremendos temas, los nombres porque no son cosas: Manuel Páez Armendariz (Meño), Jorge Pointelin (Cocacolo), Roger Vargas (así nomás) y Chuy Loredo. La música de SSP tiene mucha influencia de los ritmos africanos, el jazz de Mingus y Parker, las corundas y el pozole blanco con aguacate. Una grata sorpresa estos no tan chavos, que además tocan (o tocaron) en grupos muy buenos como Pollomingus, FrutiLoopers, La Sonrisa Vertical, Folikanuya, entre otros. SSP es una propuesta necesaria para la ciudad que no se cansa de escuchar al Buki, poderosa banda que, esperemos, toquen mucho en lo que le queda al 2022.

Luego vino Luz de Riada para concretar la felicidad de una velada en el vórtice de la genialidad. La batería es precisa cual metrónomo y revienta cuando se requiere, “los tiempos de Kiko son perfectos”. El bajo de Luis sustenta el caosmos luzradiano con la sutileza de las notas graves, cuerpo sublime haciendo tierrita. La lira de Javier tiene un “toque” metalero que le da potencia a la banda y una rudeza que se agradece, ¡qué viva el rock!

En el saxo está Ramsés Luna, ¿qué podemos decir de Ram? Una explosión articulada en un discurso rueda de la fortuna, gritos y susurros llenos de inteligencia, como si la luna cantara en el cuarto creciente de lo inefable. En el resumen del choro mareador, melodías fantásticas para reapropiarse de una realidad muchas veces triste y decepcionante, pero “la música tiene un plan” y Luz de Riada ilumina esta oscuridad que nos aplasta.

Mención honorífica a la sonorización de Edgar Arrellín, ingeniero de audio no sólo experimentado, un doctor en lo que al audio se refiere. Ha hecho magia con Cabezas de Cera, Barco de Papel y en varias ocasiones en el Multiforo Alicia con diferentes bandas. En el apoyo técnico también relacionado con el audio Rodrigo Martínez de Castro se la rifa y soluciono lo imposible y con lo complicado se tarda un poco menos. Gran equipo el de Luz de Riada. Sin olvidar a Viktoria Fuentes y al pequeño Leo, dos groupies de corazón.

El plus

Al otro día, jueves 17 de noviembre, Luz de Riada tocó para un público muy especial, niños de preescolar, esto pasó en el DIF de la calle Dinamarca, atrás de Ciudad Universitaria, también en Morelia, y por gestiones de Laila Saab. Y ya prendidos, el buen Diego y toda la banda del Centro Cultural La Jacaranda abrió sus puertas para ese mismo jueves (lluvioso, por cierto), a las 8:08 de la noche, tocaran los principales aludidos en estos párrafos en la tierra de los charales y los Vascos de Quiroga. Luz de Riada vibró en Pátzcuaro y sus integrantes probaron las enormes enchiladas con pollo en el mercado (¡están enormes!), junto a la Plaza Gertrudis Bocanegra degustaron sabrosos tacos y ya no les quedó espacio para los buñuelos y el atole blanco. Hubo, además, atole de grano, mezcal, rico pan de La Jacaranda, muchos abrazos y hasta poesía de Octavio Paz.  Larga vida a Luz de Riada. 

Lo gacho y el chisme

El concierto de Luz de Riada se anunció en el Teatro Ocampo, la organización corrió a cargo de un señor llamado Jaime, este personaje se hace llamar Vakero, pero deberían decirle “ulero” u otro apodo que correspondiera más con su actitud. Para no hacerles los tamales cansados, este Vakero fracasó totalmente en su exiguo esfuerzo para organizar el concierto del miércoles 16 de noviembre de 2022. ¿Por qué? Porque para organizar un evento de estas dimensiones hay que hacer publicidad (mínimo una lona en el teatro), conectarse con la comunidad musical, no desquiciarse con los precios de los boletos, en fin, hacer las cosas bien. Y este señor no hizo nada de esto, únicamente nadó en la batea de babas que usa como bañera. En fin, no hay que confiar en esos tipos que se dicen productores o promotores o lo que sea, pero que lo único que los respalda es su gran lengua. ¿Qué hacer? Preguntar quién es quién, y mucho ojo.


Imagen de portada: Carmen J. Cohen

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