Crónica pielcantera

Ernesto Hernández Doblas

Pielcantera, es una palabra que inventó el poeta michoacano Juan García Chávez, para nombrar de otro modo a la ciudad que ama: Morelia. Así son los poetas, andan creando formas de bautizar al mundo para entretener a la señora muerte. Los poetas andan buscando un rostro en el rostro de las cosas que los miran sin mirarlos. 

Andan cortejando a diario a la poesía, en cada cosa que se les aparece. Que se desaparece y desconocen pero inventan. Su inquietud es encontrar los versos que le faltan a la luz. Su inquietud es la quietud del silencio tras el cual todo es brújula de sueños.

Nadie sabe dónde viven pero todos los encuentran cuando el viento y cuando los sauces. A veces guardan en un silencio al universo y a veces a versos besan lo que la luz anuncia cuando alborota el alba los cabellos de las olas que del mar han escapado. 

En Morelia pielcantera, viven los murmullos de poemas invisibles que invencibles continúan haciendo su nido entre las ramas del ocaso. En calles y plazas, árboles y muros, la memoria guarda un lugar para el rostro del poema eterno que a varias manos y voces escriben los poetas.

Un mismo texto tejido a través del tiempo y cuya autoría tiene tantos nombres como versos: Concha Urquiza, Manuel Ponce, Ramón Martinez Ocaranza, Diego José Abad, Gaspar Aguilera, Carlos Eduardo Turón y un etcétera de músicas al portador.

Los calendarios acumulan poetas que la ciudad celebra. Suenan las campanas de todos sus templos para llamar a misa de metáforas. Algarabía de palomas cuyo espíritu es santo por su blancura y su ciencia de paz y su vuelo de rimas octosílabas. 

No son buenos tiempos para la escucha ni para la mirada. ¿Alguna vez los hubo? Dudo mucho. Y sin embargo: se mueve la escritura, más allá de los palacios, los concursos y los prestigios de ocasión. Más allá de los que se disfrazan de poetas para revestir sus juegos vacuos de artificiales fuegos. 

En la ciudad pielcantera llueve al son que la tarde toca. En los portales de la calle principal hay un tránsito de cuerpos y miradas. Frente a una taza de café el mundo se anuda y desnuda sin descanso. Catedral a campanadas impide amnesia y nos recuerda que dios ha muerto.

Yo solo sé que aquí he nacido, en el jardín mestizo de la Matria. Aquí se ha forjado el hombre fiebre que soy. He nacido para arder. Llama en soledad multiplicada. Mi oficio es la palabra pero despeinada. Yo sólo sé que no se nada que no sea escribir hormigas en el balbuceo. 

¡Ay pielcantera! Lo que amo de ti es lo que todavía no eres. Y de todos tus poetas yo solo aprecio a los que escriben con verdadera sed, que son los menos pero son. Mayo es el mes más fiel al sol. Aunque digan las noticias lo contrario, flores y cantos, aún son posibles.

Crónica de unos días de transformación. Entre mar y asfalto sueño con volar enamorado. El tiempo que me reste sumaré infinitos del instante. Ahora mismo escribo: luego existo. Porque la escritura es vals de letras, hormiguero en blanco y negro, hotel de mi soledad erguida. 

Aquí me dio por nacer, en este jardín de novedades criollas. En este valle de flores, cantera y palomas de la paz y de la guerra. Un dieciocho de mayo te nombraron Morelia de Morelos;   el dos de enero de 1971 yo fui dado a luz, llanto y poesía. 

Cada domingo anclo mi nostalgia en tu centro: reunión del ocio y el tiempo deshojándose a suspiros. La gente alrededor de la gente camina, queriendo recordar olvidos que jamás. Memento mori, piensan algunos, con ese cerebro llamado corazón. 

“Cuando el domingo acabe, y pare de llover, dibujaré un paisaje al fondo de mi ser”, donde la música prolongue en sus vaivenes lo que sin decir he dicho, lo que se acurruca entre un ayer y las edades del reloj. Respiro. En posición de loto continúo este amoroso camino hacia la muerte. 

Ernesto Hernandez Doblas

Ni la secundaria terminó pero insiste en escribir poemas, ensayos, minificciones y dislates de todo tipo. Ha publicado por obra del azar y las circunstancias algunos libros de poemas. Dar talleres literarios le apasiona porque así puede seguir aprendiendo. Fue novillero en sus años mozos y luego darketo. Actualmente es un embobado abuelo. Como José-José, ha rodado de aquí para allá y en ese balbuceo vital ha participado en una película, tres cortometrajes y algunas obras de teatro. Anduvo unos años haciéndole al reportero, trabajó en gobierno un tiempo así como de empleado en dos tiendas departamentales entre otras actividades, pero la mayor parte de su vida ha ejercido como desempleado. Es adicto a la literatura perversa, oscura y maldita. Ermitaño. Su mantra preferido: «preferiría no hacerlo».

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